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martes, 23 de marzo de 2010

Confesión en Cuaresma (III)



Estamos en tiempo de Cuaresma, en el cual “Jesús llama a la conversión. Esta llamada es una parte esencial del anuncio del Reino: "El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva" (Mc 1,15). En la predicación de la Iglesia, esta llamada se dirige primeramente a los que no conocen todavía a Cristo y su Evangelio. Así, el Bautismo es el lugar principal de la conversión primera y fundamental. Por la fe en la Buena Nueva y por el Bautismo (cf. Hch 2,38) se renuncia al mal y se alcanza la salvación, es decir, la remisión de todos los pecados y el don de la vida nueva.” (CIC 2ª parte, 2ª sección II, Art. 4: 1427)

Nos dice el Apóstol: “"Habéis sido lavados [...] habéis sido santificados, [...] habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesucristo y por el Espíritu de nuestro Dios" (1 Co 6,11). Es preciso darse cuenta de la grandeza del don de Dios que se nos hace en los sacramentos de la iniciación cristiana para comprender hasta qué punto el pecado es algo que no cabe en aquel que "se ha revestido de Cristo" (Ga 3,27). Pero el apóstol san Juan dice también: "Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos y la verdad no está en nosotros" (1 Jn 1,8). Y el Señor mismo nos enseñó a orar: "Perdona nuestras ofensas" (Lc 11,4) uniendo el perdón mutuo de nuestras ofensas al perdón que Dios concederá a nuestros pecados.”(CIC 2ª parte, 2ª sección II, Art. 4: 1425)

¿Y cuál fuel medio que Cristo nos dejó para la reconciliación con el Padre? En un caso extremo (no hay nadie para confesarme, por ejemplo) el medio es el arrepentimiento sincero. Pero en los otros casos, "los que se acercan al sacramento de la penitencia obtienen de la misericordia de Dios el perdón de los pecados cometidos contra El y, al mismo tiempo, se reconcilian con la Iglesia, a la que ofendieron con sus pecados. Ella les mueve a conversión con su amor, su ejemplo y sus oraciones" (LG 11).

¿Por qué es necesario reconciliarse con Dios? Porque hemos pecado contra Él, contra su bondad y su misericordia (Salmo 50); porque Él es nuestro Padre, de quien nos hemos alejado.

¿Por qué es necesario reconciliarse con la Iglesia? Porque con nuestras faltas la hacemos pecadora.

¿Qué es necesario para una buena confesión? Un deseo de conversión sincera, y una penitencia interior.

¿Qué es la penitencia interior? “La penitencia interior es una reorientación radical de toda la vida, un retorno, una conversión a Dios con todo nuestro corazón, una ruptura con el pecado, una aversión del mal, con repugnancia hacia las malas acciones que hemos cometido. Al mismo tiempo, comprende el deseo y la resolución de cambiar de vida con la esperanza de la misericordia divina y la confianza en la ayuda de su gracia. Esta conversión del corazón va acompañada de dolor y tristeza saludables que los Padres llamaron animi cruciatus (aflicción del espíritu), compunctio cordis (arrepentimiento del corazón)” (cf Concilio de Trento: DS 1676-1678; 1705; Catecismo Romano, 2, 5, 4).

¿Qué tiempos nos invitan a una penitencia interior? “Los tiempos y los días de penitencia a lo largo del año litúrgico (el tiempo de Cuaresma, cada viernes en memoria de la muerte del Señor) son momentos fuertes de la práctica penitencial de la Iglesia (cf SC 109-110; CIC can. 1249-1253; CCEO 880-883). Estos tiempos son particularmente apropiados para los ejercicios espirituales, las liturgias penitenciales, las peregrinaciones como signo de penitencia, las privaciones voluntarias como el ayuno y la limosna, la comunicación cristiana de bienes (obras caritativas y misioneras).” (CIC 2ª parte, 2ª sección II, Art. 4: 1438)

¿Qué prácticas específicas nos ayudan a una penitencia interior? La caridad, la oración y la mortificación.

¿Qué es la caridad? Es la virtud por la cual amamos a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo. Esta consiste en “entregarse, olvidándose de sí, buscando lo que a otros pueda hacer feliz.” (Canción “Amar es entregarse”)

¿Qué es la oración? Es el acto de comunicación con nuestro Padre de los cielos, en el cual lo dejamos todo en sus manos.

¿Qué es la mortificación? Es el acto por el cual nos sacrificamos por los demás, por un bien espiritual o para unirse a Cristo crucificado.

¿Qué más podemos decir del penitente? Que “entre los actos del penitente, la contrición aparece en primer lugar. Es "un dolor del alma y una detestación del pecado cometido con la resolución de no volver a pecar"” (Concilio de Trento: DS 1676).

¿Quién es el penitente? El penitente es el que busca el perdón de Dios, que lo puede encontrar en el Sacramento de la Confesión.

¿Cómo es esto? “El sacramento de la penitencia, que tanta importancia tiene para la vida del cristiano, hace actual la eficacia redentora del misterio pascual de Cristo. En el gesto de la absolución, pronunciada en nombre y por cuenta de la Iglesia, el confesor se convierte en el medio consciente de un maravilloso acontecimiento de gracia. Al adherir con docilidad al Magisterio de la Iglesia, se convierte en ministro de la consoladora misericordia de Dios, pone de manifiesto la realidad del pecado y al mismo tiempo la desmesurada potencia renovadora del amor divino, amor que vuelve a dar la vida. La confesión se convierte, por tanto, en un renacimiento espiritual, que transforma al penitente en una nueva criatura. Este milagro de gracia sólo puede realizarlo Dios, y lo cumple a través de las palabras y de los gestos del sacerdote. Al experimentar la ternura y el perdón del Señor, el penitente reconoce más fácilmente la gravedad del pecado, y refuerza su decisión para evitarlo y para permanecer y crecer en la reanudada amistad con Él.” (Benedicto XVI)

Confesión en Cuaresma (II)



Queridos lectores:

La Cuaresma es el tiempo en que volvemos a mirar el rostro de Cristo, estando atentos al que siempre está atento a nosotros. Contemplamos como Él nos contempla desde una cruz, le abrimos las puertas de nuestro corazón al Rey de la Gloria, pidiéndole que ese Rey sea el único que lo gobierne y lo renueve con la gracia del Espíritu Santo, para gloria del Padre. Además, nos levantamos de las caídas en el pecado, como Cristo se levantó cada vez que Él cayó camino al Calvario.

Hermano, hermana, levántate del pecado, pero no sólo, porque no puedes. Sólo lo puedes hacer con la ayuda del Señor, que nos dejó como medio la confesión sacramental. Unámonos a esos conversos, que como respuesta a su fe, se confesaron, como nos dicen las Sagradas Escrituras: "muchos de los que habían creído venían a confesar todo lo que habían hecho"(Hch 19,18).

Levántate como el hijo pródigo, y vé a decirle a Cristo a través de su ministro que quieres recibir su perdón, y no sólo te perdonará; sino que te hará participar de esa fiesta, que es la Eucaristía, y si sigues en comunión con Cristo día a día, participarás de la fiesta sin término en el Reino de los Cielos.

Sí, hermano, así es el amor de Dios, el amor que despreciamos cuando pecamos y cuando no queremos confesarnos: le damos un "no" a Dios. Por eso, no basta tan sólo con decir "Señor, Señor", sino que hay que reparar lo que se ha hecho, como Pedro, que negó tres veces a Cristo, pero llegó a dar su vida por Él; o como Zaqueo, que devolvió lo robado y aún más, y dio también a los pobres; o como Pablo, que después de perseguir a la Iglesia, le dio muchos hijos.

Por eso, haz un buen examen de conciencia, arrepiéntete, y vé a confesarte, y además repara el daño cometido; no tengas miedo del amor de Dios.

Miserere mei Deus, secundum magnam misericordiam tuam

lunes, 22 de marzo de 2010

Confesión en Cuaresma (I)



Queridos lectores:

Les dirijo estas palabras a ustedes, con motivo de la Cuaresma, y paar hacerles reflexionar sobre la Confesión, la Misericordia Divina, y nuestra respuesta al Señor.

Nosotros somos pecadores, desde el día de nuestra concepción (Salmo 50,7), y no es que Dios cree cosas imperfectas, sino que el ser humano se encargó de destruir la perfección que Dios puso en nosotros. Nosotros ofendemos a Dios, lo crucificamos, lo olvidamos y despreciamos constantemente. Sí, numerosas son nuestras deudas, y nadie puede contarlas; ¡no son sin embargo tan sorprendentes como la Misericordia del Padre(Gregorio de Narek), el cual no se reservó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros(cf. Rom. 8,32). Como la ternura de un padre con sus hijos es la ternura del Señor con los que le temen. (cf. Salmo 102, 13)

Confesarse es ser capaz de reconocerse pecadores, diciendo: "Padre, he pecado contra el Cielo y contra Ti, ya no merezco ser llamado hijo tuyo"(cf. Sn Lc. 15,18-19), pero esperando en la infinita Misericordia del Señor, quien nos está esperando; y llevar a la realidad el deseo del hijo pródigo: levantarse del pecado y acercarse a Dios. En fin, confesarse es decirle a Cristo: "Sí, Señor, quiero tu perdón".

No sea soberbio, creyendo que su pecado es más grande que la Misericordia Divina. No piense que con Dios se hace una "Confesión directa", porque Él es quien nos dice cómo volver, y por algo les dio el poder de perdonar los pecados a los Apóstoles, diciéndoles que lo que ataran o desataran en la Tierra, así permanecería en el Cielo. No sólo crea en Dios, sino créale a Dios, como dijo un sacerdote. Muchos hoy se acercan a recibir al Señor con un alma impura, recibiendo no al Señor, sino la misma condenación, como dice San Pablo.

No querer confesarse es decirle a Dios en la cara: "No quiero tu perdón". ¿Alguna vez le han despreciado un abrazo o un saludo?¿No es horrendo?¿Cómo se sentirá el Señor cuando despreciamos el amor que Él nos tiene?

Invoque al Espíritu Santo, que es el Amor puro de Dios, repase los Mandamientos de Dios y de su Iglesia, pida el arrepentimiento (que es tener dolor de haber ofendido a Dios), pida perdón y diríjase al Confesionario con toda confianza en aquel que es bondadoso y compasivo, lento para enojarse y de gran misericordia, como dice el salmista.

Finalmente, les dirijo las palabras de S.S. Juan Pablo II: "No tengáis miedo de mirarlo a Él". Sí, en esta Cuaresma debemos estar atentos a Cristo, quien está atento de nosotros SIEMPRE.

Miserere mei, Deus, secundum magnam Misericordiam tuam (Del Salmo 50)
Ten piedad de mí, oh Dios, según tu gran Misericordia