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jueves, 21 de abril de 2011

Jueves Santo: Institución del Sacerdocio


"La dignidad del sacerdocio católico" (por San Alfonso María de Ligorio)


San Ignacio, el mártir, dice que el sacerdocio es la cumbre de todas las dignidades que puedan existen en este mundo. Y san Efrén subraya:"Es un milagro admirable la inconmensurable dignidad sacerdotal". Bartolomé Caneo escribe apoyándose en San Agustín:"Oh sacerdote de Dios. Si contemplas lo alto del cielo, más elevado eres tú... si contemplas la sublimidad de los señores terrenos, más sublime eres tu; sólo eres inferior a tu Creador”.


San Crisóstomo, recordando las palabras de Jesús:"Quién los escucha a ustedes, me escucha a mí", escribe:"Quien honra al sacerdote, honra a Cristo y quien injuria al sacerdote a Cristo injuria". Los sacerdotes son los dispensadores de las gracias divinas, son colaboradores de Dios. Por eso declara San Máximo de Torino que el juicio del cielo está sometido a la voluntad del sacerdote porque ”el señor obedece al siervo y todo lo que aquel indica aquí abaja, lo cumple aquel arriba", se atreve escribir San Juan Crisóstomo.



Si bajase el redentor mismo a su Iglesia y se sentaría en el confesionario para perdonar los pecados diría Jesús:"Yo te absuelvo", y si estuviese sentado un sacerdote en el confesionario al lado también diría":Yo te absuelvo", y ambos penitentes serían perdonados de la misma manera". ¡Qué honor sería si el jefe de gobierno le diese a alguien el poder de sacar de la cárcel a quien quiera! Pero más grande es el privilegio y el poder que el Padre le ha dado a Cristo y este a los sacerdotes de liberar a las almas del poder del infierno como dice san Crisóstomo:"Todo juicio del cielo les ha sido entregado".



Por eso podemos comprender que San Ambrosio afirma sin dudar:"No hay en este mundo nada que sea más elevado." O para utilizar las palabras de San Bernardo:" A ustedes los sacerdotes el Señor los ha puesto por encima de reyes y emperadores, encima de los mismos ángeles". Continúa diciendo San Pedro Damiani:" Los ángeles están al lado de los que ellos guardan y esperan la palabra del sacerdote; ni uno de ellos tiene el poder de atar o desatar". Se cuenta una historia de los tiempos de San Francisco de Sales. Éste había ordenado sacerdote a un joven clérigo. El santo había observado antes cómo llegado a la puerta el joven solía siempre pararse como quien cede el paso a alguien. Después de la ordenación vio que ya no cedía al paso. San Francisco le preguntó al joven sacerdote al respecto y éste le respondió:"Tengo el privilegio de ver continuamente a mi ángel de la guarda. Este siempre caminaba a mi derecha y delante de mí. Pero después de mi ordenación sacerdotal el ángel camina a mi izquierda y ya no quiere pasar delante de mí por la puerta". Algo similar enseña San Francisco de Asís: "Si veo al mismo tiempo a un sacerdote y a un ángel, saludaría primero al sacerdote y luego al ángel."


Muchos santos se animan hasta a decir que el poder del sacerdote es mayor que el de la Virgen María. San Bernardino de Siena escribe:"Bendita Virgen María, no quiero hablar en contra tuyo; perdóname, si digo: el Señor ha elevado al sacerdocio más que a ti porque el sacerdote puede llamarte a estar presente en este mundo en la consagración cuantas veces quiere mientras que tú tenias que esperar que se haga la voluntad de Dios".

jueves, 13 de mayo de 2010

El Papa consagra sacerdotes al Inmaculado Corazón de María

Oración pronunciada por el Santo Padre Benedicto XVI, en el Santuario de Fátima, 12 de mayo de 2010

Madre Inmaculada,
en este lugar de gracia,
convocados por el amor de tu Hijo Jesús,
Sumo y Eterno Sacerdote, nosotros,
hijos en el Hijo y sacerdotes suyos,
nos consagramos a tu Corazón materno,
para cumplir fielmente la voluntad del Padre.

Somos conscientes de que, sin Jesús,
no podemos hacer nada (cfr. Jn 15,5)
y de que, sólo por Él, con Él y en Él,
seremos instrumentos de salvación para el mundo.
Esposa del Espíritu Santo,
alcánzanos el don inestimable
de la transformación en Cristo.
Por la misma potencia del Espíritu que,
extendiendo su sombra sobre Ti,
te hizo Madre del Salvador,
ayúdanos para que Cristo, tu Hijo,
nazca también en nosotros.
Y, de este modo, la Iglesia pueda
ser renovada por santos sacerdotes,
transfigurados por la gracia de Aquel
que hace nuevas todas las cosas.

Madre de Misericordia,
ha sido tu Hijo Jesús quien nos ha llamado
a ser como Él:
luz del mundo y sal de la tierra
(cfr. Mt 5,13-14).
Ayúdanos,
con tu poderosa intercesión,
a no desmerecer esta vocación sublime,
a no ceder a nuestros egoísmos,
ni a las lisonjas del mundo,
ni a las tentaciones del Maligno.

Presérvanos con tu pureza,
custódianos con tu humildad
y rodéanos con tu amor maternal,
que se refleja en tantas almas
consagradas a ti
y que son para nosotros
auténticas madres espirituales.

Madre de la Iglesia,
nosotros, sacerdotes,
queremos ser pastores
que no se apacientan a sí mismos,
sino que se entregan a Dios por los hermanos,
encontrando la felicidad en esto.
Queremos cada día repetir humildemente
no sólo de palabra sino con la vida,
nuestro “aquí estoy”.

Guiados por ti,
queremos ser Apóstoles
de la Divina Misericordia,
llenos de gozo por poder celebrar diariamente
el Santo Sacrificio del Altar
y ofrecer a todos los que nos lo pidan
el sacramento de la Reconciliación.

Abogada y Mediadora de la gracia,
tu que estas unida
a la única mediación universal de Cristo,
pide a Dios, para nosotros,
un corazón completamente renovado,
que ame a Dios con todas sus fuerzas
y sirva a la humanidad como tú lo hiciste.

Repite al Señor
esa eficaz palabra tuya:“no les queda vino” (Jn 2,3),
para que el Padre y el Hijo derramen sobre nosotros,
como una nueva efusión,
el Espíritu Santo.

Lleno de admiración y de gratitud
por tu presencia continua entre nosotros,
en nombre de todos los sacerdotes,
también yo quiero exclamar:
“¿quién soy yo para que me visite
la Madre de mi Señor? (Lc 1,43)

Madre nuestra desde siempre,
no te canses de “visitarnos”,
consolarnos, sostenernos.
Ven en nuestra ayuda
y líbranos de todos los peligros
que nos acechan.
Con este acto de ofrecimiento y consagración,
queremos acogerte de un modo
más profundo y radical,
para siempre y totalmente,
en nuestra existencia humana y sacerdotal.

Que tu presencia haga reverdecer el desierto
de nuestras soledades y brillar el sol
en nuestras tinieblas,
haga que torne la calma después de la tempestad,
para que todo hombre vea la salvación
del Señor,
que tiene el nombre y el rostro de Jesús,
reflejado en nuestros corazones,
unidos para siempre al tuyo.
Así sea.

lunes, 26 de abril de 2010

El Buen Pastor da la vida por las ovejas: Pidamos por nuestros pastores

Jesús, Buen Pastor,que has querido guiar a tu pueblomediante el ministerio de los sacerdotes:¡gracias por este regalo para tu Iglesia y para el mundo!Te pedimos por quienes has llamado a ser tus ministros:cuídalos y concédeles el ser fieles.Que sepan estar en medio y delante de tu pueblo,siguiendo tus huellas e irradiando tus mismos sentimientos.Te rogamos por quienes se están preparandopara servir como pastores:que sean disponibles y generosospara dejarse moldear según tu corazón.Te pedimos por los jóvenes a quienes también hoy llamas:que sepan escucharte y tengan el coraje de responderte,que no sean indiferentes a tu mirada tierna y comprometedora,que te descubran como el verdadero Tesoro y estén dispuestos a dar la vida "hasta el extremo".Te lo pedimos junto con María, nuestra Madre de Luján,y San Juan María Vianney, el Santo Cura de Ars,en este Año Sacerdotal.

Amén.

viernes, 12 de marzo de 2010

Benedicto XVI: "Hoy la profecía más necesaria es la de la fidelidad"

Ofrezco la Audiencia de S.S. Benedicto XVI a los participantes del Congreso Teológico sobre el Sacerdocio, publicado por Zenit. En esta audiencia, el Papa dirigió varias palabras sobre la esencia del sacerdote, y como ésta no debe confundirse por los criterios del mundo.

Señores Cardenales,

Queridos hermanos en el Episcopado y en el Sacerdocio,

Amables congregados,

me alegra encontrarme con vosotros en esta particular ocasión y os saludo a todos con afecto. Dirijo un particular pensamiento al Cardenal Cláudio Hummes, Prefecto de la Congregación para el Clero, y le doy las gracias por las palabras que me ha dirigido. Mi gratitud a todo el Dicasterio, por el compromiso con el que coordina las múltiples iniciativas del Año Sacerdotal, entre ellas este Congreso Teológico, de tema: “Fidelidad de Cristo, Fidelidad del Sacerdote”. Gozo por esta iniciativa que ve la presencia de más de 50 Obispos y de más de 500 sacerdotes, muchos de ellos responsables nacionales o diocesanos del Clero y de la formación permanente. Vuestra atención a los temas referentes al Sacerdocio ministerial es uno de los frutos de este Año especial, que he querido convocar precisamente para “promover el compromiso de renovación interior de todos los sacerdotes, para que su testimonio evangélico en el mundo de hoy sea más intenso e incisivo (Carta para la celebración del Año Sacerdotal).

El tema de la identidad sacerdotal, objeto de vuestra primera jornada de estudio, es determinante para el ejercicio del sacerdocio ministerial en el presente y en el futuro. En una época como la nuestra, tan “policéntrica” y propensa a difuminar todo tipo de concepción de identidad, considerada por muchos contraria a la libertad y a la democracia, es importante tener bien clara la peculiaridad teológica del Ministerio ordenado para no ceder a la tentación de reducirlo a las categorías culturales dominantes. En un contexto de difundida secularización, que excluye progresivamente a Dios de la esfera pública, y, por tendencia, también de la conciencia social compartida, a menudo el sacerdote parece “extraño” al sentir común, precisamente por los aspectos más fundamentales de su ministerio, como los de ser hombre de lo sagrado, sacado del mundo para interceder a favor del mundo, constituido, en esa misión, por Dios y no por los hombres (cf. Eb 5,1). Por ese motivo, es importante superar peligrosos reduccionismos, que, en las décadas pasadas, utilizando categorías más funcionalistas que ontológicas, han presentado al sacerdote casi como un “agente social”, corriendo el riesgo de traicionar el mismo Sacerdocio de Cristo. Así como se revela cada vez más urgente la hermenéutica de la continuidad para comprender de manera adecuada los textos del Concilio Ecuménico Vaticano II, de manera análoga parece necesaria una hermenéutica que podríamos definir “de la continuidad sacerdotal”, la cual, partiendo de Jesús de Nazaret, Señor y Cristo, y pasando a través de los dos mil años de la historia de grandeza y de santidad, de cultura y de piedad, que el Sacerdocio ha escrito en el mundo, llega hasta nuestros días.

Queridos hermanos sacerdotes, en el tiempo en que vivimos es especialmente importante que la llamada a participar del único Sacerdocio de Cristo en el Ministerio ordenado florezca en el “carisma de la profecía”: hay gran necesidad de sacerdotes que hablen de Dios al mundo y que presenten a Dios al mundo; hombres no sujetos a efímeras maneras culturales, sino capaces de vivir de manera auténtica esa libertad que sólo la certeza de la pertenencia a Dios está en condiciones de dar. Como vuestro Congreso ha destacado bien, hoy la profecía más necesaria es la de la fidelidad, que partiendo de la Fidelidad de Cristo a la humanidad, a través de la Iglesia y el Sacerdocio ministerial, conduzca a vivir el propio sacerdocio en la total adhesión a Cristo y a la Iglesia. De hecho, el sacerdote ya no se pertenece a sí mismo, sino, por el sello sacramental recibido (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 1563; 1582), es “propiedad” de Dios. Este “ser de Otro” debe hacerse reconocible por todos, a través de un claro testimonio.

En la manera de pensar, de hablar, de juzgar los hechos del mundo, de servir y amar, de relacionarse con las personas, también en el hábito, el sacerdote debe sacar fuerza profética de su pertenencia sacramental, de su ser profundo. En consecuencia, debe poner todo el cuidado en sustraerse de la mentalidad dominante, que tiende a asociar el valor del ministro no a su ser, sino sólo a su función, sin apreciar, así, la obra de Dios, que incide en la identidad profunda de la persona del sacerdote, configurándolo a Sí de manera definitiva (cf. ibid., n.1583).

El horizonte de la pertenencia ontológica a Dios constituye, además, el marco adecuado para comprender y reafirmar, también en nuestros días, el valor del sagrado celibato, que en la Iglesia latina es un carisma requerido para el Orden sagrado (cf. Presbyterorum Ordinis, 16) y es tenido en grandísima consideración en las Iglesias Orientales (cf. CCEO, can. 373). Eso es auténtica profecía del Reino, signo de la consagración con corazón indiviso al Señor y a las “cosas del Señor” (1Cor 7,32), expresión del don de sí mismo a Dios y a los demás (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1579).

La del sacerdote es, por tanto, una altísima vocación, que continúa siendo un gran Misterio también para los que la hemos recibido como don. Nuestros límites y nuestras debilidades deben llevarnos a vivir y a custodiar con profunda fe ese don precioso, con el que Cristo nos ha configurado a Sí, haciéndonos partícipes de Su Misión salvífica. De hecho, la comprensión del Sacerdocio ministerial está ligada a la fe y pide, de manera cada vez más fuerte, una radical continuidad entre la formación del seminario y la permanente. La vida profética, sin compromisos, con la que serviremos a Dios y al mundo, anunciando el Evangelio y celebrando los Sacramentos, favorecerá el advenimiento del Reino de Dios ya presente y el crecimiento del Pueblo de Dios en la fe.

Queridísimos sacerdotes, los hombres y las mujeres de nuestro tiempo nos piden sólo ser hasta el fondo sacerdotes y nada más. Los fieles laicos encontrarán en muchas otras personas aquello que necesitan humanamente, pero sólo en el sacerdote podrán encontrar esa Palabra de Dios que debe estar siempre en sus labios (cf. Presbyterorum Ordinis, 4); la Misericordia del Padre, que se prodiga de manera abundante y gratuita en el Sacramento de la Reconciliación; el Pan de Vida nueva, “verdadero alimento dado a los hombres” (cf. Himno del Oficio en la Solemnidad del Corpus Domini del Rito romano). Pidamos a Dios, por intercesión de la Bienaventurada Virgen María y de San Juan María Vianney, poderLe dar gracias cada día por el gran don de la vocación y de vivir con plena y gozosa fidelidad a nuestro Sacerdocio. ¡Gracias a todos por este encuentro! Con mucho gusto imparto a cada uno la Bendición Apostólica.

[Traducción del original italiano por Patricia Navas

©Libreria Editrice Vaticana]

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