POR LA TRADICIÓN CHILENA, HISPANA Y CATÓLICA. LLEVANDO EL MENSAJE DE CRISTO AL MUNDO EN UN CAMINO CARGADO DE OBSTÁCULOS, AL IGUAL QUE NUESTRA SEÑORA A SU PRIMA SANTA ISABEL.
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domingo, 3 de abril de 2011
martes, 22 de marzo de 2011
"LA LIMOSNA"
CATEQUESIS DE S.S. JUAN PABLO II (Ciudad del Vaticano, 28 de marzo de 1979.)
Recomendación del Señor en el Evangelio
1. «Poenitemini et date eleemosynam» (cf. Mc 1,15 y Lc 12,33).
La palabra «limosna» no la oímos hoy con gusto. Notamos en ella algo humillante. Esta palabra parece suponer un sistema social en el que reina la injusticia, la desigual distribución de bienes, un sistema que debería ser cambiado con reformas adecuadas. Y si tales reformas no se realizasen, se delinearía en el horizonte de la vida social la necesidad de cambios radicales, sobre todo en el ámbito de las relaciones entre los hombres. Encontramos la misma convicción en los textos de los profetas del Antiguo Testamento, a quienes recurre frecuentemente la liturgia en el tiempo de Cuaresma. Los profetas consideran este problema a nivel religioso: no hay verdadera conversión a Dios, no puede existir «religión» auténtica sin reparar las injurias e injusticias en las relaciones entre los hombres, en la vida social. Sin embargo, en tal contexto los profetas exhortan a la limosna.
Y tampoco emplean la palabra «limosna», que, por lo demás, en hebreo es «sadaqah», es decir, precisamente «justicia». Piden ayuda para quienes sufren injusticia y para los necesitados: no tanto en virtud de la misericordia cuanto sobre todo en virtud del deber de la caridad operante.
«¿Sabéis qué ayuno quiero yo?: romper las ataduras de iniquidad, deshacer los haces opresores, dejar libres a los oprimidos y quebrantar todo yugo; partir el pan con el hambriento, albergar al pobre sin abrigo, vestir al desnudo y no volver tu rostro ante el hermano» (Is 58,6-7).
La palabra griega «eleemosyne» se encuentra en los libros tardíos de la Biblia, y la práctica de la limosna es una comprobacion de auténtica religiosidad. Jesús hace de la limosna una condición del acercamiento a su reino (cf. Lc 12,32-33) y de la verdadera perfección (cf. Mc 10,21 y par.). Por otra parte, cuando Judas –frente a la mujer que ungía los pies de Jesús pronuncio la frase: «¿Por qué este ungüento no se vendió en trescientos denarios y se dio a los pobres?» (Jn 12,5), Cristo defiende a la mujer respondiendo: «Pobres siempre los tenéis con vosotros, pero a mí no me tenéis siempre» (Jn 12,8). Una y otra frase ofrecen motivo de gran reflexión.
Significado del término « limosna»
2. ¿Qué significa la palabra «limosna»?
La palabra griega «eleemosyne» proviene de «éleos», que quiere decir compasión y misericordia; inicialmente indicaba la actitud del hombre misericordioso y, luego, todas las obras de caridad hacia los necesitados. Esta palabra transformada ha quedado en casi todas las lenguas europeas:
En francés: «aumone»; en español: «limosna»; en portugués: «esmola»; en alemán: «Almosen»; en inglés: «Alms».
Incluso la expresión polaca «jalmuzna» es la transformación de la palabra griega.
Debemos distinguir aquí el significado objetivo de este término del significado que le damos en nuestra conciencia social. Como resulta de lo que ya hemos dicho antes, atribuimos frecuentemente al término «limosna», en nuestra conciencia social, un significado negativo.
Debemos distinguir aquí el significado objetivo de este término del significado que le damos en nuestra conciencia social. Como resulta de lo que ya hemos dicho antes, atribuimos frecuentemente al término «limosna», en nuestra conciencia social, un significado negativo.
Son diversas las circunstancias que han contribuido a ello y que contribuyen incluso hoy. En cambio, la «limosna» en sí misma, como ayuda a quien tiene necesidad de ella, como «el hacer participar a los otros de los propios bienes», no suscita en absoluto semejante asociación negativa. Podemos no estar de acuerdo con el que hace la limosna por el modo en que la hace. Podemos también no estar de acuerdo con quien tiende la mano pidiendo limosna, en cuanto que no se esfuerza para ganarse la vida por sí. Podemos no aprobar la sociedad, el sistema social, en el que haya necesidad de limosna. Sin embargo, el hecho mismo de prestar ayuda a quien tiene necesidad de ella, el hecho de compartir con los otros los propios bienes, debe suscitar respeto.
Vemos cuán necesario es liberarse del influjo de las varias circunstancias accidentales para entender las expresiones verbales: circunstancias, con frecuencia, impropias que pesan sobre su significado corriente. Estas circunstancias, por lo demás, a veces son positivas en sí mismas (por ejemplo, en nuestro caso: la aspiración a una sociedad justa en la que no haya necesidad de limosna porque reine en ella la justa distribución de bienes).
Cuando el Señor Jesús habla de limosna, cuando pide practicarla, lo hace siempre en el sentido de ayudar a quien tiene necesidad de ello, de compartir los propios bienes con los necesitados, es decir, en el sentido simple y esencial, que no nos permite dudar del valor del acto denominado con el término «limosna», al contrario, nos apremia a aprobarlo: como acto bueno, como expresión de amor al prójimo y como acto salvífico.
Además, en un momento de particular importancia, Cristo pronuncia estas palabras significativas: «Pobres... siempre los tenéis con vosotros» (Jn 12,8). Con tales palabras no quiere decir que los cambios de las estructuras sociales y económicas no valgan y que no se deban intentar diversos caminos para eliminar la injusticia, la humillación, la miseria, el hambre. Quiere decir sólo que en el hombre habrá siempre necesidades que no podrán ser satisfechas de otro modo sino con la ayuda al necesitado y con hacer participar a los otros de los propios bienes... ¿De qué ayuda se trata? ¿Acaso sólo de «limosna», entendida bajo la forma de dinero, de socorro material?
Don interior, actitud de apertura hacia el hermano
3. Ciertamente, Cristo no quita la limosna de nuestro campo visual. Piensa también en la limosna pecuniaria, material, pero a su modo. A este propósito, es más elocuente que cualquier otro el ejemplo de la viuda pobre, que depositaba en el tesoro del templo algunas pequeñas monedas: desde el punto de vista material, una oferta difícilmente comparable con las que daban otros. Sin embargo, Cristo dijo: «Esta viuda... echó todo lo que tenía para el sustento» (Lc 21,3-4). Por lo tanto, cuenta sobre todo el valor interior del don: la disponibilidad a compartir todo, la prontitud a darse a sí mismos.
Recordemos aquí a San Pablo: «Si repartiere toda mi hacienda... no teniendo caridad, nada me aprovecha» (1Cor 13,3). También San Agustín escribe muy bien a este propósito: «Si extiendes la mano para dar, pero no tienes misericordia en el corazón, no has hecho nada; en cambio, si tienes misericordia en el corazón, aun cuando no tuvieses nada que dar con tu mano, Dios acepta tu limosna» (Enarrat. in Ps. CXXV 5).
Aquí tocamos el núcleo central del problema. En la Sagrada Escritura y según las categorías evangélicas, «limosna» significa, ante todo, don interior. Significa la actitud de apertura «hacia el otro». Precisamente tal actitud es un factor indispensable de la «metanoia», esto es, de la conversión, así como son también indispensables la oración y el ayuno. En efecto, se expresa bien San Agustín: «¡Cuán prontamente son acogidas las oraciones de quien obra el bien!, y esta es la justicia del hombre en la vida presente: el ayuno, la limosna, la oración» (Enarrat. in Ps. XLII 8): la oración, como apertura a Dios; el ayuno, como expresión del dominio de sí, incluso en el privarse de algo, en el decir «no» a sí mismos; y, finalmente, la limosna como apertura «a los otros». El Evangelio traza claramente este cuadro cuando nos habla de la penitencia, de la metanoia. Sólo con una actitud total –en relación con Dios, consigo mismo y con el prójimo– e1 hombre alcanza la conversión y permanece en estado de conversión.
La «limosna» así entendida tiene un significado, en cierto sentido, decisivo para tal conversión. Para convencerse de ello, basta recordar la imagen del juicio final que Cristo nos ha dado:
«Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; peregriné, y me acogisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; preso, y vinisteis a verme. Y le responderán los justos: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te alimentamos, sediento y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos peregrino y te acogimos, desnudo y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte? Y el Rey les dirá: En verdad os digo que cuantas veces hicisteis eso a uno de estos mis hermanos menores, a mí me lo hicisteis» (Mt 25,35-40).
Los Padres de la Iglesia dirán después con San Pedro Crisólogo: «La mano del pobre es el gazofilacio de Cristo, porque todo lo que el pobre recibe es Cristo quien lo recibe» (Sermo VIII 4); y con San Gregorio Nacianceno: «El Señor de todas las cosas quiere la misericordia, no el sacrificio; y nosotros la damos a través de los pobres» (De pauperum amore XI).
Por lo tanto, esta apertura a los otros, que se expresa con la «ayuda», con el «compartir» la comida, el vaso de agua, la palabra buena, el consuelo, la visita, el tiempo precioso, etc., este don interior ofrecido al otro llega directamente a Cristo, directamente a Dios. Decide el encuentro con Él. Es la conversión.
En el Evangelio, y aun en toda la Sagrada Escritura, podemos encontrar muchos textos que lo confirman. La «limosna» entendida según el Evangelio, según la enseñanza de Cristo, tiene un significado definitivo, decisivo en nuestra conversión a Dios. Si falta la limosna, nuestra vida no converge aun plenamente hacia Dios.
La práctica de la limosna
4. En el ciclo de nuestras reflexiones cuaresmales será preciso volver sobre este tema. Hoy, antes de concluir, detengámonos todavía un momento sobre el verdadero significado de la «limosna». En efecto, es muy fácil falsificar su idea, como ya hemos advertido al comienzo. Jesús hacía reprensiones también respecto a la actitud superficial «exterior» de la limosna (cf. Mt 6,2?4; Lc 11,41). Este problema está siempre vivo. Si nos damos cuenta del significado esencial que tiene la «limosna» para nuestra conversión a Dios y para toda la vida cristiana, debemos evitar a toda costa todo lo que falsifica el sentido de la limosna, de la misericordia, de las obras de caridad: todo lo que puede deformar su imagen en nosotros mismos. En este campo es muy importante cultivar la sensibilidad interior hacia las necesidades reales del prójimo, para saber en qué debemos ayudarle, cómo actuar para no herirle y cómo comportarnos para que lo que damos, lo que aportamos a su vida, sea un don auténtico, un don no cargado por sentido ordinario negativo de la palabra «limosna».
Vemos, pues, qué campo de trabajo –amplio y a la vez profundo– se abre ante nosotros si queremos poner en práctica la llamada: «Arrepentios y dad limosna» (cf. Mc 1,15 y Lc 12,33). Es un campo de trabajo no sólo para la Cuaresma, sino para cada día. Para toda la vida.
sábado, 13 de noviembre de 2010
La libertad de los hijos de Dios
Dijo alguna vez el santo chileno, Alberto Hurtado Cruchaga: "¡Soy libre! Mi gran título de honor; el privilegio del hombre, del ángel y de Dios. En la creación material ningún otro ser es libre. Todos ellos llegan a su fin necesariamente. Nosotros no. Tenemos ley, la conocemos, tenemos fuerza para observarla. De nosotros depende su observancia o inobservancia. La libertad es la más grande perfección de todo el universo." Y nosotros nos podríamos preguntar: ¿cómo gloriarse en la libertad, si ella nos permite robar, matar, cometer adulterio? Y lo que ocurre es que hay que darle un sentido.
Para empezar, según la Sagrada Doctrina, ¿qué es la libertad?
La libertad es el poder dado por Dios al hombre de obrar o no obrar, de hacer esto o aquello, de ejecutar de este modo por sí mismo acciones deliberadas. La libertad es la característica de los actos propiamente humanos.
Ahora, ¿realmente la libertad nos permite hacer el mal o nosotros abusamos de la libertad para hacerlo?
Cuanto más se hace el bien, más libre se va haciendo también el hombre. La libertad alcanza su perfección cuando está ordenada a Dios, Bien supremo y Bienaventuranza nuestra. La libertad implica también la posibilidad de elegir entre el bien y el mal. La elección del mal es un abuso de la libertad, que conduce a la esclavitud del pecado. (Catecismo de la Iglesia Católica # 1776-1780-1795-1797)
Si Dios nos hizo libres, ¿qué sentido tiene que Él mismo haya dictado los 10 Mandamientos?
Uno de los factores que le da un toque distinto a la Nueva Ley de Dios, es que esta no se basa en el legalismo, sino en la filiación divina; y como dice San Pablo: los hijos somos libres, no así los esclavos. Los 10 Mandamientos deben cumplirse en ese msimo espíritu: no es lo mismo honrar padre y madre por ser una orden, que por ser agradecido con Alguien que me nos dio una familia con mucho amor. Los 10 Mandamientos le dan orden a la libertad: deja que la libertad sea ordenada, y el orden será libre. El Decálogo nos invita a la felicidad-que va de la mano de la libertad-, de vivir en armonía con el Señor, con los demás, y con uno mismo.
¿Qué es el libertinaje?
El libertinaje es el abuso de la libertad, que la deforma y degenera.
DEO OMNIS GLORIA!
sábado, 23 de octubre de 2010
Catequesis sobre la familia: Los bienes del Matrimonio-el Sacramento
De la Encíclica "Casti Connubii", puntos del 11 al 13, de Su Santidad Pío XI
Se completa, sin embargo, el cúmulo de tan grandes beneficios y, por decirlo así, hállase coronado, con aquel bien del matrimonio que en frase de San Agustín hemos llamado Sacramento, palabra que significa tanto la indisolubilidad del vínculo como la elevación y consagración que Jesucristo ha hecho del contrato, constituyéndolo signo eficaz de la gracia.
Y, en primer lugar, el mismo Cristo insiste en la indisolubilidad del pacto nupcial cuando dice: "No separe el hombre lo que ha unido Dios", y: "Cualquiera que repudia a su mujer y se casa con otra, adultera, y el que se casa con la repudiada del marido, adultera".
En tal indisolubilidad hace consistir San Agustín lo que él llama bien del sacramento con estas claras palabras: "Como sacramento, pues, se entiende que el matrimonio es indisoluble y que el repudiado o repudiada no se una con otro, ni aun por razón de la prole".
Esta inviolable indisolubilidad, aun cuando no en la misma ni tan perfecta medida a cada uno, compete a todo matrimonio verdadero, puesto que habiendo dicho el Señor, de la unión de nuestros primeros padres, prototipo de todo matrimonio futuro: "No separe el hombre lo que ha unido Dios", por necesidad ha de extenderse a todo verdadero matrimonio. Aun cuando antes de la venidad el Mesías se mitigase de tal manera la sublimidad y serenidad de la ley primitiva, que Moisés llegó a permitir a los mismos ciudadanos del pueblo de Dios que por dureza de su corazón y por determinadas razones diesen a sus mujeres libelo de repudio, Cristo, sin embargo, revocó, en virtud de su poder de legislador supremo, aquel permiso de mayor libertad y restableció íntegramente la ley primera, con aquellas palabras que nunca se han de echar en olvido: "No separe el hombre lo que ha unido Dios".
Por lo cual muy sabiamente escribió Nuestro antecesor Pío VI, de f. m., contestando al Obispo de Agra: "Es, pues, cosa clara que el matrimonio, aun en el estado de naturaleza pura y, sin ningún género de duda, ya mucho antes de ser elevado a la dignidad de sacramento propiamente dicho, fue instituido por Dios, de tal manera que lleva consigo un lazo perpetuo e indisoluble, y es, por lo tanto, imposible que lo desate ninguna ley civil. En consecuencia, aunque pueda estar separada del matrimonio la razón de sacramento, como acontece entre los infieles, sin embargo, aun en este matrimonio, por lo mismo que es verdadero, debe mantenerse y se mantiene absolutamente firme aquel lazo, tan íntimamente unido por prescripción divina desde el principio al matrimonio, que está fuera del alcance de todo poder civil. Así, pues, cualquier matrimonio que se contraiga, o se contrae de suerte que sea en realidad un verdadero matrimonio, y entonces llevará consigo el perpetuo lazo que por ley divina va anejo a todo verdadero matrimonio; o se supone que se contrae sin dicho perpetuo lazo, y entonces no hay matrimonio, sino unión ilegítima, contraria, por su objeto, a la ley divina, que por lo mismo no se puede lícitamente contraer ni conservar".
Y no son menores los beneficios que de la estabilidad del matrimonio se derivan aun para toda la sociedad en conjunto. Pues bien consta por la experiencia cómo la inquebrantable firmeza del matrimonio es ubérrima fuente de honradez en la vida de todos y de integridad en las costumbres; cómo, observada con serenidad tal indisolubilidad, se asegura al propio tiempo la felicidad y el bienestar de la república, ya que tal será la sociedad cuales son las familias y los individuos de que consta, como el cuerpo se compone de sus miembros. Por lo cual todos aquellos que denodadamente defienden la inviolable estabilidad del matrimonio prestan un gran servicio así al bienestar privado de los esposos y al de los hijos como al bien público de la sociedad humana.
Y no son menores los beneficios que de la estabilidad del matrimonio se derivan aun para toda la sociedad en conjunto. Pues bien consta por la experiencia cómo la inquebrantable firmeza del matrimonio es ubérrima fuente de honradez en la vida de todos y de integridad en las costumbres; cómo, observada con serenidad tal indisolubilidad, se asegura al propio tiempo la felicidad y el bienestar de la república, ya que tal será la sociedad cuales son las familias y los individuos de que consta, como el cuerpo se compone de sus miembros. Por lo cual todos aquellos que denodadamente defienden la inviolable estabilidad del matrimonio prestan un gran servicio así al bienestar privado de los esposos y al de los hijos como al bien público de la sociedad humana.
Y aunque parezca que esta firmeza está sujeta a alguna excepción, bien que rarísima, en ciertos matrimonios naturales contraídos entre infieles o también, tratándose de cristianos, en los matrimonios ratos y no consumados, tal excepción no depende de la voluntad de los hombres, ni de ninguna autoridad meramente humana, sino del derecho divino, cuya depositaria e intérprete es únicamente la Iglesia de Cristo. Nunca, sin embargo, ni por ninguna causa, puede esta excepción extenderse al matrimonio cristiano rato y consumado, porque así como en él resplandece la más alta perfección del contrato matrimonial, así brilla también, por voluntad de Dios, la mayor estabilidad e indisolubilidad, que ninguna autoridad humana puede desatar.
Si queremos investigar, Venerables Hermanos, la razón íntima de esta voluntad divina, fácilmente la encontraremos en aquella significación mística del matrimonio, que se verifica plena y perfectamente en el matrimonio consumado entre los fieles. Porque, según testimonio del Apóstol, en su carta a los de Efeso, el matrimonio de los cristianos representa aquella perfectísima unión existente entre Cristo y la Iglesia: este sacramento es grande, pero yo digo, con relación a Cristo y a la Iglesia; unión, por lo tanto, que nunca podrá desatarse mientras viva Cristo y la Iglesia por El.
Lo cual enseña también expresamente San Agustín con las siguientes palabras: "Esto se observa con fidelidad entre Cristo y la Iglesia, que por vivir ambos eternamente no hay divorcio que los pueda separar; y esta misteriosa unión de tal suerte se cumple en la ciudad de Dios... es decir, en la Iglesia de Cristo..., que aun cuando, a fin de tener hijos, se casen las mujeres, y los varones tomen esposas, no es lícito repudiar a la esposa estéril para tomar otra fecunda. Y si alguno así lo hiciere, será reo de adulterio, así como la mujer si se une a otro: y esto por la ley del Evangelio, no por la ley de este siglo, la cual concede, una vez otorgado el repudio, el celebrar nuevas nupcias con otro cónyuge, como también atestigua el Señor que concedió Moisés a los israelitas a causa de la dureza de su corazón".
Cuántos y cuán grandes beneficios se derivan de la indisolubilidad del matrimonio no podrá menos de ver el que reflexione, aunque sea ligeramente, ya sobre el bien de los cónyuges y de la prole, ya sobre la utilidad de toda la sociedad humana. Y, en primer lugar, los cónyuges en esta misma inviolable indisolubilidad hallan el sello cierto de perennidad que reclaman de consumo, por su misma naturaleza, la generosa entrega de su propia persona y la íntima comunicación de sus corazones, siendo así que la verdadera caridad nunca llega a faltar. Constituye ella, además, un fuerte baluarte para defender la castidad fiel contra los incentivos de la infidelidad que pueden provenir de causas externas o internas; se cierra la entrada al temor celoso de si el otro cónyuge permanecerá o no fiel en el tiempo de la adversidad o de la vejez, gozando, en lugar de este temor, de seguridad tranquila; se provee asimismo muy convenientemente a la conservación de la dignidad de ambos cónyuges y al otorgamiento de su mutua ayuda, porque el vínculo indisoluble y para siempre duradero constantemente les está recordando haber contraído un matrimonio tan sólo disoluble por la muerte, y no en razón de las cosas caducas, ni para entregarse al deleite, sino para procurarse mutuamente bienes más altos y perpetuos. También se atiende perfectamente a la protección y educación de los hijos, que debe durar muchos años, porque las graves y continuadas cargas de este oficio más fácilmente las pueden sobrellevar los padres aunando sus fuerzas.
Fuente: Sitio de la Santa Sede
viernes, 15 de octubre de 2010
Catequesis sobre la familia: Los bienes del Matrimonio-la fidelidad (II parte)
De la Encíclica "Casti Connubii", punto 10, de Su Santidad Pío XI
Finalmente, robustecida la sociedad doméstica con el vínculo de esta caridad, es necesario que en ella florezca lo que San Agustín llamaba jerarquía del amor, la cual abraza tanto la primacía del varón sobre la mujer y los hijos como la diligente sumisión de la mujer y su rendida obediencia, recomendada por el Apóstol con estas palabras: "Las casadas estén sujetas a sus maridos, como al Señor; porque el hombre es cabeza de la mujer, así como Cristo es cabeza de la Iglesia".
Tal sumisión no niega ni quita la libertad que en pleno derecho compete a la mujer, así por su dignidad de persona humana como por sus nobilísimas funciones de esposa, madre y compañera, ni la obliga a dar satisfacción a cualesquiera gustos del marido, no muy conformes quizá con la razón o la dignidad de esposa, ni, finalmente, enseña que se haya de equiparar la esposa con aquellas personas que en derecho se llaman menores y a las que por falta de madurez de juicio o por desconocimiento de los asuntos humanos no se les suele conceder el ejercicio de sus derechos, sino que, por lo contrario, prohibe aquella exagerada licencia, que no se cuida del bien de la familia, prohibe que en este cuerpo de la familia se separe el corazón de la cabeza, con grandísimo detrimento del conjunto y con próximo peligro de ruina, pues si el varón es la cabeza, la mujer es el corazón, y como aquél tiene el principado del gobierno, ésta puede y debe reclamar para sí, como cosa que le pertenece, el principado del amor.
El grado y modo de tal sumisión de la mujer al marido puede variar según las varias condiciones de las personas, de los lugares y de los tiempos; más aún, si el marido faltase a sus deberes, debe la mujer hacer sus veces en la dirección de la familia. Pero tocar o destruir la misma estructura familiar y su ley fundamental, establecida y confirmada por Dios, no es lícito en tiempo alguno ni en ninguna parte.
Sobre el orden que debe guardarse entre el marido y la mujer, sabiamente enseña Nuestro Predecesor León XIII, de s. m., en su ya citada Encíclica acerca del matrimonio cristiano: "El varón es el jefe de la familia y cabeza de la mujer, la cual, sin embargo, puesto que es carne de su carne y hueso de sus huesos, debe someterse y obedecer al marido, no a modo de esclava, sino de compañera, es decir, de tal modo que a su obediencia no le falte ni honestidad ni dignidad. En el que preside y en la que obedece, puesto que el uno representa a Cristo y la otra a la Iglesia, sea siempre la caridad divina la reguladora de sus deberes".
Están, pues, comprendidas en el beneficio de la fidelidad: la unidad, la castidad, la caridad y la honesta y noble obediencia, nombres todos que significan otras tantas utilidades de los esposos y del matrimonio, con las cuales se promueven y garantizan la paz, la dignidad y la felicidad matrimoniales, por lo cual no es extraño que esta fidelidad haya sido siempre enumerada entre los eximios y peculiares bienes del matrimonio.
Fuente: Sitio de la Santa Sede
miércoles, 6 de octubre de 2010
Catequesis sobre la familia: Los bienes del Matrimonio-la fidelidad
De la Encíclica "Casti Connubii", punto 9, de Su Santidad Pío XI
El segundo de los bienes del matrimonio, enumerados, como dijimos, por San Agustín, es la fidelidad, que consiste en la mutua lealtad de los cónyuges en el cumplimiento del contrato matrimonial, de tal modo que lo que en este contrato, sancionado por la ley divina, compete a una de las partes, ni a ella le sea negado ni a ningún otro permitido; ni al cónyuge mismo se conceda lo que jamás puede concederse, por ser contrario a las divinas leyes y del todo disconforme con la fidelidad del matrimonio.
Tal fidelidad exige, por lo tanto, y en primer lugar, la absoluta unidad del matrimonio, ya prefigurada por el mismo Creador en el de nuestros primeros padres, cuando quiso que no se instituyera sino entre un hombre y una mujer. Y aunque después Dios, supremo legislador, mitigó un tanto esta primitiva ley por algún tiempo, la ley evangélica, sin que quede lugar a duda ninguna, restituyó íntegramente aquella primera y perfecta unidad y derogó toda excepción, como lo demuestran sin sombra de duda las palabras de Cristo y la doctrina y práctica constante de la Iglesia. Con razón, pues, el santo Concilio de Trento declaró lo siguiente: que por razón de este vínculo tan sólo dos puedan unirse, lo enseñó claramente Cristo nuestro Señor cuando dijo: "Por lo tanto, ya no son dos, sino una sola carne".
Mas no solamente plugo a Cristo nuestro Señor condenar toda forma de lo que suelen llamar poligamia y poliandria simultánea o sucesiva, o cualquier otro acto deshonesto externo, sino también los mismos pensamientos y deseos voluntarios de todas estas cosas, a fin de guardar inviolado en absoluto el sagrado santuario de la familia: "Pero yo os digo que todo el que mira a una mujer para codiciarla ya adulteró en su corazón". Las cuales palabras de Cristo nuestro Señor ni siquiera con el consentimiento mutuo de las partes pueden anularse, pues manifiestan una ley natural y divina que la voluntad de los hombres jamás puede quebrantar ni desviar.
Más aún, hasta las mutuas relaciones de familiaridad entre los cónyuges deben estar adornadas con la nota de castidad, para que el beneficio de la fidelidad resplandezca con el decoro debido, de suerte que los cónyuges se conduzcan en todas las cosas conforme a la ley de Dios y de la naturaleza y procuren cumplir la voluntad sapientísima y santísima del Creador, con entera y sumisa reverencia a la divina obra.
Esta que llama, con mucha propiedad, San Agustín, fidelidad en la castidad, florece más fácil y mucho más agradable y noblemente, considerado otro motivo importantísimo, a saber: el amor conyugal, que penetra todos los deberes de la vida de los esposos y tiene cierto principado de nobleza en el matrimonio cristiano: «Pide, además, la fidelidad del matrimonio que el varón y la mujer estén unidos por cierto amor santo, puro, singular; que no se amen como adúlteros, sino como Cristo amó a la Iglesia, pues esta ley dio el Apóstol cuando dijo: "Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a la Iglesia", y cierto que El la amó con aquella su infinita caridad, no para utilidad suya, sino proponiéndose tan sólo la utilidad de la Esposa». Amor, decimos, que no se funda solamente en el apetito carnal, fugaz y perecedero, ni en palabras regaladas, sino en el afecto íntimo del alma y que se comprueba con las obras, puesto que, como suele decirse, obras son amores y no buenas razones.
Todo lo cual no sólo comprende el auxilio mutuo en la sociedad doméstica, sino que es necesario que se extienda también y aun que se ordene sobre todo a la ayuda recíproca de los cónyuges en orden a la formación y perfección, mayor cada día, del hombre interior, de tal manera que por su mutua unión de vida crezcan más y más también cada día en la virtud y sobre todo en la verdadera caridad para con Dios y para con el prójimo, de la cual, en último término, "depende toda la ley y los profetas". Todos, en efecto, de cualquier condición que sean y cualquiera que sea el género honesto de vida que lleven, pueden y deben imitar aquel ejemplar absoluto de toda santidad que Dios señaló a los hombres, Cristo nuestro Señor; y, con ayuda de Dios, llegar incluso a la cumbre más alta de la perfección cristiana, como se puede comprobar con el ejemplo de muchos santos.
Esta recíproca formación interior de los esposos, este cuidado asiduo de mutua perfección puede llamarse también, en cierto sentido muy verdadero, como enseña el Catecismo Romano, la causa y razón primera del matrimonio, con tal que el matrimonio no se tome estrictamente como una institución que tiene por fin procrear y educar convenientemente los hijos, sino en un sentido más amplio, cual comunidad, práctica y sociedad de toda la vida.
Con este mismo amor es menester que se concilien los restantes derechos y deberes del matrimonio, pues no sólo ha de ser de justicia, sino también norma de caridad aquello del Apóstol: "El marido pague a la mujer el débito; y, de la misma suerte, la mujer al marido".
Fuente: Sitio de la Santa Sede
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La imagen fue obtenida de la búsqueda en Google Imágenes "fidelidad matrimonial"
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jueves, 16 de septiembre de 2010
El Patriotismo
Para empezar, ¿qué es el patriotismo?
La Real Academia Española da a este concepto dos acepciones:
1. m. Amor a la patria.
2. m. Sentimiento y conducta propios del patriota.
¿Es bueno ser patriota?
Es bueno cuando nos hace ver que uno no es el único habitante de un lugar, sino que hay más personas, con las que comparte ciertos puntos en común: una misma historia, una misma tradición, la misma tierra, los mismo orígenes, etc. Diría San Agustín: “Ama a tu prójimo; más que a tu prójimo, a tus padres; más que a tus padres, a tu Patria; y solamente más que a tu Patria, ama a Dios”. Además el Señor en el 4to Mandamiento: "Honrar al padre y a la madre", nos enseña a amar los núcleos en los que estamos insertos, y a comprometernos con ellos: la familia, el lugar de trabajo o de estudio, el vecindario, la patria, etc.
Cuando pasa a ser un amor a la patria solamente considerando que es un pedazo de tierra y símbolos, en vez de basarse en la caridad con los que viven en esa tierra y que guardan los mismo símbolos, es una vanidad, y por ende esto sería algo malo.
¿Qué diferencia hay entre el patriotismo y la xenofobia?
La diferencia es muy clara: el patriotismo es amor, y la xenofobia es odio. Uno es el amor a la patria, en cambio el último es odio a los que no son de la misma patria que uno.
¿Quién no es patriota?
Quien dice que ama a su patria, pero no hace nada para hacerla un lugar más justo-ése es un hipócrita-.
Quien dice que ama a su patria, pero no ama a sus vecinos, no ama a sus familiares, ni puede ver a los demás miembros de la patria.
Quien dice que ama a su patria, pero se burla de sus símbolos y de sus tradiciones.
Quien coloca la bandera una vez al año, pero no la lleva en el corazón.
¿Qué ejemplo de buen patriotismo tenemos?
Un buen ejemplo es San Alberto Hurtado, que se dedicó su vida a hacer de Chile un país más justo; Arturo Prat, que dio su vida por la Patria; San Luis Rey, que trató de construír en su Patria el Reinado Social de Nuestro Señor Jesucristo; y tantos otros, que han luchado por el bien de la Patria.
La Real Academia Española da a este concepto dos acepciones:
1. m. Amor a la patria.
2. m. Sentimiento y conducta propios del patriota.
¿Es bueno ser patriota?
Es bueno cuando nos hace ver que uno no es el único habitante de un lugar, sino que hay más personas, con las que comparte ciertos puntos en común: una misma historia, una misma tradición, la misma tierra, los mismo orígenes, etc. Diría San Agustín: “Ama a tu prójimo; más que a tu prójimo, a tus padres; más que a tus padres, a tu Patria; y solamente más que a tu Patria, ama a Dios”. Además el Señor en el 4to Mandamiento: "Honrar al padre y a la madre", nos enseña a amar los núcleos en los que estamos insertos, y a comprometernos con ellos: la familia, el lugar de trabajo o de estudio, el vecindario, la patria, etc.
Cuando pasa a ser un amor a la patria solamente considerando que es un pedazo de tierra y símbolos, en vez de basarse en la caridad con los que viven en esa tierra y que guardan los mismo símbolos, es una vanidad, y por ende esto sería algo malo.
¿Qué diferencia hay entre el patriotismo y la xenofobia?
La diferencia es muy clara: el patriotismo es amor, y la xenofobia es odio. Uno es el amor a la patria, en cambio el último es odio a los que no son de la misma patria que uno.
¿Quién no es patriota?
Quien dice que ama a su patria, pero no hace nada para hacerla un lugar más justo-ése es un hipócrita-.
Quien dice que ama a su patria, pero no ama a sus vecinos, no ama a sus familiares, ni puede ver a los demás miembros de la patria.
Quien dice que ama a su patria, pero se burla de sus símbolos y de sus tradiciones.
Quien coloca la bandera una vez al año, pero no la lleva en el corazón.
¿Qué ejemplo de buen patriotismo tenemos?
Un buen ejemplo es San Alberto Hurtado, que se dedicó su vida a hacer de Chile un país más justo; Arturo Prat, que dio su vida por la Patria; San Luis Rey, que trató de construír en su Patria el Reinado Social de Nuestro Señor Jesucristo; y tantos otros, que han luchado por el bien de la Patria.
VIRGEN DEL CARMEN, REINA DE CHILE ¡SALVA A TU PUEBLO QUE CLAMA A TI!
miércoles, 25 de agosto de 2010
Catequesis de la Familia: la Familia, Iglesia Doméstica
Un templo: la casa
Dijo el Venerable Pío XII, papa:
"En todo caso, poned cuidado exquisito, especialmente vosotras, jóvenes esposas, en hacer amable, íntima, la morada propia; en hacer reinar en ella la paz, en la armonía de dos corazones lealmente fieles a sus promesas, y después, si Dios quiere, en una alegre y gloriosa corona de hijos. Ya hace mucho tiempo que Salomón, desengañado y convencido de la vanidad de las riquezas te-rrenas, había dicho: “Más vale un mendrugo de pan seco con paz, que una casa llena de carne, con discordia”.
Pero no olvidéis que todos los esfuerzos serán vanos y que no encontraréis la felicidad de vuestro hogar, si Dios no edifica la casa con vosotros, para vivir allí con su gracia. También voso-tros debéis hacer, por decirlo así, la dedicación de esta “basílica”, esto es, debéis consagrar a Dios, bajo la invocación de la Virgen Santísima, y de vuestros santos patronos, vuestro pequeño templo familiar, donde el mutuo amor debe ser el rey pacífico, en la observancia fiel de los preceptos divi-nos." (15 de noviembre de 1.939, "TODA CASA ES UN TEMPLO")
Una distinción de roles
Así como en la Iglesia tenemos a la jerarquía-el Papa, los Obispos, los sacerdotes, y los diáconos- y un pueblo, en donde hay distintos roles, la familia también los posee:
-una cabeza: el esposo y padre:
"Las mujeres deben respetar a su marido como al Señor, porque el varón es la cabeza de la mujer, como Cristo es la Cabeza y el Salvador de la Iglesia, que es su Cuerpo." (Epístola de San Pablo a los Efesios Cap. 5, vs 22-23)
"Hijos, escúchenme a mí, que soy su padre; hagan lo que les digo, y así se salvarán." (Eclesiástico Cap. 3, vs 1)
-un corazón: la esposa y madre:
"Maridos, amen a su esposa, como Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella" (Epístola de San Pablo a los Efesios Cap. 5, vs 25)
"(y) el que respeta a su madre es como quien acumula un tesoro" (Eclesiástico Cap. 3, vs 4)
-un cuerpo: los hijos
Los hijos están bajo el padre (que es cabeza), y dependen de la madre (que es corazón), los cuales deben obedecer, respetar, y amar a sus padres, por ser los puestos por el Señor para darles la vida. Dice el 4to Mandamiento: "Honrar al padre y a la madre", y dice la Escritura: "Porque el Señor quiere que el padre sea respetado por sus hijos y confirmó el derecho de la madre sobre ellos." (Eclesiástico Cap. 3, vs 2)
Estos, además, respetando el mandamiento de la caridad fraterna, y el don admirable de la familia, deben amarse, respetarse y ser unidos entre sí.
-otros entes, que ayudan a la familia: los parientes, sobre todo, los abuelos, tíos y primos.
-y el más importante: Dios, por ser la fuente del amor, que es lo que mueve a la familia, por ser el que permite que la ésta sea fecunda, y es quien le otorga todas las gracias.
Familia orante, como la Iglesia:
La familia que ora unida, permanece unida, y tal como la Iglesia tiene la Sagrada Liturgia, así en la familia se ve un constante culto, como la recitación del Benedicite antes de comer y la acción de gracias, las novenas, la bendición de los padres a los hijos, la asistencia a la Santa Misa de todos los miembros, y tantas otras prácticas, que hacen que la familia no sólo esté unida por Dios, sino que esté unida a Dios, y fortalecida por Él: ¿qué mejor que esto?
Familia misionera, como la Iglesia:
" Acercándose, Jesús les dijo: «Yo he recibido todo poder en el cielo y en la tierra. Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo,y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estaré siempre con ustedes hasta el fin del mundo»." (Mateo Cap. 28, vs 18-20)
Jesús envía a su Iglesia a anunciar la buena nueva, y a hacer discípulos, lo que también sucede en la familia:
-cuando vemos a los padres enseñando la fe a sus hijos:
"Los esposos verdaderamente cristianos, viven, quieren vivir y sienten deber de vivir especialmente para el bien de sus hijos, sabiendo siempre que su bienestar personal dependerá finalmente de sus hijos.
Ahora bien, queridos recién casados, la felicidad de vuestros hijos está, al menos en parte, en vuestras manos, pues está en relación estrecha con la educación que deis a vuestros hijos desde los albores de su vida, dentro de las paredes domésticas." (Venerable Pío XII, papa: "LA MISIÓN EDUCADORA", 21 de junio de 1.939)
-además, vemos un continuo aprendizaje mutuo entre padres, hijos, hermanos, y esposos, por medio del ejemplo y de la corrección fraterna. Es lógico que un padre aprenda cosas de sus hijos, cuando se equivoca con elos, y estos se lo hacen ver, o cuando un esposo comete un error, y el otro se lo hace ver.
Dijo el Venerable Pío XII, papa:
"En todo caso, poned cuidado exquisito, especialmente vosotras, jóvenes esposas, en hacer amable, íntima, la morada propia; en hacer reinar en ella la paz, en la armonía de dos corazones lealmente fieles a sus promesas, y después, si Dios quiere, en una alegre y gloriosa corona de hijos. Ya hace mucho tiempo que Salomón, desengañado y convencido de la vanidad de las riquezas te-rrenas, había dicho: “Más vale un mendrugo de pan seco con paz, que una casa llena de carne, con discordia”.
Pero no olvidéis que todos los esfuerzos serán vanos y que no encontraréis la felicidad de vuestro hogar, si Dios no edifica la casa con vosotros, para vivir allí con su gracia. También voso-tros debéis hacer, por decirlo así, la dedicación de esta “basílica”, esto es, debéis consagrar a Dios, bajo la invocación de la Virgen Santísima, y de vuestros santos patronos, vuestro pequeño templo familiar, donde el mutuo amor debe ser el rey pacífico, en la observancia fiel de los preceptos divi-nos." (15 de noviembre de 1.939, "TODA CASA ES UN TEMPLO")
Una distinción de roles
Así como en la Iglesia tenemos a la jerarquía-el Papa, los Obispos, los sacerdotes, y los diáconos- y un pueblo, en donde hay distintos roles, la familia también los posee:
-una cabeza: el esposo y padre:
"Las mujeres deben respetar a su marido como al Señor, porque el varón es la cabeza de la mujer, como Cristo es la Cabeza y el Salvador de la Iglesia, que es su Cuerpo." (Epístola de San Pablo a los Efesios Cap. 5, vs 22-23)
"Hijos, escúchenme a mí, que soy su padre; hagan lo que les digo, y así se salvarán." (Eclesiástico Cap. 3, vs 1)
-un corazón: la esposa y madre:
"Maridos, amen a su esposa, como Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella" (Epístola de San Pablo a los Efesios Cap. 5, vs 25)
"(y) el que respeta a su madre es como quien acumula un tesoro" (Eclesiástico Cap. 3, vs 4)
-un cuerpo: los hijos
Los hijos están bajo el padre (que es cabeza), y dependen de la madre (que es corazón), los cuales deben obedecer, respetar, y amar a sus padres, por ser los puestos por el Señor para darles la vida. Dice el 4to Mandamiento: "Honrar al padre y a la madre", y dice la Escritura: "Porque el Señor quiere que el padre sea respetado por sus hijos y confirmó el derecho de la madre sobre ellos." (Eclesiástico Cap. 3, vs 2)
Estos, además, respetando el mandamiento de la caridad fraterna, y el don admirable de la familia, deben amarse, respetarse y ser unidos entre sí.
-otros entes, que ayudan a la familia: los parientes, sobre todo, los abuelos, tíos y primos.
-y el más importante: Dios, por ser la fuente del amor, que es lo que mueve a la familia, por ser el que permite que la ésta sea fecunda, y es quien le otorga todas las gracias.
Familia orante, como la Iglesia:
La familia que ora unida, permanece unida, y tal como la Iglesia tiene la Sagrada Liturgia, así en la familia se ve un constante culto, como la recitación del Benedicite antes de comer y la acción de gracias, las novenas, la bendición de los padres a los hijos, la asistencia a la Santa Misa de todos los miembros, y tantas otras prácticas, que hacen que la familia no sólo esté unida por Dios, sino que esté unida a Dios, y fortalecida por Él: ¿qué mejor que esto?
Familia misionera, como la Iglesia:
" Acercándose, Jesús les dijo: «Yo he recibido todo poder en el cielo y en la tierra. Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo,y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estaré siempre con ustedes hasta el fin del mundo»." (Mateo Cap. 28, vs 18-20)
Jesús envía a su Iglesia a anunciar la buena nueva, y a hacer discípulos, lo que también sucede en la familia:
-cuando vemos a los padres enseñando la fe a sus hijos:
"Los esposos verdaderamente cristianos, viven, quieren vivir y sienten deber de vivir especialmente para el bien de sus hijos, sabiendo siempre que su bienestar personal dependerá finalmente de sus hijos.
Ahora bien, queridos recién casados, la felicidad de vuestros hijos está, al menos en parte, en vuestras manos, pues está en relación estrecha con la educación que deis a vuestros hijos desde los albores de su vida, dentro de las paredes domésticas." (Venerable Pío XII, papa: "LA MISIÓN EDUCADORA", 21 de junio de 1.939)
-además, vemos un continuo aprendizaje mutuo entre padres, hijos, hermanos, y esposos, por medio del ejemplo y de la corrección fraterna. Es lógico que un padre aprenda cosas de sus hijos, cuando se equivoca con elos, y estos se lo hacen ver, o cuando un esposo comete un error, y el otro se lo hace ver.
DEO OMNIS GLORIA!
martes, 17 de agosto de 2010
Catequesis de la Familia: Algunos extractos de Famiilaris Consortio, sobre la importancia de la familia y su cuidado en la sociedad
-LA FAMILIA, en los tiempos modernos, ha sufrido quizá como ninguna otra institución, la acometida de las transformaciones amplias, profundas y rápidas de la sociedad y de la cultura. Muchas familias viven esta situación permaneciendo fieles a los valores que constituyen el fundamento de la institución familiar. Otras se sienten inciertas y desanimadas de cara a su cometido, e incluso en estado de duda o de ignorancia respecto al significado último y a la verdad de la vida conyugal y familiar. Otras, en fin, a causa de diferentes situaciones de injusticia se ven impedidas para realizar sus derechos fundamentales.
La Iglesia, consciente de que el matrimonio y la familia constituyen uno de los bienes más preciosos de la humanidad, quiere hacer sentir su voz y ofrecer su ayuda a todo aquel que, conociendo ya el valor del matrimonio y de la familia, trata de vivirlo fielmente; a todo aquel que, en medio de la incertidumbre o de la ansiedad, busca la verdad y a todo aquel que se ve injustamente impedido para vivir con libertad el propio proyecto familiar. Sosteniendo a los primeros, iluminando a los segundos y ayudando a los demás, la Iglesia ofrece su servicio a todo hombre preocupado por los destinos del matrimonio y de la familia.(1)
De manera especial se dirige a los jóvenes que están para emprender su camino hacia el matrimonio y la familia, con el fin de abrirles nuevos horizontes, ayudándoles a descubrir la belleza y la grandeza de la vocación al amor y al servicio de la vida.
-Dado que los designios de Dios sobre el matrimonio y la familia afectan al hombre y a la mujer en su concreta existencia cotidiana, en determinadas situaciones sociales y culturales, la Iglesia, para cumplir su servicio, debe esforzarse por conocer el contexto dentro del cual matrimonio y familia se realizan hoy.(8)
Este conocimiento constituye consiguientemente una exigencia imprescindible de la tarea evangelizadora. En efecto, es a las familias de nuestro tiempo a las que la Iglesia debe llevar el inmutable y siempre nuevo Evangelio de Jesucristo; y son a su vez las familias, implicadas en las presentes condiciones del mundo, las que están llamadas a acoger y a vivir el proyecto de Dios sobre ellas. Es más, las exigencias y llamadas del Espíritu Santo resuenan también en los acontecimientos mismos de la historia, y por tanto la Iglesia puede ser guiada a una comprensión más profunda del inagotable misterio del matrimonio y de la familia, incluso por las situaciones, interrogantes, ansias y esperanzas de los jóvenes, de los esposos y de los padres de hoy.(9)
A esto hay que añadir una ulterior reflexión de especial importancia en los tiempos actuales. No raras veces al hombre y a la mujer de hoy día, que están en búsqueda sincera y profunda de una respuesta a los problemas cotidianos y graves de su vida matrimonial y familiar, se les ofrecen perspectivas y propuestas seductoras, pero que en diversa medida comprometen la verdad y la dignidad de la persona humana. Se trata de un ofrecimiento sostenido con frecuencia por una potente y capilar organización de los medios de comunicación social que ponen sutilmente en peligro la libertad y la capacidad de juzgar con objetividad.
Muchos son conscientes de este peligro que corre la persona humana y trabajan en favor de la verdad. La Iglesia, con su discernimiento evangélico, se une a ellos, poniendo a disposición su propio servicio a la verdad, libertad y dignidad de todo hombre y mujer.
-«El Creador del mundo estableció la sociedad conyugal como origen y fundamento de la sociedad humana»; la familia es por ello la «célula primera y vital de la sociedad».(105)
La familia posee vínculos vitales y orgánicos con la sociedad, porque constituye su fundamento y alimento continuo mediante su función de servicio a la vida. En efecto, de la familia nacen los ciudadanos, y éstos encuentran en ella la primera escuela de esas virtudes sociales, que son el alma de la vida y del desarrollo de la sociedad misma.
Así la familia, en virtud de su naturaleza y vocación, lejos de encerrarse en sí misma, se abre a las demás familias y a la sociedad, asumiendo su función social.
-La función social de la familia no puede ciertamente reducirse a la acción procreadora y educativa, aunque encuentra en ella su primera e insustituible forma de expresión.
Las familias, tanto solas como asociadas, pueden y deben por tanto dedicarse a muchas obras de servicio social, especialmente en favor de los pobres y de todas aquellas personas y situaciones, a las que no logra llegar la organización de previsión y asistencia de las autoridades públicas.
La aportación social de la familia tiene su originalidad, que exige se la conozca mejor y se la apoye más decididamente, sobre todo a medida que los hijos crecen, implicando de hecho lo más posible a todos sus miembros.(107)
En especial hay que destacar la importancia cada vez mayor que en nuestra sociedad asume la hospitalidad, en todas sus formas, desde el abrir la puerta de la propia casa, y más aún la del propio corazón, a las peticiones de los hermanos, al compromiso concreto de asegurar a cada familia su casa, como ambiente natural que la conserva y la hace crecer. Sobre todo, la familia cristiana está llamada a escuchar el consejo del Apóstol: «Sed solícitos en la hospitalidad»,(108) y por consiguiente en praticar la acogida del hermano necesitado, imitando el ejemplo y compartiendo la caridad de Cristo: «El que diere de beber a uno de estos pequeños sólo un vaso de agua fresca porque es mi discípulo, en verdad os digo que no perderá su recompensa».(109)
La función social de las familias está llamada a manifestarse también en la forma de intervención política, es decir, las familias deben ser las primeras en procurar que las leyes y las instituciones del Estado no sólo no ofendan, sino que sostengan y defiendan positivamente los derechos y los deberes de la familia. En este sentido las familias deben crecer en la conciencia de ser «protagonistas» de la llamada «política familiar», y asumirse la responsabilidad de transformar la sociedad; de otro modo las familias serán las primeras víctimas de aquellos males que se han limitado a observar con indiferencia. La llamada del Concilio Vaticano II a superar la ética individualista vale también para la familia como tal.(110)
La Iglesia, consciente de que el matrimonio y la familia constituyen uno de los bienes más preciosos de la humanidad, quiere hacer sentir su voz y ofrecer su ayuda a todo aquel que, conociendo ya el valor del matrimonio y de la familia, trata de vivirlo fielmente; a todo aquel que, en medio de la incertidumbre o de la ansiedad, busca la verdad y a todo aquel que se ve injustamente impedido para vivir con libertad el propio proyecto familiar. Sosteniendo a los primeros, iluminando a los segundos y ayudando a los demás, la Iglesia ofrece su servicio a todo hombre preocupado por los destinos del matrimonio y de la familia.(1)
De manera especial se dirige a los jóvenes que están para emprender su camino hacia el matrimonio y la familia, con el fin de abrirles nuevos horizontes, ayudándoles a descubrir la belleza y la grandeza de la vocación al amor y al servicio de la vida.
-Dado que los designios de Dios sobre el matrimonio y la familia afectan al hombre y a la mujer en su concreta existencia cotidiana, en determinadas situaciones sociales y culturales, la Iglesia, para cumplir su servicio, debe esforzarse por conocer el contexto dentro del cual matrimonio y familia se realizan hoy.(8)
Este conocimiento constituye consiguientemente una exigencia imprescindible de la tarea evangelizadora. En efecto, es a las familias de nuestro tiempo a las que la Iglesia debe llevar el inmutable y siempre nuevo Evangelio de Jesucristo; y son a su vez las familias, implicadas en las presentes condiciones del mundo, las que están llamadas a acoger y a vivir el proyecto de Dios sobre ellas. Es más, las exigencias y llamadas del Espíritu Santo resuenan también en los acontecimientos mismos de la historia, y por tanto la Iglesia puede ser guiada a una comprensión más profunda del inagotable misterio del matrimonio y de la familia, incluso por las situaciones, interrogantes, ansias y esperanzas de los jóvenes, de los esposos y de los padres de hoy.(9)
A esto hay que añadir una ulterior reflexión de especial importancia en los tiempos actuales. No raras veces al hombre y a la mujer de hoy día, que están en búsqueda sincera y profunda de una respuesta a los problemas cotidianos y graves de su vida matrimonial y familiar, se les ofrecen perspectivas y propuestas seductoras, pero que en diversa medida comprometen la verdad y la dignidad de la persona humana. Se trata de un ofrecimiento sostenido con frecuencia por una potente y capilar organización de los medios de comunicación social que ponen sutilmente en peligro la libertad y la capacidad de juzgar con objetividad.
Muchos son conscientes de este peligro que corre la persona humana y trabajan en favor de la verdad. La Iglesia, con su discernimiento evangélico, se une a ellos, poniendo a disposición su propio servicio a la verdad, libertad y dignidad de todo hombre y mujer.
-«El Creador del mundo estableció la sociedad conyugal como origen y fundamento de la sociedad humana»; la familia es por ello la «célula primera y vital de la sociedad».(105)
La familia posee vínculos vitales y orgánicos con la sociedad, porque constituye su fundamento y alimento continuo mediante su función de servicio a la vida. En efecto, de la familia nacen los ciudadanos, y éstos encuentran en ella la primera escuela de esas virtudes sociales, que son el alma de la vida y del desarrollo de la sociedad misma.
Así la familia, en virtud de su naturaleza y vocación, lejos de encerrarse en sí misma, se abre a las demás familias y a la sociedad, asumiendo su función social.
-La función social de la familia no puede ciertamente reducirse a la acción procreadora y educativa, aunque encuentra en ella su primera e insustituible forma de expresión.
Las familias, tanto solas como asociadas, pueden y deben por tanto dedicarse a muchas obras de servicio social, especialmente en favor de los pobres y de todas aquellas personas y situaciones, a las que no logra llegar la organización de previsión y asistencia de las autoridades públicas.
La aportación social de la familia tiene su originalidad, que exige se la conozca mejor y se la apoye más decididamente, sobre todo a medida que los hijos crecen, implicando de hecho lo más posible a todos sus miembros.(107)
En especial hay que destacar la importancia cada vez mayor que en nuestra sociedad asume la hospitalidad, en todas sus formas, desde el abrir la puerta de la propia casa, y más aún la del propio corazón, a las peticiones de los hermanos, al compromiso concreto de asegurar a cada familia su casa, como ambiente natural que la conserva y la hace crecer. Sobre todo, la familia cristiana está llamada a escuchar el consejo del Apóstol: «Sed solícitos en la hospitalidad»,(108) y por consiguiente en praticar la acogida del hermano necesitado, imitando el ejemplo y compartiendo la caridad de Cristo: «El que diere de beber a uno de estos pequeños sólo un vaso de agua fresca porque es mi discípulo, en verdad os digo que no perderá su recompensa».(109)
La función social de las familias está llamada a manifestarse también en la forma de intervención política, es decir, las familias deben ser las primeras en procurar que las leyes y las instituciones del Estado no sólo no ofendan, sino que sostengan y defiendan positivamente los derechos y los deberes de la familia. En este sentido las familias deben crecer en la conciencia de ser «protagonistas» de la llamada «política familiar», y asumirse la responsabilidad de transformar la sociedad; de otro modo las familias serán las primeras víctimas de aquellos males que se han limitado a observar con indiferencia. La llamada del Concilio Vaticano II a superar la ética individualista vale también para la familia como tal.(110)
martes, 3 de agosto de 2010
Catequesis de la Familia: La familia y el Reinado del Sagrado Corazón
Extractos de "EL REINADO DEL SAGRADO CORAZON" (5 de Junio de 1940), de S.S. Pío XII
-En las revelaciones llenas de amor que han dado en los tiempos modernos tanto impulso a la gran devoción hacia el Sagrado Corazón de Jesús, nuestro Señor prometió entre otras cosas que “dondequiera que la imagen de este Corazón sea expuesta para ser singularmente honrada, atraerá toda suerte de bendiciones”. Confiados en la palabra divina, podréis, pues, y querréis ciertamente aseguraros los beneficios de tal promesa, conservando en vuestra casa la imagen del Sagrado Corazón con los honores que le son debidos. En las familias nobles, se ha considerado siempre como una gloria, mostrar esculpidas en mármol, fundidas en bronce, pintadas sobre lienzo, efigies de los grandes antepasados, que sus descendientes contemplan y admiran en los palacios, o en los casti-llos, con un sentido de legítimo orgullo. ¿Pero es acaso necesario ser nobles o que un retrato de fa-milia sea una obra de arte, para que el corazón se conmueva ante la imagen de un abuelo o de un padre? Son innumerables las pobres habitaciones, donde en una tosca cornisa con piadoso cuidado una sencilla fotografía, acaso de tinte amarillento, con los rasgos desvaídos por el tiempo, recuerdo sin embargo inestimablemente precioso de un ser querido, de quien en una tarde de luto se cerraron los párpados y los labios, se sepultaron los restos, se perdió la presencia sensible; pero del que, a pesar de los años, se cree, mirando aquella pálida efigie, ver resplandecer todavía la dulce mirada, oír la voz familiar, sentir la mano acariciadora.
-En una palabra, el Sagrado Corazón es debidamente honrado en una casa, cuando allí es reco-nocido, por todos y por cada uno, como Rey de amor; lo que se expresa diciendo que la familia le ha sido consagrada. Porque el don total de sí hecho a una Causa o a una persona Santa, se llama consagración. Ahora bien, el Corazón de Jesús se ha comprometido a colmar de gracias especiales a aquellos que de ese modo se entreguen a Él. “Nuestro Señor me ha prometido - escribía Santa Mar-garita María Alacoque que ninguno de cuantos se hayan consagrado a este corazón divino, perecerá jamás”.
-En una palabra, el Sagrado Corazón es debidamente honrado en una casa, cuando allí es reco-nocido, por todos y por cada uno, como Rey de amor; lo que se expresa diciendo que la familia le ha sido consagrada. Porque el don total de sí hecho a una Causa o a una persona Santa, se llama consagración. Ahora bien, el Corazón de Jesús se ha comprometido a colmar de gracias especiales a aquellos que de ese modo se entreguen a Él. “Nuestro Señor me ha prometido - escribía Santa Mar-garita María Alacoque que ninguno de cuantos se hayan consagrado a este corazón divino, perecerá jamás”.
Pero quien se consagra debe cumplir las obligaciones que se derivan de un acto semejante. Cuando el Sagrado Corazón reina verdaderamente en una familia – y verdaderamente tiene derecho a reinar siempre – una atmósfera de fe y de piedad suele envolver en aquella casa bendita a personas y a cosas. ¡Lejos, pues, de ella todo lo que entristecería al Sagrado Corazón: placeres peligrosos, infidelidades, intemperancias, libros, revistas, figuras hostiles a la religión y a sus enseñanzas! Le-jos, en las relaciones sociales, aquellas condescendencias hoy demasiado comunes, que querrían conciliar la verdad con el error, la licencia con la moral., la injusticia egoísta y avara con la obliga-ción de la caridad cristiana! ¡Lejos ciertas maneras de caminar por un camino medio entre la virtud y el vicio, entre el cielo y el infierno! En la familia consagrada, padres e hijos se sienten bajo la mi-rada y en la familiaridad de Dios mismo; son por lo tanto dóciles a sus mandamientos y a los pre-ceptos de su Iglesia. Ante la imagen del Rey celestial que ha venido a ser su amigo terrestre y su huésped perenne, ellos afrontan sin temor, pero no sin mérito, todas las fatigas que exigen sus debe-res cotidianos, todos los sacrificios que imponen las dificultades extraordinarias, todas las pruebas que aportan las disposiciones de la providencia, todos los lutos y todas las tristezas que no sólo la muerte, sino la vida misma, siembra inevitablemente como dolorosas espinas sobre los senderos de aquí abajo.
Queridos hijos e hijas: que pueda decirse esto también de vosotros. Viviendo ya en este mun-do unidos a Jesús, recibiéndolo incluso en la sagrada comunión, venerando cada día su imagen, no dejaréis la tierra sino para ir a contemplar eternamente la refulgente y beatificante realidad de aquel Corazón divino en el cielo. Con tal augurio, y como preludio y prenda de las más abundantes gra-cias, os otorgarnos a vosotros y a todas las personas queridas, nuestra paternal bendición apostólica.
-En las revelaciones llenas de amor que han dado en los tiempos modernos tanto impulso a la gran devoción hacia el Sagrado Corazón de Jesús, nuestro Señor prometió entre otras cosas que “dondequiera que la imagen de este Corazón sea expuesta para ser singularmente honrada, atraerá toda suerte de bendiciones”. Confiados en la palabra divina, podréis, pues, y querréis ciertamente aseguraros los beneficios de tal promesa, conservando en vuestra casa la imagen del Sagrado Corazón con los honores que le son debidos. En las familias nobles, se ha considerado siempre como una gloria, mostrar esculpidas en mármol, fundidas en bronce, pintadas sobre lienzo, efigies de los grandes antepasados, que sus descendientes contemplan y admiran en los palacios, o en los casti-llos, con un sentido de legítimo orgullo. ¿Pero es acaso necesario ser nobles o que un retrato de fa-milia sea una obra de arte, para que el corazón se conmueva ante la imagen de un abuelo o de un padre? Son innumerables las pobres habitaciones, donde en una tosca cornisa con piadoso cuidado una sencilla fotografía, acaso de tinte amarillento, con los rasgos desvaídos por el tiempo, recuerdo sin embargo inestimablemente precioso de un ser querido, de quien en una tarde de luto se cerraron los párpados y los labios, se sepultaron los restos, se perdió la presencia sensible; pero del que, a pesar de los años, se cree, mirando aquella pálida efigie, ver resplandecer todavía la dulce mirada, oír la voz familiar, sentir la mano acariciadora.
-En una palabra, el Sagrado Corazón es debidamente honrado en una casa, cuando allí es reco-nocido, por todos y por cada uno, como Rey de amor; lo que se expresa diciendo que la familia le ha sido consagrada. Porque el don total de sí hecho a una Causa o a una persona Santa, se llama consagración. Ahora bien, el Corazón de Jesús se ha comprometido a colmar de gracias especiales a aquellos que de ese modo se entreguen a Él. “Nuestro Señor me ha prometido - escribía Santa Mar-garita María Alacoque que ninguno de cuantos se hayan consagrado a este corazón divino, perecerá jamás”.
-En una palabra, el Sagrado Corazón es debidamente honrado en una casa, cuando allí es reco-nocido, por todos y por cada uno, como Rey de amor; lo que se expresa diciendo que la familia le ha sido consagrada. Porque el don total de sí hecho a una Causa o a una persona Santa, se llama consagración. Ahora bien, el Corazón de Jesús se ha comprometido a colmar de gracias especiales a aquellos que de ese modo se entreguen a Él. “Nuestro Señor me ha prometido - escribía Santa Mar-garita María Alacoque que ninguno de cuantos se hayan consagrado a este corazón divino, perecerá jamás”.
Pero quien se consagra debe cumplir las obligaciones que se derivan de un acto semejante. Cuando el Sagrado Corazón reina verdaderamente en una familia – y verdaderamente tiene derecho a reinar siempre – una atmósfera de fe y de piedad suele envolver en aquella casa bendita a personas y a cosas. ¡Lejos, pues, de ella todo lo que entristecería al Sagrado Corazón: placeres peligrosos, infidelidades, intemperancias, libros, revistas, figuras hostiles a la religión y a sus enseñanzas! Le-jos, en las relaciones sociales, aquellas condescendencias hoy demasiado comunes, que querrían conciliar la verdad con el error, la licencia con la moral., la injusticia egoísta y avara con la obliga-ción de la caridad cristiana! ¡Lejos ciertas maneras de caminar por un camino medio entre la virtud y el vicio, entre el cielo y el infierno! En la familia consagrada, padres e hijos se sienten bajo la mi-rada y en la familiaridad de Dios mismo; son por lo tanto dóciles a sus mandamientos y a los pre-ceptos de su Iglesia. Ante la imagen del Rey celestial que ha venido a ser su amigo terrestre y su huésped perenne, ellos afrontan sin temor, pero no sin mérito, todas las fatigas que exigen sus debe-res cotidianos, todos los sacrificios que imponen las dificultades extraordinarias, todas las pruebas que aportan las disposiciones de la providencia, todos los lutos y todas las tristezas que no sólo la muerte, sino la vida misma, siembra inevitablemente como dolorosas espinas sobre los senderos de aquí abajo.
Queridos hijos e hijas: que pueda decirse esto también de vosotros. Viviendo ya en este mun-do unidos a Jesús, recibiéndolo incluso en la sagrada comunión, venerando cada día su imagen, no dejaréis la tierra sino para ir a contemplar eternamente la refulgente y beatificante realidad de aquel Corazón divino en el cielo. Con tal augurio, y como preludio y prenda de las más abundantes gra-cias, os otorgarnos a vosotros y a todas las personas queridas, nuestra paternal bendición apostólica.
miércoles, 21 de julio de 2010
Catequesis de la familia: la Caridad y la familia
De la Epístola del Apóstol San Pablo a los cristianos de Éfeso (Ef. Cap. 5, vs 21-25)
Sométanse unos a otros, por reverencia a Cristo. Esposas, sométanse a sus esposos, como al Señor. Porque el esposo es cabeza de su esposa, así como Cristo es cabeza de la Iglesia, el salvador del cuerpo. Así como la Iglesia se somete a Cristo, también las esposas deben someterse a sus esposos en todo. Esposos, amen a sus esposas, así como Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella,
¿Qué es la caridad?
La caridad, en fin, pone también su nota – y se puede decir que la nota dominante – en la canción de la primavera, porque es sobre todo un himno de amor. El verdadero y puro amor es el don de sí mismo; es el anhelo de difusión y de donación total, que es esencial a la bondad, y por el que Dios, Bondad infinita, Caridad sustancial, se movió a efundirse en la creación. Esta fuerza ex-pansiva del amor, es tan grande que no admite límites. Como el Creador ama desde la eternidad a las criaturas que Él quiere, por una aspiración omnipotente de su misericordia, llamar en el tiempo de la nada al ser: “In caritate perpetua dilexi te; ideo attraxi te, miserans”1; así el Verbo encarnado, venido en medio de los hombres, “cum dilexisset suos, qui erant in mundo, in finem dilexit eos”2, habiendo amado a los suyos, que estaban en el mundo, les amó hasta el fin. (1)
¿Cómo el Señor nos da un ejemplo de caridad?
Dios nos ha amado primero, dice la citada Carta de Juan (cf. 4, 10), y este amor de Dios ha aparecido entre nosotros, se ha hecho visible, pues « Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de él » (1 Jn 4, 9). Dios se ha hecho visible: en Jesús podemos ver al Padre (cf. Jn 14, 9). De hecho, Dios es visible de muchas maneras. En la historia de amor que nos narra la Biblia, Él sale a nuestro encuentro, trata de atraernos, llegando hasta la Última Cena, hasta el Corazón traspasado en la cruz, hasta las apariciones del Resucitado y las grandes obras mediante las que Él, por la acción de los Apóstoles, ha guiado el caminar de la Iglesia naciente.(2)
¿Cómo se da esta virtud dentro de la familia?
En los esposos: entregándose completamente a su cónyuge, mostrándose afecto, dedicándose tiempo, donándose mutuamente el cuerpo y el alma, rezando juntos, respetándose, y soportando algunas cosas.
En el padre: entregándose completamente a los hijos, trabajando por ellos, dándoles de su tiempo libre e icluso del tiempo que tenen ocupado,precoupándose de educarlos y corregirlos, dándoles lo esencial para vivir, demostrándole afecto.
En la madre: entregándose completamente a los hijos, sirviendo en el hogar por ellos-y en aglunos casos, también trabajando-, dándoles el calor de hogar, entregándoles la ternura de una mujer, el afecto que produce el haberlos tenido 9 meses en su vientre, y educándolos.
En el hijo: entregándose completamente a los padres, obedeciéndolos, respetándolos, agradeciéndoles, mostrando acitudes de compromiso con ellos, ayudándolos en algunos quehaceres, y mostrándoles afecto.
En el hermano (o hermana): entregándose completamente al hermano, siendo unido con él, escuchándole, respetándole, ayudándole, y dedicándole tiempo.
¿Que ejemplo de caridad familiar femenino tenemos?
En María encontramos el afecto más puro, santo y fiel, hecho de sacrificio y de atenciones delicadas, a su santísimo esposo: en Ella la entrega completa y continua a los cuidados de la familia y de la casa: en Ella la perfecta fe y el amor hacia su hijo divino: en Ella la humildad que se manifestaba en la sumisión a José, en inalterable paciencia y serenidad, frente a las incomodidades de la pobreza y de trabajo, en la plena conformidad a las disposiciones, con frecuencia arduas y penosas, de la Divina Providencia, en la dulzura del trato y en la caridad hacia todos aquellos que vivían junto a los santos muros de la casita de Nazaret.
He aquí, amados hijos, hasta qué punto debéis llevar vuestra devoción a María si queréis que ella constituya una fuente siempre viva de favores espirituales y temporales y de verdadera felici-dad: favores y felicidad que Nos pedimos para vosotros a la Santísima Virgen y de los cuales os damos una prenda en Nuestra paternal Bendición.
Referencias:
1: S.S. Pío XII, Siervo de Dios
2: Deus caritas est,17-S.S. Benedicto XVI
3: S.S. Pío XII, Siervo de Dios
Sométanse unos a otros, por reverencia a Cristo. Esposas, sométanse a sus esposos, como al Señor. Porque el esposo es cabeza de su esposa, así como Cristo es cabeza de la Iglesia, el salvador del cuerpo. Así como la Iglesia se somete a Cristo, también las esposas deben someterse a sus esposos en todo. Esposos, amen a sus esposas, así como Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella,
¿Qué es la caridad?
La caridad, en fin, pone también su nota – y se puede decir que la nota dominante – en la canción de la primavera, porque es sobre todo un himno de amor. El verdadero y puro amor es el don de sí mismo; es el anhelo de difusión y de donación total, que es esencial a la bondad, y por el que Dios, Bondad infinita, Caridad sustancial, se movió a efundirse en la creación. Esta fuerza ex-pansiva del amor, es tan grande que no admite límites. Como el Creador ama desde la eternidad a las criaturas que Él quiere, por una aspiración omnipotente de su misericordia, llamar en el tiempo de la nada al ser: “In caritate perpetua dilexi te; ideo attraxi te, miserans”1; así el Verbo encarnado, venido en medio de los hombres, “cum dilexisset suos, qui erant in mundo, in finem dilexit eos”2, habiendo amado a los suyos, que estaban en el mundo, les amó hasta el fin. (1)
¿Cómo el Señor nos da un ejemplo de caridad?
Dios nos ha amado primero, dice la citada Carta de Juan (cf. 4, 10), y este amor de Dios ha aparecido entre nosotros, se ha hecho visible, pues « Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de él » (1 Jn 4, 9). Dios se ha hecho visible: en Jesús podemos ver al Padre (cf. Jn 14, 9). De hecho, Dios es visible de muchas maneras. En la historia de amor que nos narra la Biblia, Él sale a nuestro encuentro, trata de atraernos, llegando hasta la Última Cena, hasta el Corazón traspasado en la cruz, hasta las apariciones del Resucitado y las grandes obras mediante las que Él, por la acción de los Apóstoles, ha guiado el caminar de la Iglesia naciente.(2)
¿Cómo se da esta virtud dentro de la familia?
En los esposos: entregándose completamente a su cónyuge, mostrándose afecto, dedicándose tiempo, donándose mutuamente el cuerpo y el alma, rezando juntos, respetándose, y soportando algunas cosas.
En el padre: entregándose completamente a los hijos, trabajando por ellos, dándoles de su tiempo libre e icluso del tiempo que tenen ocupado,precoupándose de educarlos y corregirlos, dándoles lo esencial para vivir, demostrándole afecto.
En la madre: entregándose completamente a los hijos, sirviendo en el hogar por ellos-y en aglunos casos, también trabajando-, dándoles el calor de hogar, entregándoles la ternura de una mujer, el afecto que produce el haberlos tenido 9 meses en su vientre, y educándolos.
En el hijo: entregándose completamente a los padres, obedeciéndolos, respetándolos, agradeciéndoles, mostrando acitudes de compromiso con ellos, ayudándolos en algunos quehaceres, y mostrándoles afecto.
En el hermano (o hermana): entregándose completamente al hermano, siendo unido con él, escuchándole, respetándole, ayudándole, y dedicándole tiempo.
¿Que ejemplo de caridad familiar femenino tenemos?
En María encontramos el afecto más puro, santo y fiel, hecho de sacrificio y de atenciones delicadas, a su santísimo esposo: en Ella la entrega completa y continua a los cuidados de la familia y de la casa: en Ella la perfecta fe y el amor hacia su hijo divino: en Ella la humildad que se manifestaba en la sumisión a José, en inalterable paciencia y serenidad, frente a las incomodidades de la pobreza y de trabajo, en la plena conformidad a las disposiciones, con frecuencia arduas y penosas, de la Divina Providencia, en la dulzura del trato y en la caridad hacia todos aquellos que vivían junto a los santos muros de la casita de Nazaret.
He aquí, amados hijos, hasta qué punto debéis llevar vuestra devoción a María si queréis que ella constituya una fuente siempre viva de favores espirituales y temporales y de verdadera felici-dad: favores y felicidad que Nos pedimos para vosotros a la Santísima Virgen y de los cuales os damos una prenda en Nuestra paternal Bendición.
Referencias:
1: S.S. Pío XII, Siervo de Dios
2: Deus caritas est,17-S.S. Benedicto XVI
3: S.S. Pío XII, Siervo de Dios
martes, 29 de junio de 2010
Catequesis sobre la familia: Tener padres
DEL CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA
2214 La paternidad divina es la fuente de la paternidad humana (cf Ef 3, 14); es el fundamento del honor debido a los padres. El respeto de los hijos, menores o mayores de edad, hacia su padre y hacia su madre (cf Pr 1, 8; Tb 4, 3-4), se nutre del afecto natural nacido del vínculo que los une. Es exigido por el precepto divino (cf Ex 20, 12).
2215 El respeto a los padres (piedad filial) está hecho de gratitud para quienes, mediante el don de la vida, su amor y su trabajo, han traído sus hijos al mundo y les han ayudado a crecer en estatura, en sabiduría y en gracia. “Con todo tu corazón honra a tu padre, y no olvides los dolores de tu madre. Recuerda que por ellos has nacido, ¿cómo les pagarás lo que contigo han hecho?” (Si 7, 27-28).
2216 El respeto filial se expresa en la docilidad y la obediencia verdaderas. “Guarda, hijo mío, el mandato de tu padre y no desprecies la lección de tu madre [...] en tus pasos ellos serán tu guía; cuando te acuestes, velarán por ti; conversarán contigo al despertar” (Pr 6, 20-22). “El hijo sabio ama la instrucción, el arrogante no escucha la reprensión” (Pr 13, 1).
2217 Mientras vive en el domicilio de sus padres, el hijo debe obedecer a todo lo que éstos dispongan para su bien o el de la familia. “Hijos, obedeced en todo a vuestros padres, porque esto es grato a Dios en el Señor” (Col 3, 20; cf Ef 6, 1). Los niños deben obedecer también las prescripciones razonables de sus educadores y de todos aquellos a quienes sus padres los han confiado. Pero si el niño está persuadido en conciencia de que es moralmente malo obedecer esa orden, no debe seguirla.
Cuando se hacen mayores, los hijos deben seguir respetando a sus padres. Deben prevenir sus deseos, solicitar dócilmente sus consejos y aceptar sus amonestaciones justificadas. La obediencia a los padres cesa con la emancipación de los hijos, pero no el respeto que les es debido, el cual permanece para siempre. Este, en efecto, tiene su raíz en el temor de Dios, uno de los dones del Espíritu Santo.
2218 El cuarto mandamiento recuerda a los hijos mayores de edad sus responsabilidades para con los padres. En la medida en que ellos pueden, deben prestarles ayuda material y moral en los años de vejez y durante sus enfermedades, y en momentos de soledad o de abatimiento. Jesús recuerda este deber de gratitud (cf Mc 7, 10-12).
«El Señor glorifica al padre en los hijos, y afirma el derecho de la madre sobre su prole. Quien honra a su padre expía sus pecados; como el que atesora es quien da gloria a su madre. Quien honra a su padre recibirá contento de sus hijos, y en el día de su oración será escuchado. Quien da gloria al padre vivirá largos días, obedece al Señor quien da sosiego a su madre» (Si 3, 2-6).
«Hijo, cuida de tu padre en su vejez, y en su vida no le causes tristeza. Aunque haya perdido la cabeza, sé indulgente, no le desprecies en la plenitud de tu vigor [...] Como blasfemo es el que abandona a su padre, maldito del Señor quien irrita a su madre» (Si 3, 12-13.16).
2219 El respeto filial favorece la armonía de toda la vida familiar; atañe también a las relaciones entre hermanos y hermanas. El respeto a los padres irradia en todo el ambiente familiar. “Corona de los ancianos son los hijos de los hijos” (Pr 17, 6). “[Soportaos] unos a otros en la caridad, en toda humildad, dulzura y paciencia” (Ef 4, 2).
2220 Los cristianos están obligados a una especial gratitud para con aquellos de quienes recibieron el don de la fe, la gracia del bautismo y la vida en la Iglesia. Puede tratarse de los padres, de otros miembros de la familia, de los abuelos, de los pastores, de los catequistas, de otros maestros o amigos. “Evoco el recuerdo [...] de la fe sincera que tú tienes, fe que arraigó primero en tu abuela Loida y en tu madre Eunice, y sé que también ha arraigado en ti” (2 Tm 1, 5).
2214 La paternidad divina es la fuente de la paternidad humana (cf Ef 3, 14); es el fundamento del honor debido a los padres. El respeto de los hijos, menores o mayores de edad, hacia su padre y hacia su madre (cf Pr 1, 8; Tb 4, 3-4), se nutre del afecto natural nacido del vínculo que los une. Es exigido por el precepto divino (cf Ex 20, 12).
2215 El respeto a los padres (piedad filial) está hecho de gratitud para quienes, mediante el don de la vida, su amor y su trabajo, han traído sus hijos al mundo y les han ayudado a crecer en estatura, en sabiduría y en gracia. “Con todo tu corazón honra a tu padre, y no olvides los dolores de tu madre. Recuerda que por ellos has nacido, ¿cómo les pagarás lo que contigo han hecho?” (Si 7, 27-28).
2216 El respeto filial se expresa en la docilidad y la obediencia verdaderas. “Guarda, hijo mío, el mandato de tu padre y no desprecies la lección de tu madre [...] en tus pasos ellos serán tu guía; cuando te acuestes, velarán por ti; conversarán contigo al despertar” (Pr 6, 20-22). “El hijo sabio ama la instrucción, el arrogante no escucha la reprensión” (Pr 13, 1).
2217 Mientras vive en el domicilio de sus padres, el hijo debe obedecer a todo lo que éstos dispongan para su bien o el de la familia. “Hijos, obedeced en todo a vuestros padres, porque esto es grato a Dios en el Señor” (Col 3, 20; cf Ef 6, 1). Los niños deben obedecer también las prescripciones razonables de sus educadores y de todos aquellos a quienes sus padres los han confiado. Pero si el niño está persuadido en conciencia de que es moralmente malo obedecer esa orden, no debe seguirla.
Cuando se hacen mayores, los hijos deben seguir respetando a sus padres. Deben prevenir sus deseos, solicitar dócilmente sus consejos y aceptar sus amonestaciones justificadas. La obediencia a los padres cesa con la emancipación de los hijos, pero no el respeto que les es debido, el cual permanece para siempre. Este, en efecto, tiene su raíz en el temor de Dios, uno de los dones del Espíritu Santo.
2218 El cuarto mandamiento recuerda a los hijos mayores de edad sus responsabilidades para con los padres. En la medida en que ellos pueden, deben prestarles ayuda material y moral en los años de vejez y durante sus enfermedades, y en momentos de soledad o de abatimiento. Jesús recuerda este deber de gratitud (cf Mc 7, 10-12).
«El Señor glorifica al padre en los hijos, y afirma el derecho de la madre sobre su prole. Quien honra a su padre expía sus pecados; como el que atesora es quien da gloria a su madre. Quien honra a su padre recibirá contento de sus hijos, y en el día de su oración será escuchado. Quien da gloria al padre vivirá largos días, obedece al Señor quien da sosiego a su madre» (Si 3, 2-6).
«Hijo, cuida de tu padre en su vejez, y en su vida no le causes tristeza. Aunque haya perdido la cabeza, sé indulgente, no le desprecies en la plenitud de tu vigor [...] Como blasfemo es el que abandona a su padre, maldito del Señor quien irrita a su madre» (Si 3, 12-13.16).
2219 El respeto filial favorece la armonía de toda la vida familiar; atañe también a las relaciones entre hermanos y hermanas. El respeto a los padres irradia en todo el ambiente familiar. “Corona de los ancianos son los hijos de los hijos” (Pr 17, 6). “[Soportaos] unos a otros en la caridad, en toda humildad, dulzura y paciencia” (Ef 4, 2).
2220 Los cristianos están obligados a una especial gratitud para con aquellos de quienes recibieron el don de la fe, la gracia del bautismo y la vida en la Iglesia. Puede tratarse de los padres, de otros miembros de la familia, de los abuelos, de los pastores, de los catequistas, de otros maestros o amigos. “Evoco el recuerdo [...] de la fe sincera que tú tienes, fe que arraigó primero en tu abuela Loida y en tu madre Eunice, y sé que también ha arraigado en ti” (2 Tm 1, 5).
martes, 22 de junio de 2010
Catequesis de la Familia: Tener hijos
De Familiaris Consortio
Según el designio de Dios, el matrimonio es el fundamento de la comunidad más amplia de la familia, ya que la institución misma del matrimonio y el amor conyugal están ordenados a la procreación y educación de la prole, en la que encuentran su coronación.(34)
En su realidad más profunda, el amor es esencialmente don y el amor conyugal, a la vez que conduce a los esposos al recíproco «conocimiento» que les hace «una sola carne»,(35) no se agota dentro de la pareja, ya que los hace capaces de la máxima donación posible, por la cual se convierten en cooperadores de Dios en el don de la vida a una nueva persona humana. De este modo los cónyuges, a la vez que se dan entre sí, dan más allá de sí mismos la realidad del hijo, reflejo viviente de su amor, signo permanente de la unidad conyugal y síntesis viva e inseparable del padre y de la madre.
Al hacerse padres, los esposos reciben de Dios el don de una nueva responsabilidad. Su amor paterno está llamado a ser para los hijos el signo visible del mismo amor de Dios, «del que proviene toda paternidad en el cielo y en la tierra».
Sin embargo, no se debe olvidar que incluso cuando la procreación no es posible, no por esto pierde su valor la vida conyugal. La esterilidad física, en efecto, puede dar ocasión a los esposos para otros servicios importantes a la vida de la persona humana, como por ejemplo la adopción, la diversas formas de obras educativas, la ayuda a otras familias, a los niños pobres o minusválidos.(1)
San Marcelino de Champagnant
¿En cuidarlo, proveer a sus necesidades para no dejarle carecer de nada referente al vestido y alimento?
–No.
¿Es enseñarle a leer y escribir, comunicarle los conocimientos que va a necesitar más adelante para administrar sus negocios?
– No.
Sobre la corrección a un hijo
Corregirle vicios y defectos: orgullo, indocilidad, doblez, egoísmo, gula, grosería, ingratitud, desenfreno, robo, pereza, etc.
Ahora bien, todos esos vicios y otros semejantes han de ser ahogados en germen: hay que matar el gusano antes de que llegue a ser víbora, y remediar una indisposición antes de que degenere en dolencia mortal. Cuando asoma un defecto en un niño, basta una reprensión blanda, un castigo ligero para remediar el mal y ahogar el germen nocivo; pero si lo dejáis crecer, se convertirá en hábito que no lograréis corregir, por más que os empeñéis en ello. Los defectos y vicios incipientes a los que no se da importancia y, con tal pretexto, se dejan de reprimir, «son —dice Tertuliano— gérmenes de pecados que presagian una vida criminal».
Las espinas, cuando empiezan a brotar, no pican; las víboras, al nacer, no tienen veneno; sin embargo, con el tiempo, las puntas de las espinas se vuelven duras y afiladas como puñales; y las víboras, conforme van envejeciendo, se hacen más ponzoñosas. Sucede igual con los vicios y defectos de los muchachos: si se les deja crecer y medrar, se convierten en pasiones tiránicas y hábitos criminales que oponen resistencia invencible a cualquier intento de corrección. (2)
Cuando haya que corregir a los hijos deberá tenerse muy en cuenta la educación que han recibido, sus edades físicas y mentales, sus comportamientos y actitudes con la familia, escuela y amistades, sus capacidades intelectuales y físicas, objetivos previstos y realizados, etc.
Toda corrección proviene de una acción u omisión que se ha podido producir queriendo o sin querer. Es obligación de los padres examinar con mucho cuidadazo la acción o la omisión para que la corrección esté en la misma línea de tamaño, intensidad y valor. No se debe matar una pulga con un cañón, ni un elefante con la mano.(3)
El amor a los hijos
Tener un hijo es decir "sí" al Señor.
Tener un hijo es decir "sí" a la vida.
Tener un hijo es decir "sí" al amor.
Tener un hijo es decir "sí" a un consuelo.
Tener un hijo es decir "sí" a la alegría.
Tener un hijo es decir "sí" a una Cruz.
Tener un hijo es decir "sí" a un ser hecho de barro, con aliento divino y lleno de luz.
Ama a tu hijo, cuídalo, edúcalo, sostenlo, abrázalo, escúchalo, mándalo, acarícialo, ve en el a un Tesoro de Dios.
DEO OMNIS GLORIA!
Fuentes:
1: "Familiaris Consortio" II Parte, 14
2: De "Acción Familia", "Educar a un niño es corregir sus malas tendencias"
3: De Catholic.net, "Corregir a los hijos, aplicando las virtudes y valores humanos"
Según el designio de Dios, el matrimonio es el fundamento de la comunidad más amplia de la familia, ya que la institución misma del matrimonio y el amor conyugal están ordenados a la procreación y educación de la prole, en la que encuentran su coronación.(34)
En su realidad más profunda, el amor es esencialmente don y el amor conyugal, a la vez que conduce a los esposos al recíproco «conocimiento» que les hace «una sola carne»,(35) no se agota dentro de la pareja, ya que los hace capaces de la máxima donación posible, por la cual se convierten en cooperadores de Dios en el don de la vida a una nueva persona humana. De este modo los cónyuges, a la vez que se dan entre sí, dan más allá de sí mismos la realidad del hijo, reflejo viviente de su amor, signo permanente de la unidad conyugal y síntesis viva e inseparable del padre y de la madre.
Al hacerse padres, los esposos reciben de Dios el don de una nueva responsabilidad. Su amor paterno está llamado a ser para los hijos el signo visible del mismo amor de Dios, «del que proviene toda paternidad en el cielo y en la tierra».
Sin embargo, no se debe olvidar que incluso cuando la procreación no es posible, no por esto pierde su valor la vida conyugal. La esterilidad física, en efecto, puede dar ocasión a los esposos para otros servicios importantes a la vida de la persona humana, como por ejemplo la adopción, la diversas formas de obras educativas, la ayuda a otras familias, a los niños pobres o minusválidos.(1)
San Marcelino de Champagnant
¿En cuidarlo, proveer a sus necesidades para no dejarle carecer de nada referente al vestido y alimento?
–No.
¿Es enseñarle a leer y escribir, comunicarle los conocimientos que va a necesitar más adelante para administrar sus negocios?
– No.
Sobre la corrección a un hijo
Corregirle vicios y defectos: orgullo, indocilidad, doblez, egoísmo, gula, grosería, ingratitud, desenfreno, robo, pereza, etc.
Ahora bien, todos esos vicios y otros semejantes han de ser ahogados en germen: hay que matar el gusano antes de que llegue a ser víbora, y remediar una indisposición antes de que degenere en dolencia mortal. Cuando asoma un defecto en un niño, basta una reprensión blanda, un castigo ligero para remediar el mal y ahogar el germen nocivo; pero si lo dejáis crecer, se convertirá en hábito que no lograréis corregir, por más que os empeñéis en ello. Los defectos y vicios incipientes a los que no se da importancia y, con tal pretexto, se dejan de reprimir, «son —dice Tertuliano— gérmenes de pecados que presagian una vida criminal».
Las espinas, cuando empiezan a brotar, no pican; las víboras, al nacer, no tienen veneno; sin embargo, con el tiempo, las puntas de las espinas se vuelven duras y afiladas como puñales; y las víboras, conforme van envejeciendo, se hacen más ponzoñosas. Sucede igual con los vicios y defectos de los muchachos: si se les deja crecer y medrar, se convierten en pasiones tiránicas y hábitos criminales que oponen resistencia invencible a cualquier intento de corrección. (2)
Cuando haya que corregir a los hijos deberá tenerse muy en cuenta la educación que han recibido, sus edades físicas y mentales, sus comportamientos y actitudes con la familia, escuela y amistades, sus capacidades intelectuales y físicas, objetivos previstos y realizados, etc.
Toda corrección proviene de una acción u omisión que se ha podido producir queriendo o sin querer. Es obligación de los padres examinar con mucho cuidadazo la acción o la omisión para que la corrección esté en la misma línea de tamaño, intensidad y valor. No se debe matar una pulga con un cañón, ni un elefante con la mano.(3)
El amor a los hijos
Tener un hijo es decir "sí" al Señor.
Tener un hijo es decir "sí" a la vida.
Tener un hijo es decir "sí" al amor.
Tener un hijo es decir "sí" a un consuelo.
Tener un hijo es decir "sí" a la alegría.
Tener un hijo es decir "sí" a una Cruz.
Tener un hijo es decir "sí" a un ser hecho de barro, con aliento divino y lleno de luz.
Ama a tu hijo, cuídalo, edúcalo, sostenlo, abrázalo, escúchalo, mándalo, acarícialo, ve en el a un Tesoro de Dios.
DEO OMNIS GLORIA!
Fuentes:
1: "Familiaris Consortio" II Parte, 14
2: De "Acción Familia", "Educar a un niño es corregir sus malas tendencias"
3: De Catholic.net, "Corregir a los hijos, aplicando las virtudes y valores humanos"
martes, 15 de junio de 2010
Catequesis sobre la familia: La unidad del Matrimonio
"¡Qué dulce y santa es la alianza de dos fieles que llevan el mismo yugo, que están reunidos por una esperanza igual, en un mismo voto, en igual disciplina, en idéntica dependencia! Son hermanos, los dos, servidores ambos del mismo Amo, confundidos los dos en una misma carne, no constituyendo más que una sóla carne y un sólo espíritu. Oran y se prosternan juntos, juntos ayunan, recíprocamente se enseñan y se estimulan, soportándose mutuamente. Acompañados se les encuentra en la Iglesia y en el divino banquete. De igual modo comparten pobreza y abundancia, la furia de las persecuciones o los refrigerios de la paz. Sin secretos que ocultarse ni razones para mutuamente sorprenderse; inviolable confianza, recíproca solicitud; jamás hastíos ni aburrimiento." (Tertuliano, A su esposa, VIII)
Estas palabras de Tertuliano suenan como una mentira en nuestros tiempos, pero en ellas se encuentran características que todo matrimonio debería buscar e incluso algunas se encuentran de forma natural en él. Si bien tiene que existir esta unidad, debe buscarse con estos criterios: el amor (la entrega) a Dios, el amor al cónyuge, el amor a la familia y el amor a todos, ya que el Matrimonio es una instancia para servir a la comunidad junto con el otro, que es distinto a uno, pero complementario. Si no existe unidad en una familia, ¿cómo buscar la unidad de cualquier otra cosa?
Si la relación no triunfa, hay que buscar un reenamoramiento y una reconstrucción con buenos cimientos, de lo contrario caerá con facilidad la relación. Hay que aprender de los problemas, que en el fondo son pruebas para poder fortalecerse.
Hay que buscar a Dios dentro de la relación, que es la fuente del amor, de lo contrario todo será en vano. José cuando se enfrentó a la prueba del embarazo de María, escuchó la voz del Señor, y decidió de acuerdo a lo que le había sido revelado por Él, no separarse de ella.
Del Génesis
(Cáp. 2, vs 15-24)
El Señor Dios tomó al hombre y lo puso en el jardín de Edén, para que lo cultivara y lo cuidara. Y le dio esta orden: «Puedes comer de todos los árboles que hay en el jardín, exceptuando únicamente el árbol del conocimiento del bien y del mal. De él no deberás comer, porque el día que lo hagas quedarás sujeto a la muerte». Después dijo el Señor Dios: «No conviene que el hombre esté solo. Voy a hacerle una ayuda adecuada». Entonces el Señor Dios modeló con arcilla del suelo a todos los animales de campo y a todos los pájaros del cielo, y los presentó al hombre para ver qué nombre les pondría. Porque cada ser viviente debía tener el nombre que le pusiera el hombre. El hombre puso un nombre a todos los animales domésticos, a todas las aves del cielo y a todos los animales del campo; pero entre ellos no encontró la ayuda adecuada. Entonces el Señor Dios hizo caer sobre el hombre un profundo sueño, y cuando este se durmió, tomó una de sus costillas y cerró con carne el lugar vacío. Luego, con la costilla que había sacado del hombre, el Señor Dios formó una mujer y se la presentó al hombre. El hombre exclamó: «¡Esta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne! Se llamará Mujer, porque ha sido sacada del hombre». Por eso el hombre deja a su padre y a su madre y se une a su mujer, y los dos llegan a ser una sola carne.
Estas palabras de Tertuliano suenan como una mentira en nuestros tiempos, pero en ellas se encuentran características que todo matrimonio debería buscar e incluso algunas se encuentran de forma natural en él. Si bien tiene que existir esta unidad, debe buscarse con estos criterios: el amor (la entrega) a Dios, el amor al cónyuge, el amor a la familia y el amor a todos, ya que el Matrimonio es una instancia para servir a la comunidad junto con el otro, que es distinto a uno, pero complementario. Si no existe unidad en una familia, ¿cómo buscar la unidad de cualquier otra cosa?
Si la relación no triunfa, hay que buscar un reenamoramiento y una reconstrucción con buenos cimientos, de lo contrario caerá con facilidad la relación. Hay que aprender de los problemas, que en el fondo son pruebas para poder fortalecerse.
Hay que buscar a Dios dentro de la relación, que es la fuente del amor, de lo contrario todo será en vano. José cuando se enfrentó a la prueba del embarazo de María, escuchó la voz del Señor, y decidió de acuerdo a lo que le había sido revelado por Él, no separarse de ella.
Del Génesis
(Cáp. 2, vs 15-24)
El Señor Dios tomó al hombre y lo puso en el jardín de Edén, para que lo cultivara y lo cuidara. Y le dio esta orden: «Puedes comer de todos los árboles que hay en el jardín, exceptuando únicamente el árbol del conocimiento del bien y del mal. De él no deberás comer, porque el día que lo hagas quedarás sujeto a la muerte». Después dijo el Señor Dios: «No conviene que el hombre esté solo. Voy a hacerle una ayuda adecuada». Entonces el Señor Dios modeló con arcilla del suelo a todos los animales de campo y a todos los pájaros del cielo, y los presentó al hombre para ver qué nombre les pondría. Porque cada ser viviente debía tener el nombre que le pusiera el hombre. El hombre puso un nombre a todos los animales domésticos, a todas las aves del cielo y a todos los animales del campo; pero entre ellos no encontró la ayuda adecuada. Entonces el Señor Dios hizo caer sobre el hombre un profundo sueño, y cuando este se durmió, tomó una de sus costillas y cerró con carne el lugar vacío. Luego, con la costilla que había sacado del hombre, el Señor Dios formó una mujer y se la presentó al hombre. El hombre exclamó: «¡Esta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne! Se llamará Mujer, porque ha sido sacada del hombre». Por eso el hombre deja a su padre y a su madre y se une a su mujer, y los dos llegan a ser una sola carne.
martes, 8 de junio de 2010
Catequesis sobre la familia: La Indisolubilidad Matrimonial
La enseñanza del Señor
Cuando Jesús terminó de decir estas palabras, dejó la Galilea y fue al territorio de Judea, más allá del Jordán. Lo siguió una gran multitud y allí curó a los enfermos. Se acercaron a él algunos fariseos y, para ponerlo a prueba, le dijeron: «¿Es lícito al hombre divorciarse de su mujer por cualquier motivo?». El respondió: «¿No han leído ustedes que el Creador, desde el principio, los hizo varón y mujer; y que dijo: "Por eso, el hombre dejará a su padre y a su madre para unirse a su mujer, y los dos no serán sino una sola carne"? De manera que ya no son dos, sino una sola carne. Que el hombre no separe lo que Dios ha unido». Le replicaron: «Entonces, ¿por qué Moisés prescribió entregar una declaración de divorcio cuando uno se separa?». El les dijo: «Moisés les permitió divorciarse de su mujer, debido a la dureza del corazón de ustedes, pero al principio no era sí. Por lo tanto, yo les digo: El que se divorcia de su mujer, a no ser en caso de unión ilegal, y se casa con otra, comete adulterio».
(Sn Mt. 19, 1-9)
He aquí algunos fragmentos tomados de Acción Familia
22.- ¿Por qué el divorcio perjudica a toda la sociedad?
No se toca en la constitución doméstica sin provocar, tarde o temprano, profundas repercusiones en la sociedad entera. Si quisiéramos resumir la antítesis profunda entre el divorcio y el bienestar colectivo diríamos que el divorcio es hijo del egoísmo y el egoísmo es la negación de la vida social.
26.- Pero ¿por qué no se pueden no admitir excepciones establecidas por ley?
Por un deber de justicia y de caridad. Entre el mal de muchos y el mal de pocos, entre la felicidad de la familia y la felicidad de una u otra familia, la ley no puede dudar. Su razón de ser es tutelar y promover el bien general.
Toda ley, mirando el bien general, impone necesariamente privaciones particulares. No es posible abrir una excepción a la ley de la indisolubilidad porque el principio de la excepción arruinará el bien general que la ley debe defender.
27.- ¿Y los cónyuges infelices, serán sacrificados?
Suprimir el dolor es un programa imposible. Ninguna ley evitará las infelicidades conyugales mientras existan imperfecciones humanas . El divorcio tiende a multiplicarlas; la indisolubilidad a restringirlas. Entre los dos males, el menor.
30.- ¿Por qué el divorcio introduce el amor libre?
Lógicamente el divorcio es una fase necesariamente transitoria entre el matrimonio indisoluble y la unión libre, es decir, entre la familia y su destrucción radical. La unión libre es la animalidad, es la negación de toda responsabilidad. De ahí la variedad interminable de las legislaciones divorcistas.
No hay pues un criterio racional y coherente para trazar teóricamente los límites a la excepción divorcista. Menos aún una barrera eficaz para impedir, en la práctica, su crecer progresivo. De hecho, donde hay ley de divorcio, cada cual se divorcia cuando quiere, lo que constituye en la práctica la introducción del amor libre.
La indisolubilidad en el Magisterio Pontificio
"...La comunión primera es la que se instaura y se desarrolla entre los cónyuges; en virtud del pacto de amor conyugal, el hombre y la mujer «no son ya dos, sino una sola carne»(46) y están llamados a crecer continuamente en su comunión a través de la fidelidad cotidana a la promesa matrimonial de la recíproca donación total.
Esta comunión conyugal hunde sus raíces en el complemento natural que existe entre el hombre y la mujer y se alimenta mediante la voluntad personal de los esposos de compartir todo su proyecto de vida, lo que tienen y lo que son; por esto tal comunión es el fruto y el signo de una exigencia profundamente humana." (Familiaris Consortio, III, I, 19)
"La paz en la tierra, suprema aspiración de toda la humanidad a través de la historia, es indudable que no puede establecerse ni consolidarse si no se respeta fielmente el orden establecido por Dios." (Pacem in Terris, Introducción 1)
Dios en la Creación puso el orden establecido para todas las cosas, que el hombre lo destruyó con el pecado original y fue devuelto por medio de Nuestro Señor Jesucristo. De este mismo modo, sucede con la situación del Matrimoio:
"Cristo renueva el designio primitivo que el Creador ha inscrito en el corazón del hombre y de la mujer, y en la celebración del sacramento del matrimonio ofrece un «corazón nuevo»: de este modo los cónyuges no sólo pueden superar la «dureza de corazón»,(51) sino que también y principalmente pueden compartir el amor pleno y definitivo de Cristo, nueva y eterna Alianza hecha carne. Así como el Señor Jesús es el «testigo fiel»,(52) es el «sí» de las promesas de Dios(53) y consiguientemente la realización suprema de la fidelidad incondicional con la que Dios ama a su pueblo, así también los cónyuges cristianos están llamados a participar realmente en la indisolubilidad irrevocable, que une a Cristo con la Iglesia su esposa, amada por Él hasta el fin.(54)" (Familiaris Consortio III Parte, I, 20)
Hoy en día, el hombre ha optado por el divorcio, hijo del desorden, alejando la paz de la Tierra.
En una relación, el hombre y la mujer deben conocerse antes de la vida conyugal, pues nadie ama lo que le es desconocido. Además, deben construír sobre Roca, para así no dejarse llevar por las tentaciones. Deben hacer que el "sí" que dan ante el altar, sea un "sí" durante toda la relación, no dejarse llevar por la rutina, hacer vida juntos. De lo contrario, no se puede esperar grandes resultados, porque el amor es algo que debe crecer, o si no es algo muerto. Y ese amor debe estar en el que es la fuente del amor, porque de lo contrario será un amor que es artificial, pues no está en su naturaleza: Dios.
Por último, me despido con las palabras de S.S. Benedicto XVI:
"« Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él » (1 Jn 4, 16). Estas palabras de la Primera carta de Juan expresan con claridad meridiana el corazón de la fe cristiana: la imagen cristiana de Dios y también la consiguiente imagen del hombre y de su camino. Además, en este mismo versículo, Juan nos ofrece, por así decir, una formulación sintética de la existencia cristiana: « Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él »..." (Deus Caritas Est, Introducción 1)
Cuando Jesús terminó de decir estas palabras, dejó la Galilea y fue al territorio de Judea, más allá del Jordán. Lo siguió una gran multitud y allí curó a los enfermos. Se acercaron a él algunos fariseos y, para ponerlo a prueba, le dijeron: «¿Es lícito al hombre divorciarse de su mujer por cualquier motivo?». El respondió: «¿No han leído ustedes que el Creador, desde el principio, los hizo varón y mujer; y que dijo: "Por eso, el hombre dejará a su padre y a su madre para unirse a su mujer, y los dos no serán sino una sola carne"? De manera que ya no son dos, sino una sola carne. Que el hombre no separe lo que Dios ha unido». Le replicaron: «Entonces, ¿por qué Moisés prescribió entregar una declaración de divorcio cuando uno se separa?». El les dijo: «Moisés les permitió divorciarse de su mujer, debido a la dureza del corazón de ustedes, pero al principio no era sí. Por lo tanto, yo les digo: El que se divorcia de su mujer, a no ser en caso de unión ilegal, y se casa con otra, comete adulterio».
(Sn Mt. 19, 1-9)
He aquí algunos fragmentos tomados de Acción Familia
22.- ¿Por qué el divorcio perjudica a toda la sociedad?
No se toca en la constitución doméstica sin provocar, tarde o temprano, profundas repercusiones en la sociedad entera. Si quisiéramos resumir la antítesis profunda entre el divorcio y el bienestar colectivo diríamos que el divorcio es hijo del egoísmo y el egoísmo es la negación de la vida social.
26.- Pero ¿por qué no se pueden no admitir excepciones establecidas por ley?
Por un deber de justicia y de caridad. Entre el mal de muchos y el mal de pocos, entre la felicidad de la familia y la felicidad de una u otra familia, la ley no puede dudar. Su razón de ser es tutelar y promover el bien general.
Toda ley, mirando el bien general, impone necesariamente privaciones particulares. No es posible abrir una excepción a la ley de la indisolubilidad porque el principio de la excepción arruinará el bien general que la ley debe defender.
27.- ¿Y los cónyuges infelices, serán sacrificados?
Suprimir el dolor es un programa imposible. Ninguna ley evitará las infelicidades conyugales mientras existan imperfecciones humanas . El divorcio tiende a multiplicarlas; la indisolubilidad a restringirlas. Entre los dos males, el menor.
30.- ¿Por qué el divorcio introduce el amor libre?
Lógicamente el divorcio es una fase necesariamente transitoria entre el matrimonio indisoluble y la unión libre, es decir, entre la familia y su destrucción radical. La unión libre es la animalidad, es la negación de toda responsabilidad. De ahí la variedad interminable de las legislaciones divorcistas.
No hay pues un criterio racional y coherente para trazar teóricamente los límites a la excepción divorcista. Menos aún una barrera eficaz para impedir, en la práctica, su crecer progresivo. De hecho, donde hay ley de divorcio, cada cual se divorcia cuando quiere, lo que constituye en la práctica la introducción del amor libre.
La indisolubilidad en el Magisterio Pontificio
"...La comunión primera es la que se instaura y se desarrolla entre los cónyuges; en virtud del pacto de amor conyugal, el hombre y la mujer «no son ya dos, sino una sola carne»(46) y están llamados a crecer continuamente en su comunión a través de la fidelidad cotidana a la promesa matrimonial de la recíproca donación total.
Esta comunión conyugal hunde sus raíces en el complemento natural que existe entre el hombre y la mujer y se alimenta mediante la voluntad personal de los esposos de compartir todo su proyecto de vida, lo que tienen y lo que son; por esto tal comunión es el fruto y el signo de una exigencia profundamente humana." (Familiaris Consortio, III, I, 19)
"La paz en la tierra, suprema aspiración de toda la humanidad a través de la historia, es indudable que no puede establecerse ni consolidarse si no se respeta fielmente el orden establecido por Dios." (Pacem in Terris, Introducción 1)
Dios en la Creación puso el orden establecido para todas las cosas, que el hombre lo destruyó con el pecado original y fue devuelto por medio de Nuestro Señor Jesucristo. De este mismo modo, sucede con la situación del Matrimoio:
"Cristo renueva el designio primitivo que el Creador ha inscrito en el corazón del hombre y de la mujer, y en la celebración del sacramento del matrimonio ofrece un «corazón nuevo»: de este modo los cónyuges no sólo pueden superar la «dureza de corazón»,(51) sino que también y principalmente pueden compartir el amor pleno y definitivo de Cristo, nueva y eterna Alianza hecha carne. Así como el Señor Jesús es el «testigo fiel»,(52) es el «sí» de las promesas de Dios(53) y consiguientemente la realización suprema de la fidelidad incondicional con la que Dios ama a su pueblo, así también los cónyuges cristianos están llamados a participar realmente en la indisolubilidad irrevocable, que une a Cristo con la Iglesia su esposa, amada por Él hasta el fin.(54)" (Familiaris Consortio III Parte, I, 20)
Hoy en día, el hombre ha optado por el divorcio, hijo del desorden, alejando la paz de la Tierra.
En una relación, el hombre y la mujer deben conocerse antes de la vida conyugal, pues nadie ama lo que le es desconocido. Además, deben construír sobre Roca, para así no dejarse llevar por las tentaciones. Deben hacer que el "sí" que dan ante el altar, sea un "sí" durante toda la relación, no dejarse llevar por la rutina, hacer vida juntos. De lo contrario, no se puede esperar grandes resultados, porque el amor es algo que debe crecer, o si no es algo muerto. Y ese amor debe estar en el que es la fuente del amor, porque de lo contrario será un amor que es artificial, pues no está en su naturaleza: Dios.
Por último, me despido con las palabras de S.S. Benedicto XVI:
"« Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él » (1 Jn 4, 16). Estas palabras de la Primera carta de Juan expresan con claridad meridiana el corazón de la fe cristiana: la imagen cristiana de Dios y también la consiguiente imagen del hombre y de su camino. Además, en este mismo versículo, Juan nos ofrece, por así decir, una formulación sintética de la existencia cristiana: « Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él »..." (Deus Caritas Est, Introducción 1)
martes, 1 de junio de 2010
Catequesis sobre la Familia: la bendición de este Matrimonio
He aquí algunos fragmentos de la Homilía del Siervo de Dios Juan Pablo II para la Beatificación del Matrimonio Luis y María Beltrame Quattrocchi
"Con este solemne acto eclesial queremos poner de relieve un ejemplo de respuesta afirmativa a la pregunta de Cristo. La respuesta la dan dos esposos, que vivieron en Roma en la primera mitad del siglo XX, un siglo durante el cual la fe en Cristo fue sometida a dura a prueba. También en aquellos años difíciles los esposos Luis y María mantuvieron encendida la lámpara de la fe -lumen Christi- y la transmitieron a sus cuatro hijos, tres de los cuales están presentes hoy en esta basílica. Queridos hermanos, vuestra madre escribió estas palabras sobre vosotros: "Los educábamos en la fe, para que conocieran a Dios y lo amaran" (L'ordito e la trama, p. 9). Pero vuestros padres también transmitieron esa llama viva a sus amigos, a sus conocidos y a sus compañeros. Y ahora, desde el cielo, la donan a toda la Iglesia."
"Estos esposos vivieron, a la luz del Evangelio y con gran intensidad humana, el amor conyugal y el servicio a la vida. Cumplieron con plena responsabilidad la tarea de colaborar con Dios en la procreación, entregándose generosamente a sus hijos para educarlos, guiarlos y orientarlos al descubrimiento de su designio de amor. En este terreno espiritual tan fértil surgieron vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada, que demuestran cómo el matrimonio y la virginidad, a partir de sus raíces comunes en el amor esponsal del Señor, están íntimamente unidos y se iluminan recíprocamente.
Los beatos esposos, inspirándose en la palabra de Dios y en el testimonio de los santos, vivieron una vida ordinaria de modo extraordinario."
"La riqueza de fe y amor de los esposos Luis y María Beltrame Quattrocchi es una demostración viva de lo que el concilio Vaticano II afirmó acerca de la llamada de todos los fieles a la santidad, especificando que los cónyuges persiguen este objetivo "propriam viam sequentes", "siguiendo su propio camino" (Lumen gentium, 41). Esta precisa indicación del Concilio se realiza plenamente hoy con la primera beatificación de una pareja de esposos: practicaron la fidelidad al Evangelio y el heroísmo de las virtudes a partir de su vivencia como esposos y padres.
En su vida, como en la de tantos otros matrimonios que cumplen cada día sus obligaciones de padres, se puede contemplar la manifestación sacramental del amor de Cristo a la Iglesia."
(A las personas que han contraído el vínculo del Matrimoio): "Buscad en la palabra de Dios la respuesta a los numerosos interrogantes que la vida diaria os plantea. San Pablo, en la segunda lectura, nos ha recordado que "toda Escritura inspirada por Dios es también útil para enseñar, para reprender, para corregir y para educar en la virtud" (2 Tm 3, 16). Sostenidos por la fuerza de estas palabras, juntos podréis insistir con vuestros hijos "a tiempo y a destiempo", reprendiéndolos y exhortándolos "con toda comprensión y pedagogía" (2 Tm 4, 2)."
(En cuanto a las situaciones difíciles dentro del Matrimonio): "También en estas situaciones se puede dar un gran testimonio de fidelidad en el amor, que llega a ser más significativo aún gracias a la purificación en el crisol del dolor.
Encomiendo a todas las familias probadas a la providente mano de Dios y a la protección amorosa de María, modelo sublime de esposa y madre, que conoció bien el sufrimiento y la dificultad de seguir a Cristo hasta el pie de la cruz. Amadísimos esposos, que jamás os venza el desaliento: la gracia del sacramento os sostiene y ayuda a elevar continuamente los brazos al cielo, como Moisés, de quien ha hablado la primera lectura (cf. Ex 17, 11-12). La Iglesia os acompaña y ayuda con su oración, sobre todo en los momentos de dificultad."
"Queridos hermanos, la Iglesia confía en vosotros para afrontar los desafíos que se le plantean en este nuevo milenio. Entre los caminos de su misión, "la familia es el primero y el más importante" (Carta a las familias, 2); la Iglesia cuenta con ella, llamándola a ser "un verdadero sujeto de evangelización y de apostolado" (ib., 16)."
"Renovad en vosotros mismos el impulso misionero, haciendo de vuestros hogares lugares privilegiados para el anuncio y la acogida del Evangelio, en un clima de oración y en la práctica concreta de la solidaridad cristiana.
Que el Espíritu Santo, que colmó el corazón de María para que, en la plenitud de los tiempos, concibiera al Verbo de la vida y lo acogiera juntamente con su esposo José, os sostenga y fortalezca. Que colme vuestro corazón de alegría y paz, para que alabéis cada día al Padre celestial, de quien viene toda gracia y bendición.
Amén."
Extraído del Sitio de la Santa Sede
"Con este solemne acto eclesial queremos poner de relieve un ejemplo de respuesta afirmativa a la pregunta de Cristo. La respuesta la dan dos esposos, que vivieron en Roma en la primera mitad del siglo XX, un siglo durante el cual la fe en Cristo fue sometida a dura a prueba. También en aquellos años difíciles los esposos Luis y María mantuvieron encendida la lámpara de la fe -lumen Christi- y la transmitieron a sus cuatro hijos, tres de los cuales están presentes hoy en esta basílica. Queridos hermanos, vuestra madre escribió estas palabras sobre vosotros: "Los educábamos en la fe, para que conocieran a Dios y lo amaran" (L'ordito e la trama, p. 9). Pero vuestros padres también transmitieron esa llama viva a sus amigos, a sus conocidos y a sus compañeros. Y ahora, desde el cielo, la donan a toda la Iglesia."
"Estos esposos vivieron, a la luz del Evangelio y con gran intensidad humana, el amor conyugal y el servicio a la vida. Cumplieron con plena responsabilidad la tarea de colaborar con Dios en la procreación, entregándose generosamente a sus hijos para educarlos, guiarlos y orientarlos al descubrimiento de su designio de amor. En este terreno espiritual tan fértil surgieron vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada, que demuestran cómo el matrimonio y la virginidad, a partir de sus raíces comunes en el amor esponsal del Señor, están íntimamente unidos y se iluminan recíprocamente.
Los beatos esposos, inspirándose en la palabra de Dios y en el testimonio de los santos, vivieron una vida ordinaria de modo extraordinario."
"La riqueza de fe y amor de los esposos Luis y María Beltrame Quattrocchi es una demostración viva de lo que el concilio Vaticano II afirmó acerca de la llamada de todos los fieles a la santidad, especificando que los cónyuges persiguen este objetivo "propriam viam sequentes", "siguiendo su propio camino" (Lumen gentium, 41). Esta precisa indicación del Concilio se realiza plenamente hoy con la primera beatificación de una pareja de esposos: practicaron la fidelidad al Evangelio y el heroísmo de las virtudes a partir de su vivencia como esposos y padres.
En su vida, como en la de tantos otros matrimonios que cumplen cada día sus obligaciones de padres, se puede contemplar la manifestación sacramental del amor de Cristo a la Iglesia."
(A las personas que han contraído el vínculo del Matrimoio): "Buscad en la palabra de Dios la respuesta a los numerosos interrogantes que la vida diaria os plantea. San Pablo, en la segunda lectura, nos ha recordado que "toda Escritura inspirada por Dios es también útil para enseñar, para reprender, para corregir y para educar en la virtud" (2 Tm 3, 16). Sostenidos por la fuerza de estas palabras, juntos podréis insistir con vuestros hijos "a tiempo y a destiempo", reprendiéndolos y exhortándolos "con toda comprensión y pedagogía" (2 Tm 4, 2)."
(En cuanto a las situaciones difíciles dentro del Matrimonio): "También en estas situaciones se puede dar un gran testimonio de fidelidad en el amor, que llega a ser más significativo aún gracias a la purificación en el crisol del dolor.
Encomiendo a todas las familias probadas a la providente mano de Dios y a la protección amorosa de María, modelo sublime de esposa y madre, que conoció bien el sufrimiento y la dificultad de seguir a Cristo hasta el pie de la cruz. Amadísimos esposos, que jamás os venza el desaliento: la gracia del sacramento os sostiene y ayuda a elevar continuamente los brazos al cielo, como Moisés, de quien ha hablado la primera lectura (cf. Ex 17, 11-12). La Iglesia os acompaña y ayuda con su oración, sobre todo en los momentos de dificultad."
"Queridos hermanos, la Iglesia confía en vosotros para afrontar los desafíos que se le plantean en este nuevo milenio. Entre los caminos de su misión, "la familia es el primero y el más importante" (Carta a las familias, 2); la Iglesia cuenta con ella, llamándola a ser "un verdadero sujeto de evangelización y de apostolado" (ib., 16)."
"Renovad en vosotros mismos el impulso misionero, haciendo de vuestros hogares lugares privilegiados para el anuncio y la acogida del Evangelio, en un clima de oración y en la práctica concreta de la solidaridad cristiana.
Que el Espíritu Santo, que colmó el corazón de María para que, en la plenitud de los tiempos, concibiera al Verbo de la vida y lo acogiera juntamente con su esposo José, os sostenga y fortalezca. Que colme vuestro corazón de alegría y paz, para que alabéis cada día al Padre celestial, de quien viene toda gracia y bendición.
Amén."
Extraído del Sitio de la Santa Sede
martes, 25 de mayo de 2010
Catequesis sobre la familia
Comenzamos con la Catequesis sobre la familia, luego de ver la del Padre Nuestro. La mencionada oración, es una escuela familiar, que nos habla de un Dios de amor, que perdona y que es Padre, por lo que nos hace hijos y hermanos. Todas estas cosas están, o deberían estar en la familia.
El Padre Nuestro también nos habla de santificar el Nombre de Dios, de alabarlo, y qué mejor que hacer esto en familia. También nos enseña a construír el Reino de Dios. Y cómo una familia cristiana ayuda a construír el Reino de Dios, viviendo el amor, la oración, las uenas costumbres, siendo buenos vecinos, los padres enseñando alos hijos la fe, los hijos vivendo unidos.
Espero que esta Catequesis sea útil, especialmente en estos tiempos que se quiere destruír o se ha perdido el sentido de varias cosas: el Matrimonio, la procreación, la vida en el vientre materno, la educación que los hijos deben recibir de los padres, etc.
Por eso, propongo estas palabras del Siervo de Dios Juan Pablo II en la exhortación apostólica "Familiaris Consortio":
"En el designio de Dios Creador y Redentor la familia descubre no sólo su «identidad», lo que «es», sino también su «misión», lo que puede y debe «hacer». El cometido, que ella por vocación de Dios está llamada a desempeñar en la historia, brota de su mismo ser y representa su desarrollo dinámico y existencial. Toda familia descubre y encuentra en sí misma la llamada imborrable, que define a la vez su dignidad y su responsabilidad: familia, ¡«sé» lo que «eres»!
Remontarse al «principio» del gesto creador de Dios es una necesidad para la familia, si quiere conocerse y realizarse según la verdad interior no sólo de su ser, sino también de su actuación histórica. Y dado que, según el designio divino, está constituida como «íntima comunidad de vida y de amor»,(44) la familia tiene la misión de ser cada vez más lo que es, es decir, comunidad de vida y amor, en una tensión que, al igual que para toda realidad creada y redimida, hallará su cumplimiento en el Reino de Dios. En una perspectiva que además llega a las raíces mismas de la realidad, hay que decir que la esencia y el cometido de la familia son definidos en última instancia por el amor. Por esto la familia recibe la misión de custodiar, revelar y comunicar el amor, como reflejo vivo y participación real del amor de Dios por la humanidad y del amor de Cristo Señor por la Iglesia su esposa.
Todo cometido particular de la familia es la expresión y la actuación concreta de tal misión fundamental. Es necesario por tanto penetrar más a fondo en la singular riqueza de la misión de la familia y sondear sus múltiples y unitarios contenidos.
En este sentido, partiendo del amor y en constante referencia a él, el reciente Sínodo ha puesto de relieve cuatro cometidos generales de la familia:
1) formación de una comunidad de personas;
2) servicio a la vida;
3) participación en el desarrollo de la sociedad;
4) participación en la vida y misión de la Iglesia."
Bendiciones.
El Padre Nuestro también nos habla de santificar el Nombre de Dios, de alabarlo, y qué mejor que hacer esto en familia. También nos enseña a construír el Reino de Dios. Y cómo una familia cristiana ayuda a construír el Reino de Dios, viviendo el amor, la oración, las uenas costumbres, siendo buenos vecinos, los padres enseñando alos hijos la fe, los hijos vivendo unidos.
Espero que esta Catequesis sea útil, especialmente en estos tiempos que se quiere destruír o se ha perdido el sentido de varias cosas: el Matrimonio, la procreación, la vida en el vientre materno, la educación que los hijos deben recibir de los padres, etc.
Por eso, propongo estas palabras del Siervo de Dios Juan Pablo II en la exhortación apostólica "Familiaris Consortio":
"En el designio de Dios Creador y Redentor la familia descubre no sólo su «identidad», lo que «es», sino también su «misión», lo que puede y debe «hacer». El cometido, que ella por vocación de Dios está llamada a desempeñar en la historia, brota de su mismo ser y representa su desarrollo dinámico y existencial. Toda familia descubre y encuentra en sí misma la llamada imborrable, que define a la vez su dignidad y su responsabilidad: familia, ¡«sé» lo que «eres»!
Remontarse al «principio» del gesto creador de Dios es una necesidad para la familia, si quiere conocerse y realizarse según la verdad interior no sólo de su ser, sino también de su actuación histórica. Y dado que, según el designio divino, está constituida como «íntima comunidad de vida y de amor»,(44) la familia tiene la misión de ser cada vez más lo que es, es decir, comunidad de vida y amor, en una tensión que, al igual que para toda realidad creada y redimida, hallará su cumplimiento en el Reino de Dios. En una perspectiva que además llega a las raíces mismas de la realidad, hay que decir que la esencia y el cometido de la familia son definidos en última instancia por el amor. Por esto la familia recibe la misión de custodiar, revelar y comunicar el amor, como reflejo vivo y participación real del amor de Dios por la humanidad y del amor de Cristo Señor por la Iglesia su esposa.
Todo cometido particular de la familia es la expresión y la actuación concreta de tal misión fundamental. Es necesario por tanto penetrar más a fondo en la singular riqueza de la misión de la familia y sondear sus múltiples y unitarios contenidos.
En este sentido, partiendo del amor y en constante referencia a él, el reciente Sínodo ha puesto de relieve cuatro cometidos generales de la familia:
1) formación de una comunidad de personas;
2) servicio a la vida;
3) participación en el desarrollo de la sociedad;
4) participación en la vida y misión de la Iglesia."
Bendiciones.
lunes, 17 de mayo de 2010
Catequesis del Padre Nuestro: Sobre la palabra "Amén"
Finalizamos nuestra catequesis del Padre Nuestro, con este tema, sobre la palabra "Amén".
"La palabra amén ha sido interpretada y traducida diversamente. La versión griega de los Setenta la traduce: Hágase; Aquila: Fielmente; otros: Verdaderamente.
La cosa en sí no tiene demasiada importancia, con tal de que se retenga su genuino significado: que Dios responde afirmativamente a nuestros ruegos. Éste era el pensamiento de San Pablo cuando escribía: Pues todas cuan-tas promesas hay de Dios, son en El sí; y por Él decimos amén, para gloria de Dios en nosotros (2Co 1,20).
El saber que Dios escucha nuestras plegarias y está pronto a responderlas con su "sí" majestuoso, debe engendrar en nosotros una profunda atención cuando oramos, sin permitir que nuestra mente se pierda en vanas distracciones. La conciencia de tener ya con nosotros, misericordioso y bueno, al Dios que nos escucha, nos hará cantar con el profeta: Es Dios quien me defiende; es el Señor el sostén de mi vida (Ps 53,6).
Y nadie dudará que Dios se conmueve ante el nombre y plegaria de su Hijo Jesucristo, siempre escuchado-según San Pablo-por su reverencia al temor (He 5,7), y de quien es la gloría y el imperio por los siglas de los siglos (1P 4,11)." (El "Catecismo Romano" del Concilio de Trento 4a parte, Cap. XI, III)
Pero, no sólo es ese sí de Dios hacia nosotros, sino también el "sí" con que nosotros debemos responderle.
El Padre Nuestro es el resumen de todo el Evangelio, al que nosotros debemos responder afirmativamente. El Evangelio no es un conjunto de noes, sino el gran sí al Dios del amor.
Para cerrar esta catequesis, que estuvimos viendo los días martes, les propongo que recemos conla oración del Señor, pero concientes de lo que estamos pidiendo, y que lo tenemos que afirmar con nuestra vida: Pater noster, qui es in coelis...
Bendiciones.
"La palabra amén ha sido interpretada y traducida diversamente. La versión griega de los Setenta la traduce: Hágase; Aquila: Fielmente; otros: Verdaderamente.
La cosa en sí no tiene demasiada importancia, con tal de que se retenga su genuino significado: que Dios responde afirmativamente a nuestros ruegos. Éste era el pensamiento de San Pablo cuando escribía: Pues todas cuan-tas promesas hay de Dios, son en El sí; y por Él decimos amén, para gloria de Dios en nosotros (2Co 1,20).
El saber que Dios escucha nuestras plegarias y está pronto a responderlas con su "sí" majestuoso, debe engendrar en nosotros una profunda atención cuando oramos, sin permitir que nuestra mente se pierda en vanas distracciones. La conciencia de tener ya con nosotros, misericordioso y bueno, al Dios que nos escucha, nos hará cantar con el profeta: Es Dios quien me defiende; es el Señor el sostén de mi vida (Ps 53,6).
Y nadie dudará que Dios se conmueve ante el nombre y plegaria de su Hijo Jesucristo, siempre escuchado-según San Pablo-por su reverencia al temor (He 5,7), y de quien es la gloría y el imperio por los siglas de los siglos (1P 4,11)." (El "Catecismo Romano" del Concilio de Trento 4a parte, Cap. XI, III)
Pero, no sólo es ese sí de Dios hacia nosotros, sino también el "sí" con que nosotros debemos responderle.
El Padre Nuestro es el resumen de todo el Evangelio, al que nosotros debemos responder afirmativamente. El Evangelio no es un conjunto de noes, sino el gran sí al Dios del amor.
Para cerrar esta catequesis, que estuvimos viendo los días martes, les propongo que recemos conla oración del Señor, pero concientes de lo que estamos pidiendo, y que lo tenemos que afirmar con nuestra vida: Pater noster, qui es in coelis...
Bendiciones.
martes, 11 de mayo de 2010
Catequesis del Padre Nuestro: Sobre las palabras "Y líbranos del mal"
“2850 La última petición a nuestro Padre está también contenida en la oración de Jesús: "No te pido que los retires del mundo, sino que los guardes del Maligno" (Jn 17, 15). Esta petición concierne a cada uno individualmente, pero siempre quien ora es el "nosotros", en comunión con toda la Iglesia y para la salvación de toda la familia humana. La oración del Señor no cesa de abrirnos a las dimensiones de la economía de la salvación. Nuestra interdependencia en el drama del pecado y de la muerte se vuelve solidaridad en el Cuerpo de Cristo, en "comunión con los santos" (cf RP 16).
2851 En esta petición, el mal no es una abstracción, sino que designa una persona, Satanás, el Maligno, el ángel que se opone a Dios. El "diablo" ["dia-bolos"] es aquél que "se atraviesa" en el designio de Dios y su obra de salvación cumplida en Cristo.
2852 "Homicida desde el principio, mentiroso y padre de la mentira" (Jn 8, 44), "Satanás, el seductor del mundo entero" (Ap 12, 9), es aquél por medio del cual el pecado y la muerte entraron en el mundo y, por cuya definitiva derrota, toda la creación entera será "liberada del pecado y de la muerte" (MR, Plegaria Eucarística IV). "Sabemos que todo el que ha nacido de Dios no peca, sino que el Engendrado de Dios le guarda y el Maligno no llega a tocarle. Sabemos que somos de Dios y que el mundo entero yace en poder del Maligno" (1 Jn 5, 18-19):
El Señor que ha borrado vuestro pecado y perdonado vuestras faltas también os protege y os gua rda contra las astucias del Diablo que os combate para que el enemigo, que tiene la costumbre de engendrar la falta, no os sorprenda. Quien confía en Dios, no tema al Demonio. "Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?" (Rm 8, 31) (S. Ambrosio, sacr. 5, 30).
2853 La victoria sobre el "príncipe de este mundo" (Jn 14, 30) se adquirió de una vez por todas en la Hora en que Jesús se entregó libremente a la muerte para darnos su Vida. Es el juicio de este mundo, y el príncipe de este mundo está "echado abajo" (Jn 12, 31; Ap 12, 11). "El se lanza en persecución de la Mujer" (cf Ap 12, 13-16), pero no consigue alcanzarla: la nueva Eva, "llena de gracia" del Espíritu Santo es preservada del pecado y de la corrupción de la muerte (Concepción inmaculada y Asunción de la santísima Madre de Dios, María, siempre virgen). "Entonces despechado contra la Mujer, se fue a hacer la guerra al resto de sus hijos" (Ap 12, 17). Por eso, el Espíritu y la Iglesia oran: "Ven, Señor Jesús" (Ap 22, 17. 20) ya que su Venida nos librará del Maligno.
2854 Al pedir ser liberados del Maligno, oramos igualmente para ser liberados de todos los males, presentes, pasados y futuros de los que él es autor o instigador. En esta última petición, la Iglesia presenta al Padre todas las desdichas del mundo. Con la liberación de todos los males que abruman a la humanidad, implora el don precioso de la paz y la gracia de la espera perseverante en el retorno de Cristo. Orando así, anticipa en la humildad de la fe la recapitulación de todos y de todo en Aquél que "tiene las llaves de la Muerte y del Hades" (Ap 1,18), "el Dueño de todo, Aquél que es, que era y que ha de venir" (Ap 1,8; cf Ap 1, 4):
Líbranos de todos los males, Señor, y concédenos la paz en nuestros días, para que, ayudados por tu misericordia, vivamos siempre libres de pecado y protegidos de toda perturbación, mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo (MR, Embolismo).” (Catecismo de la Iglesia Católica 4ª parte, 2ª sección, Art. 3, VII)
2851 En esta petición, el mal no es una abstracción, sino que designa una persona, Satanás, el Maligno, el ángel que se opone a Dios. El "diablo" ["dia-bolos"] es aquél que "se atraviesa" en el designio de Dios y su obra de salvación cumplida en Cristo.
2852 "Homicida desde el principio, mentiroso y padre de la mentira" (Jn 8, 44), "Satanás, el seductor del mundo entero" (Ap 12, 9), es aquél por medio del cual el pecado y la muerte entraron en el mundo y, por cuya definitiva derrota, toda la creación entera será "liberada del pecado y de la muerte" (MR, Plegaria Eucarística IV). "Sabemos que todo el que ha nacido de Dios no peca, sino que el Engendrado de Dios le guarda y el Maligno no llega a tocarle. Sabemos que somos de Dios y que el mundo entero yace en poder del Maligno" (1 Jn 5, 18-19):
El Señor que ha borrado vuestro pecado y perdonado vuestras faltas también os protege y os gua rda contra las astucias del Diablo que os combate para que el enemigo, que tiene la costumbre de engendrar la falta, no os sorprenda. Quien confía en Dios, no tema al Demonio. "Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?" (Rm 8, 31) (S. Ambrosio, sacr. 5, 30).
2853 La victoria sobre el "príncipe de este mundo" (Jn 14, 30) se adquirió de una vez por todas en la Hora en que Jesús se entregó libremente a la muerte para darnos su Vida. Es el juicio de este mundo, y el príncipe de este mundo está "echado abajo" (Jn 12, 31; Ap 12, 11). "El se lanza en persecución de la Mujer" (cf Ap 12, 13-16), pero no consigue alcanzarla: la nueva Eva, "llena de gracia" del Espíritu Santo es preservada del pecado y de la corrupción de la muerte (Concepción inmaculada y Asunción de la santísima Madre de Dios, María, siempre virgen). "Entonces despechado contra la Mujer, se fue a hacer la guerra al resto de sus hijos" (Ap 12, 17). Por eso, el Espíritu y la Iglesia oran: "Ven, Señor Jesús" (Ap 22, 17. 20) ya que su Venida nos librará del Maligno.
2854 Al pedir ser liberados del Maligno, oramos igualmente para ser liberados de todos los males, presentes, pasados y futuros de los que él es autor o instigador. En esta última petición, la Iglesia presenta al Padre todas las desdichas del mundo. Con la liberación de todos los males que abruman a la humanidad, implora el don precioso de la paz y la gracia de la espera perseverante en el retorno de Cristo. Orando así, anticipa en la humildad de la fe la recapitulación de todos y de todo en Aquél que "tiene las llaves de la Muerte y del Hades" (Ap 1,18), "el Dueño de todo, Aquél que es, que era y que ha de venir" (Ap 1,8; cf Ap 1, 4):
Líbranos de todos los males, Señor, y concédenos la paz en nuestros días, para que, ayudados por tu misericordia, vivamos siempre libres de pecado y protegidos de toda perturbación, mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo (MR, Embolismo).” (Catecismo de la Iglesia Católica 4ª parte, 2ª sección, Art. 3, VII)
martes, 4 de mayo de 2010
Catequesis del Padre Nuestro: Sobre las palabras "No nos dejes caer en la tentación"
Significado de las palabras
“(…) Es un dato de experiencia espiritual que precisamente cuando los hijos de Dios han conseguido el perdón de sus pecados y, animados de generosos propósitos, se consagran enteramente al servicio de Dios y a la extensión de su reino por la fiel sumisión a su voluntad y providencia amorosa, el enemigo rabia más que nunca contra ellos y trata de combatirles y vencerles con nuevos ardides y más poderosos obstáculos (1).
Y no es infrecuente el caso de quienes, enfriados los primeros fervores, recaen de nuevo en la vida del pecado y aun llegan a peores extremos que antes. San Pedro escribió de ellos: Mejor les hubiera sido no haber conocido el camino de la justicia que, después de conocerlo, abandonar los santos preceptos que les fueron dados (2P 2,21).
Por esto nos mandó Cristo hacer esta nueva petición: No nos dejes caer en la tentación. Para que aprendiéramos a implorar cada día la poderosa y paternal ayuda de Dios, convencidos de que sin el apoyo de su divino auxilio caeremos en los lazos del enemigo de nuestras almas. También en el discurso de la última Cena, refiriéndose a la guarda de la pureza del corazón, recomendaba Cristo a los apóstoles: Velad y orad pava no caer en la tentación (Mt 26,41).
II. SU NECESIDAD
A.) Por la debilidad y miserias que en nosotros dejó el pecado de origen
Plegaria necesaria a todos - y conviene inculcarlo muchísimo a los fieles -, porque la vida de todos se desenvuelve entre continuos y graves peligros.
Una nueva constatación de la necesidad que el hombre tiene de esta divina ayuda es la misma debilidad de nuestra naturaleza, constantemente inclinada al mal; debilidad subrayada por Jesús en aquellas palabras tan profundamente verdaderas: El espíritu está pronto, pero la carne es flaca (Mt 26,41). Ella es precisamente la causa de tantas y tan serias caídas, frecuentemente irreparables.
Un ejemplo bien significativo de esto lo tenemos en los apóstoles, quienes, habiendo afirmado hacía poco que seguirían al Maestro a toda costa, a la primera señal de peligro huyen y le abandonan (2). Pedro había asegurado: Aunque tenga que morir contigo, no te negaré (Mt 26,35); y bien pronto, atemorizado por las palabras de una simple sirvienta, afirmará con juramento que no conoce a Jesús (3).
Si, pues, los mismos santos temblaron y cayeron por la debilidad de la naturaleza humana, en que habían confiado, ¿qué "no seremos capaces de hacer quienes tan lejos nos encontramos de la santidad?
La vida del hombre sobre la tierra es lucha continua y tremenda, porque esta nuestra alma que llevamos en cuerpos frágiles y mortales se ve asediada y asaltada por todas partes por la carne, el mundo y el demonio (4). Cada día experimentamos las punzadas de todos los pecados capitales y apetitos inferiores; cada día sufrimos sus rabiosos ataques y sentimos en nuestras carnes sus mordiscos (5). ¡Qué difícil nos resulta no recibir alguna herida de muerte!
B) Por el poder del demonio
Batalla tanto más difícil cuanto, según testimonio de San Pablo, hemos de combatir no solamente contra la sangre y la carne, sino contra los principados, contra las potestades, contra los dominadores de este mundo tenebroso, contra los espíritus malos de los aires (Ep 6,12).
Las luchas de Satanás y de los demonios contra el hombre unas veces son externas (cuando abiertamente nos asaltan) y otras internas ().
San Pablo llama a los demonios con diversos nombres:
a) Principados, por la excelencia de su naturaleza, que es espiritual y supera en perfección a la de las cosas y a la del mismo hombre;
b) Potestades, porque también su poder supera a las fuerzas del hombre;
c) Dominadores de este mundo tenebroso, porque no habitan y custodian el mundo de la luz-las almas de los justos-, sino el de las tinieblas-los pobres encenagados en una vida de desórdenes y pecados-;
d) Espíritus malos, porque hay dos clases de males: los del espíritu y los de la carne; éstos proceden del deseo de los bienes sensibles y no paran hasta precipitarnos en la lujuria; aquéllos los constituyen los deseos de las pasiones, que actúan en la parte superior del alma: deseos interiores tanto más innobles y culpables cuanto que la mente y la razón son la más alta nobleza del hombre.
e) Espíritus de los aires, ya por su naturaleza espiritual de ángeles caídos, ya porque pretenden con la malicia de su lucha privarnos de la felicidad celestial.
Por estas palabras del Apóstol podrá fácilmente entenderse de cuan grandes fuerzas disponen los demonios, el odio inmenso que sienten hacia nosotros y la terribilidad de la guerra incesante que promueven sin paz y sin tregua.
Su desmesurada audacia aparece en aquellas palabras de Satanás: Subiré a los cielos; en lo alto, sobre las estrellas de Dios, elevaré mi trono (Is 14,13); y en los asaltos a los primeros padres en el paraíso (6), a los profetas (7), a los apóstoles, queriéndoles cribar como al trigo (Lc 22,31), y aun al mismo Jesucristo (8).
De su insaciable ambición y su incansable actividad nos dice San Pedro: Vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda rondando y busca a quién devorar (1P 5,8).
Frecuentemente, además, no es un sólo demonio, sino muchos y coligados quienes nos acometen para perdernos. Preguntando Cristo a un poseso por su nombre, respondió el demonio: Legión es mi nombre (Lc 8,9). Y en otra ocasión el mismo Señor nos dice que el demonio va y toma consigo otros siete espíritus peores que él, y entrando habitan allí, viniendo a ser las postrimerías de aquel hombre peores que sus principios (Mt 12,45). Muchos hombres, porque no experimentan físicamente estos asaltos del demonio, llegan a dudar de su misma existencia. Quizá no necesiten efectivamente ser asaltados ni tentados, porque son posesión segura del enemigo por su falta de piedad, de caridad y de otras virtudes cristianas (9). No hay en ellos intereses que conquistar y el demonio se guarda muy bien de turbar a quien ya posee y en cuyas almas ha establecido, con voluntario consentimiento de los mismos, su morada permanente. En cambio, se cuida muy bien de acechar, odiar y combatir con los más encarnizados medios a quienes, totalmente entregados a las exigencias de la vida cristiana, procuran vivir en la tierra una vida digna del cielo.
La Sagrada Escritura nos ofrece numerosos y muy significativos ejemplos en Adán, David, Salomón, etc., quienes bien tristemente experimentaron las violencias y astucias del demonio, a quien no es posible resistir con las solas fuerzas humanas (
10). ¿Cómo habremos de sentirnos, pues, seguros nosotros?
No nos queda otro remedio que rogar a Dios con pureza de intención y fervor de voluntad para que no permita que seamos tentados sobre nuestras fuerzas, antes disponga con la tentación el éxito para que podamos resistirla (1Co 10,13).
La fe nos asegura que, refugiados en el puerto de la oración, nada podrán contra nosotros las más embravecidas olas de las tentaciones. Satanás, con todo su poder y con todo su odio, no puede tentarnos ni asaltarnos cuanto o cuando quiere, porque su poder, en último término, depende absolutamente del poder y permisión de Dios. Job no pudo ser tentado hasta que el Señor no dio permiso a Satanás: Mira, todo cuanto tiene lo dejo en tus manos (Jb 1,12); como nada pudo hacer contra su persona, por la limitación que Dios puso en su poder: Pero a él no le toques (Jb 1,12). Tan vinculada está la fuerza del demonio, que no puede siquiera disponer de las cosas ni de los animales. Sólo con expreso permiso de Cristo pudieron invadir la manada de cerdos de que nos habla el Evangelio (11).
III. "NO NOS DEJES CAER EN LA TENTACIÓN"
(…)
A) La tentación
1) "Tentar" significa, de una manera general, hacer un experimento (una prueba) para poder conocer lo que ignoramos y deseamos averiguar. Dios no tiene necesidad de tentarnos de esta manera, porque conoce perfectamente todas las cosas: No hay cosa creada que no sea manifiesta en su presencia (He 4,13).
2) Más concretamente, la tentación es una prueba que utilizamos para conocer el bien o el mal.
a) El bien: cuando se pone a una persona en situación de ejercitar la virtud para poder premiarla y presentarla como ejemplo. Y este modo de tentar es el único que conviene a Dios en relación con las almas. El Deuteronomio dice: Te prueba Y ave, tu Dios, para saber si amas a Yave, tu Dios (Dt 13,3).
Así nos tienta el Señor con pobreza, enfermedad y otras adversidades para probar nuestra paciencia y fidelidad. Abraham fue tentado de esta manera con la imposición del sacrificio de su hijo, y por su obediencia vino a ser modelo de fe y de sacrificio (12). Y de Tobías dice la Escritura: Por lo mismo que eras acepto a Dios, fue necesario que la tentación te probase ().
b) El mal: cuando una persona es inducida al pecado.
Y ésta es la misión propia del demonio, llamado precisamente en la Escritura el tentador (Mt 4,3). Unas veces se vale para ello de estímulos internos, utilizando como medios los mismos sentimientos y apetitos de las almas; otras veces nos ataca con medios externos, por medio de las riquezas y bienes terrenos, para ensoberbecernos, o por me dio de hombres pecaminosos, de que quiere valerse para desviarnos. Entre estas criaturas, verdaderos emisarios de Satanás, figuran en primera línea los herejes, que, levantados en la cátedra de la pestilencia. (Ps 1,1), difunden el veneno de sus doctrinas erróneas, induciendo a las almas, ya inclinadas al mal o vacilantes e inciertas entre la virtud y el vicio, a errores frecuentemente fatales.
B) La caída
Caemos en la tentación cuando cedemos a ella. Y esto puede suceder de dos maneras:
1) Cuando, removidos de nuestro estado, nos precipitamos en el mal, al que nos empujó la tentación. En este sentido, ninguno puede ser inducido a la tentación por Dios,porque para nadie puede ser causa de pecado el Dios que odia a los obradores de la maldad (Ps 5,6). El apóstol Santiago dice: Nadie en la tentación diga: soy tentado por Dios. Porque Dios ni puede ser tentado al mal ni tienta a nadie (Jc 1,13).
2) Cuando alguno, sin tentarnos él personalmente, no impide-pudiéndolo hacer-que otros nos tienten ni impide que caigamos en la tentación. De esta manera puede permitir el Señor que sean probados los justos, aunque nunca deja de concederles las gracias necesarias para poder vencer.
A veces el Señor, por justos y misteriosos motivos o porque así lo exigen nuestros pecados, nos abandona a nuestras solas fuerzas y caemos.
Dícese también que Dios nos induce a la tentación cuando somos nosotros los que, utilizando para el mal los beneficios que Él nos concede para el bien, cometemos el pecado, como el hijo pródigo, que despilfarró en una vida lujuriosa la herencia recibida del padre (13).
San Pablo dice: Hallé que el precepto que era pava vida, fue para muerte (Rm 7,10).
El profeta Ezequíel aduce un ejemplo histórico. La ciudad de Jerusalén, enriquecida por Dios con tal cantidad de riquezas y dones que hizo exclamar al profeta: Extendióse entre las gentes la fama de tu hermosura, porque era acabada la hermosura que yo puse en ti (Ez 16,14), lejos de agradecérselo al Señor, tan magnífico con ella, y de servirse de los beneficios divinos para el bien y para la salvación eterna, rechazado todo pensamiento de los frutos celestes, se arrojó desordenadamente a los placeres terrenos y pecaminosos. El profeta la reprocha severamente en nombre de Dios y la amenaza con castigos terribles (14).
Caen en la misma nota de ingratitud a Dios quienes ,colmados de beneficios y bienes divinos, se sirven de ellos para una vida viciosa. Ésto, ciertamente, no sucede sin la permisión del Señor. La Sagrada Escritura lo afirma con palabras tan expresivas, que han de interpretarse muy rectamente para no llegar a creer que Dios obra directamente el mal: Yo endureceré el corazón de Faraón (Ex 4,21); Endurece el corazón de ese pueblo, tapa sus oídos (Is 6,10); Los entregó Dios a las pasiones vergonzosas... y a su reprobo sentir (Rm 1,26-28). Expresiones todas que indican no una acción directa de Dios, sino una mera permisión divina del mal voluntario del hombre.
C) Qué no pedimos" y qué pedimos
Supuestas estas premisas doctrinales, no será ya difícil precisar el objeto de esta petición.
1) Es claro que no pedimos en ella vernos absolutamente inmunes de toda posible tentación. Porque la vida del hombre sobre la tierra-ha escrito Job-es milicia (Jb 7,1).
Más aún: la tentación es útil como prueba eficaz de nuestras fuerzas espirituales; por ella nos humillamos bajo la poderosa mano de Dios (1P 5,6) y, luchando con energía, esperamos la corona inmarcesible de la gloria (1P 5,4), porque no será coronado en el estadio sino el que compita legítimamente (2Tm 2,5). Santiago añade: Bienaventurado el varón que soporta la tentación, porque, probado, recibirá la corona de la vida que Dios prometió a los que le aman (Jc 1,12). Y cuando más dura nos resulte la lucha, pensemos que tenemos en nuestro favor un Pontífice que puede compadecerse de nuestras flaquezas, habiendo sido Él mismo tentado antes en todo (He 4,15).
2) Pedimos en esta invocación el socorro divino necesario para no consentir, engañados, en las tentaciones ni ceder a ellas por cansancio; pedimos que nos ayude la divina gracia contra los asaltos del mal y que nos reanime cuando desfallezcan nuestras energías de resistencia.
De aquí la necesidad de una constante súplica del auxilio divino contra las fuerzas del mal, y especialmente cuando se presente de hecho la tentación y nos veamos en peligro de caer. David oraba de esta manera contra la tentación de mentir: No quites jamás de mi boca las palabras de verdad (Ps 118,43); contra las de avaricia: Inclina mi corazón a tus consejos, no a la avaricia (Ps 118,36); y contra la vanidad y los halagos de los apetitos: Aparta mis ojos de la vista de la vanidad (Ps 118,37). Y así hemos de orar nosotros para que no condescendamos con los deseos de la carne, para que no nos cansemos de luchar ni nos apartemos del camino de la virtud (15); para que sepamos conservar siempre sereno en Dios nuestro espíritu, lo mismo en la alegría que en el dolor; para que nunca nos veamos privados de la necesaria ayuda divina; para que sepamos superar y vencer todos los asaltos de Satanás centra nuestra vida espiritual.
D) Confianza en Dios
Contiene, por último, esta petición del Padrenuestro algunos frutos de vida y profunda meditación para nuestras almas.
1) En primer lugar, nos recuerda nuestra inmensa fragilidad y humana debilidad. De esta consideración brotará una profunda desconfianza eri nuestras fuerzas, y una ilimitada confianza en la misericordia de Dios, y una animosa serenidad en los peligros, fruto de la confianza en ese valiosísimo y seguro auxilio divino.
¡Cuántas cosas aleccionadoras nos narra la Sagrada Escritura! José fue librado por Dios de los vergonzosos deseos de aquella mujer impúdica y, por la victoria de la tentación, levantado a la gloria del poder (16); Susana fue defendida de las nefandas acusaciones de aquellos dos viejos procaces porque su corazón estaba lleno de confianza en Dios (Da 13,34); Job pudo triunfar del mundo, del demonio de la carne (17).
2) Pensemos en segundo lugar que es Jesucristo ,nuestro Señor, el divino jefe que nos guía por la lucha a la victoria. Él venció al demonio (18); Él es el más fuerte, que le vencerá, le quitará las armas en que confiaba y repartirá sus despojos (Lc 11,22). Él mismo nos dice por San Juan: Confiad: yo he vencido al mundo (Jn 16,33). Y en el Apocalipsis se le llama el león vencedor... que salió victorioso y para vencer aún (). Y en esta su victoria radica y se funda para todo cristiano la certeza de vencer también con Cristo.
San Pablo, en su Epístola a los Hebreos, enumera las espléndidas victorias de los buenos, que por medio de la fe subyugaron reinos... y obstruyeron la boca de los leones (He 11,33). Y cada día las almas santas, unidas a Cristo por la fe, esperanza y caridad, continúan la serie gloriosa de estos triunfos, internos y externos, sobre el poder de los demonios: triunfos tan espléndidos, que, si nos fuese dado contemplarlos con los ojos del cuerpo, juzgaríamos que el mundo no puede ofrecernos espectáculo más sublime. De estas espirituales victorias escribirá San Juan: Os escribo, jóvenes, porque sois fuertes, y la palabra de Dios permanece en vosotros, y habéis vencido al maligno (Jn 2,14).
3) Las armas de nuestra lucha no son la ociosidad, el sueño, el vino o la lujuria, sino la oración, el trabajo, la vigilancia, la mortificación y la castidad. Velad y orad -nos dice el Señor-para no caer en la tentación (Mt 26,41). Huid al diablo-comenta Santiago-, y huirá de vosotros (Jc 4,7).
4) La fuerza de nuestra victoria está sólo en el poder de Dios. Nadie puede complacerse en los triunfos como si fueran suyos, ni ensoberbecerse con ellos, ni confiar en sus solas fuerzas. No está en nuestro poder la victoria, ni podemos fiarnos para nada de nuestra impotente fragilidad humana. Es Dios quien nos concede las energías para luchar, y es Él quien adiestra nuestras manas para el combate, y nuestros brazos para tender el arco de bronce (Ps 17,36), por cuya virtud rompióse el arco de los poderosos y se ciñeron los débiles de fortaleza (); Él es el que nos entrega su salvador escudo, su diestra la que nos fortalece y su solicitud la que nos engrandece (Ps 17,36); Él es quien adiestra nuestras manos para la guerra y nuestros dedos para el combate (Ps 143,1).
5) De aquí el agradecido reconocimiento que debemos a Dios por la ayuda en la lucha y en la alegría del triunfo. Gracias sean dadas a Dios-escribe San Pablo-, que nos da la victoria por nuestro Señor Jesucristo (1Co 15,57). Y San Juan en el Apocalipsis: Ahora llega la salvación, el poder, el reino de nuestro Dios y la autoridad de su Cristo,porque fue precipitado el acusador de nuestros hermanos...,pero ellos le han vencido por la sangre del Cordero (). Y en otro pasaje: Éstos pelearán con el Cordero, y el Cordero leus vencerá ().
E) La esperanza del premio
Una última palabra sobre los premios--"coronas", en frase de San Pablo-que Dios reserva y concederá a los victoriosos.
El vencedor-recuerda el Apocalipsis-no sufrirá daño de la segunda muerte...; el que venciere, ése se vestirá de vestiduras blancas, jamás fcorraré su nombre del libro de la vida v confesaré su nombre delante de mi Padre u delante de sus ángeles...; al vencedor yo le haré columna en el templo de mi Dios y no saldrá ya jamás fuera de él...; al que venciere le haré sentarse conmigo en mi trono, así como uo también vencí, v me senté con mi Padre en su trono ().
Y, descrita la gloria de los santos y los bienes eternos de que gozarán en el cielo, concluye San Juan: El que venciere, heredará estas cosas, y seré su Dios, y él será mi hijo ().”(Catecismo Romano de Trento 4ª parte, Cap. VII, 1-3)
El texto no dice “no me dejes”, sino “no nos dejes”, por lo tanto, es una petición colectiva de la cual nos hacemos responsables con nuestra vida. Debemos preocuparnos de las necesidades espirituales de los demás, corrigiendo, enseñando, orando por nuestro prójimo.
Meditación:
“Entonces Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto, para ser tentado por el demonio. Después de ayunar cuarenta días con sus cuarenta noches, sintió hambre. Y el tentador, acercándose, le dijo: «Si tú eres Hijo de Dios, manda que estas piedras se conviertan en panes». Jesús le respondió: «Está escrito: "El hombre no vive solamente de pan, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios"». Luego el demonio llevó a Jesús a la Ciudad santa y lo puso en la parte más alta del Templo, diciéndole: «Si tú eres Hijo de Dios, tírate abajo, porque está escrito: "Dios dará órdenes a sus ángeles, y ellos te llevarán en sus manos para que tu pie no tropiece con ninguna piedra"». Jesús le respondió: «También está escrito: "No tentarás al Señor, tu Dios"». El demonio lo llevó luego a una montaña muy alta; desde allí le hizo ver todos los reinos del mundo con todo su esplendor, y le dijo: «Te daré todo esto, si te postras para adorarme». Jesús le respondió: «Retírate, Satanás, porque está escrito: "Adorarás al Señor, tu Dios, y a él solo rendirás culto"».Entonces el demonio lo dejó, y unos ángeles se acercaron para servirlo.” (Mt 4, 1-11)
Reflexionemos: ¿Acudo a Dios en el momento de tentación? ¿Me preocupo de que los demás no caigan en la tentación?
“(…) Es un dato de experiencia espiritual que precisamente cuando los hijos de Dios han conseguido el perdón de sus pecados y, animados de generosos propósitos, se consagran enteramente al servicio de Dios y a la extensión de su reino por la fiel sumisión a su voluntad y providencia amorosa, el enemigo rabia más que nunca contra ellos y trata de combatirles y vencerles con nuevos ardides y más poderosos obstáculos (1).
Y no es infrecuente el caso de quienes, enfriados los primeros fervores, recaen de nuevo en la vida del pecado y aun llegan a peores extremos que antes. San Pedro escribió de ellos: Mejor les hubiera sido no haber conocido el camino de la justicia que, después de conocerlo, abandonar los santos preceptos que les fueron dados (2P 2,21).
Por esto nos mandó Cristo hacer esta nueva petición: No nos dejes caer en la tentación. Para que aprendiéramos a implorar cada día la poderosa y paternal ayuda de Dios, convencidos de que sin el apoyo de su divino auxilio caeremos en los lazos del enemigo de nuestras almas. También en el discurso de la última Cena, refiriéndose a la guarda de la pureza del corazón, recomendaba Cristo a los apóstoles: Velad y orad pava no caer en la tentación (Mt 26,41).
II. SU NECESIDAD
A.) Por la debilidad y miserias que en nosotros dejó el pecado de origen
Plegaria necesaria a todos - y conviene inculcarlo muchísimo a los fieles -, porque la vida de todos se desenvuelve entre continuos y graves peligros.
Una nueva constatación de la necesidad que el hombre tiene de esta divina ayuda es la misma debilidad de nuestra naturaleza, constantemente inclinada al mal; debilidad subrayada por Jesús en aquellas palabras tan profundamente verdaderas: El espíritu está pronto, pero la carne es flaca (Mt 26,41). Ella es precisamente la causa de tantas y tan serias caídas, frecuentemente irreparables.
Un ejemplo bien significativo de esto lo tenemos en los apóstoles, quienes, habiendo afirmado hacía poco que seguirían al Maestro a toda costa, a la primera señal de peligro huyen y le abandonan (2). Pedro había asegurado: Aunque tenga que morir contigo, no te negaré (Mt 26,35); y bien pronto, atemorizado por las palabras de una simple sirvienta, afirmará con juramento que no conoce a Jesús (3).
Si, pues, los mismos santos temblaron y cayeron por la debilidad de la naturaleza humana, en que habían confiado, ¿qué "no seremos capaces de hacer quienes tan lejos nos encontramos de la santidad?
La vida del hombre sobre la tierra es lucha continua y tremenda, porque esta nuestra alma que llevamos en cuerpos frágiles y mortales se ve asediada y asaltada por todas partes por la carne, el mundo y el demonio (4). Cada día experimentamos las punzadas de todos los pecados capitales y apetitos inferiores; cada día sufrimos sus rabiosos ataques y sentimos en nuestras carnes sus mordiscos (5). ¡Qué difícil nos resulta no recibir alguna herida de muerte!
B) Por el poder del demonio
Batalla tanto más difícil cuanto, según testimonio de San Pablo, hemos de combatir no solamente contra la sangre y la carne, sino contra los principados, contra las potestades, contra los dominadores de este mundo tenebroso, contra los espíritus malos de los aires (Ep 6,12).
Las luchas de Satanás y de los demonios contra el hombre unas veces son externas (cuando abiertamente nos asaltan) y otras internas ().
San Pablo llama a los demonios con diversos nombres:
a) Principados, por la excelencia de su naturaleza, que es espiritual y supera en perfección a la de las cosas y a la del mismo hombre;
b) Potestades, porque también su poder supera a las fuerzas del hombre;
c) Dominadores de este mundo tenebroso, porque no habitan y custodian el mundo de la luz-las almas de los justos-, sino el de las tinieblas-los pobres encenagados en una vida de desórdenes y pecados-;
d) Espíritus malos, porque hay dos clases de males: los del espíritu y los de la carne; éstos proceden del deseo de los bienes sensibles y no paran hasta precipitarnos en la lujuria; aquéllos los constituyen los deseos de las pasiones, que actúan en la parte superior del alma: deseos interiores tanto más innobles y culpables cuanto que la mente y la razón son la más alta nobleza del hombre.
e) Espíritus de los aires, ya por su naturaleza espiritual de ángeles caídos, ya porque pretenden con la malicia de su lucha privarnos de la felicidad celestial.
Por estas palabras del Apóstol podrá fácilmente entenderse de cuan grandes fuerzas disponen los demonios, el odio inmenso que sienten hacia nosotros y la terribilidad de la guerra incesante que promueven sin paz y sin tregua.
Su desmesurada audacia aparece en aquellas palabras de Satanás: Subiré a los cielos; en lo alto, sobre las estrellas de Dios, elevaré mi trono (Is 14,13); y en los asaltos a los primeros padres en el paraíso (6), a los profetas (7), a los apóstoles, queriéndoles cribar como al trigo (Lc 22,31), y aun al mismo Jesucristo (8).
De su insaciable ambición y su incansable actividad nos dice San Pedro: Vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda rondando y busca a quién devorar (1P 5,8).
Frecuentemente, además, no es un sólo demonio, sino muchos y coligados quienes nos acometen para perdernos. Preguntando Cristo a un poseso por su nombre, respondió el demonio: Legión es mi nombre (Lc 8,9). Y en otra ocasión el mismo Señor nos dice que el demonio va y toma consigo otros siete espíritus peores que él, y entrando habitan allí, viniendo a ser las postrimerías de aquel hombre peores que sus principios (Mt 12,45). Muchos hombres, porque no experimentan físicamente estos asaltos del demonio, llegan a dudar de su misma existencia. Quizá no necesiten efectivamente ser asaltados ni tentados, porque son posesión segura del enemigo por su falta de piedad, de caridad y de otras virtudes cristianas (9). No hay en ellos intereses que conquistar y el demonio se guarda muy bien de turbar a quien ya posee y en cuyas almas ha establecido, con voluntario consentimiento de los mismos, su morada permanente. En cambio, se cuida muy bien de acechar, odiar y combatir con los más encarnizados medios a quienes, totalmente entregados a las exigencias de la vida cristiana, procuran vivir en la tierra una vida digna del cielo.
La Sagrada Escritura nos ofrece numerosos y muy significativos ejemplos en Adán, David, Salomón, etc., quienes bien tristemente experimentaron las violencias y astucias del demonio, a quien no es posible resistir con las solas fuerzas humanas (
10). ¿Cómo habremos de sentirnos, pues, seguros nosotros?
No nos queda otro remedio que rogar a Dios con pureza de intención y fervor de voluntad para que no permita que seamos tentados sobre nuestras fuerzas, antes disponga con la tentación el éxito para que podamos resistirla (1Co 10,13).
La fe nos asegura que, refugiados en el puerto de la oración, nada podrán contra nosotros las más embravecidas olas de las tentaciones. Satanás, con todo su poder y con todo su odio, no puede tentarnos ni asaltarnos cuanto o cuando quiere, porque su poder, en último término, depende absolutamente del poder y permisión de Dios. Job no pudo ser tentado hasta que el Señor no dio permiso a Satanás: Mira, todo cuanto tiene lo dejo en tus manos (Jb 1,12); como nada pudo hacer contra su persona, por la limitación que Dios puso en su poder: Pero a él no le toques (Jb 1,12). Tan vinculada está la fuerza del demonio, que no puede siquiera disponer de las cosas ni de los animales. Sólo con expreso permiso de Cristo pudieron invadir la manada de cerdos de que nos habla el Evangelio (11).
III. "NO NOS DEJES CAER EN LA TENTACIÓN"
(…)
A) La tentación
1) "Tentar" significa, de una manera general, hacer un experimento (una prueba) para poder conocer lo que ignoramos y deseamos averiguar. Dios no tiene necesidad de tentarnos de esta manera, porque conoce perfectamente todas las cosas: No hay cosa creada que no sea manifiesta en su presencia (He 4,13).
2) Más concretamente, la tentación es una prueba que utilizamos para conocer el bien o el mal.
a) El bien: cuando se pone a una persona en situación de ejercitar la virtud para poder premiarla y presentarla como ejemplo. Y este modo de tentar es el único que conviene a Dios en relación con las almas. El Deuteronomio dice: Te prueba Y ave, tu Dios, para saber si amas a Yave, tu Dios (Dt 13,3).
Así nos tienta el Señor con pobreza, enfermedad y otras adversidades para probar nuestra paciencia y fidelidad. Abraham fue tentado de esta manera con la imposición del sacrificio de su hijo, y por su obediencia vino a ser modelo de fe y de sacrificio (12). Y de Tobías dice la Escritura: Por lo mismo que eras acepto a Dios, fue necesario que la tentación te probase ().
b) El mal: cuando una persona es inducida al pecado.
Y ésta es la misión propia del demonio, llamado precisamente en la Escritura el tentador (Mt 4,3). Unas veces se vale para ello de estímulos internos, utilizando como medios los mismos sentimientos y apetitos de las almas; otras veces nos ataca con medios externos, por medio de las riquezas y bienes terrenos, para ensoberbecernos, o por me dio de hombres pecaminosos, de que quiere valerse para desviarnos. Entre estas criaturas, verdaderos emisarios de Satanás, figuran en primera línea los herejes, que, levantados en la cátedra de la pestilencia. (Ps 1,1), difunden el veneno de sus doctrinas erróneas, induciendo a las almas, ya inclinadas al mal o vacilantes e inciertas entre la virtud y el vicio, a errores frecuentemente fatales.
B) La caída
Caemos en la tentación cuando cedemos a ella. Y esto puede suceder de dos maneras:
1) Cuando, removidos de nuestro estado, nos precipitamos en el mal, al que nos empujó la tentación. En este sentido, ninguno puede ser inducido a la tentación por Dios,porque para nadie puede ser causa de pecado el Dios que odia a los obradores de la maldad (Ps 5,6). El apóstol Santiago dice: Nadie en la tentación diga: soy tentado por Dios. Porque Dios ni puede ser tentado al mal ni tienta a nadie (Jc 1,13).
2) Cuando alguno, sin tentarnos él personalmente, no impide-pudiéndolo hacer-que otros nos tienten ni impide que caigamos en la tentación. De esta manera puede permitir el Señor que sean probados los justos, aunque nunca deja de concederles las gracias necesarias para poder vencer.
A veces el Señor, por justos y misteriosos motivos o porque así lo exigen nuestros pecados, nos abandona a nuestras solas fuerzas y caemos.
Dícese también que Dios nos induce a la tentación cuando somos nosotros los que, utilizando para el mal los beneficios que Él nos concede para el bien, cometemos el pecado, como el hijo pródigo, que despilfarró en una vida lujuriosa la herencia recibida del padre (13).
San Pablo dice: Hallé que el precepto que era pava vida, fue para muerte (Rm 7,10).
El profeta Ezequíel aduce un ejemplo histórico. La ciudad de Jerusalén, enriquecida por Dios con tal cantidad de riquezas y dones que hizo exclamar al profeta: Extendióse entre las gentes la fama de tu hermosura, porque era acabada la hermosura que yo puse en ti (Ez 16,14), lejos de agradecérselo al Señor, tan magnífico con ella, y de servirse de los beneficios divinos para el bien y para la salvación eterna, rechazado todo pensamiento de los frutos celestes, se arrojó desordenadamente a los placeres terrenos y pecaminosos. El profeta la reprocha severamente en nombre de Dios y la amenaza con castigos terribles (14).
Caen en la misma nota de ingratitud a Dios quienes ,colmados de beneficios y bienes divinos, se sirven de ellos para una vida viciosa. Ésto, ciertamente, no sucede sin la permisión del Señor. La Sagrada Escritura lo afirma con palabras tan expresivas, que han de interpretarse muy rectamente para no llegar a creer que Dios obra directamente el mal: Yo endureceré el corazón de Faraón (Ex 4,21); Endurece el corazón de ese pueblo, tapa sus oídos (Is 6,10); Los entregó Dios a las pasiones vergonzosas... y a su reprobo sentir (Rm 1,26-28). Expresiones todas que indican no una acción directa de Dios, sino una mera permisión divina del mal voluntario del hombre.
C) Qué no pedimos" y qué pedimos
Supuestas estas premisas doctrinales, no será ya difícil precisar el objeto de esta petición.
1) Es claro que no pedimos en ella vernos absolutamente inmunes de toda posible tentación. Porque la vida del hombre sobre la tierra-ha escrito Job-es milicia (Jb 7,1).
Más aún: la tentación es útil como prueba eficaz de nuestras fuerzas espirituales; por ella nos humillamos bajo la poderosa mano de Dios (1P 5,6) y, luchando con energía, esperamos la corona inmarcesible de la gloria (1P 5,4), porque no será coronado en el estadio sino el que compita legítimamente (2Tm 2,5). Santiago añade: Bienaventurado el varón que soporta la tentación, porque, probado, recibirá la corona de la vida que Dios prometió a los que le aman (Jc 1,12). Y cuando más dura nos resulte la lucha, pensemos que tenemos en nuestro favor un Pontífice que puede compadecerse de nuestras flaquezas, habiendo sido Él mismo tentado antes en todo (He 4,15).
2) Pedimos en esta invocación el socorro divino necesario para no consentir, engañados, en las tentaciones ni ceder a ellas por cansancio; pedimos que nos ayude la divina gracia contra los asaltos del mal y que nos reanime cuando desfallezcan nuestras energías de resistencia.
De aquí la necesidad de una constante súplica del auxilio divino contra las fuerzas del mal, y especialmente cuando se presente de hecho la tentación y nos veamos en peligro de caer. David oraba de esta manera contra la tentación de mentir: No quites jamás de mi boca las palabras de verdad (Ps 118,43); contra las de avaricia: Inclina mi corazón a tus consejos, no a la avaricia (Ps 118,36); y contra la vanidad y los halagos de los apetitos: Aparta mis ojos de la vista de la vanidad (Ps 118,37). Y así hemos de orar nosotros para que no condescendamos con los deseos de la carne, para que no nos cansemos de luchar ni nos apartemos del camino de la virtud (15); para que sepamos conservar siempre sereno en Dios nuestro espíritu, lo mismo en la alegría que en el dolor; para que nunca nos veamos privados de la necesaria ayuda divina; para que sepamos superar y vencer todos los asaltos de Satanás centra nuestra vida espiritual.
D) Confianza en Dios
Contiene, por último, esta petición del Padrenuestro algunos frutos de vida y profunda meditación para nuestras almas.
1) En primer lugar, nos recuerda nuestra inmensa fragilidad y humana debilidad. De esta consideración brotará una profunda desconfianza eri nuestras fuerzas, y una ilimitada confianza en la misericordia de Dios, y una animosa serenidad en los peligros, fruto de la confianza en ese valiosísimo y seguro auxilio divino.
¡Cuántas cosas aleccionadoras nos narra la Sagrada Escritura! José fue librado por Dios de los vergonzosos deseos de aquella mujer impúdica y, por la victoria de la tentación, levantado a la gloria del poder (16); Susana fue defendida de las nefandas acusaciones de aquellos dos viejos procaces porque su corazón estaba lleno de confianza en Dios (Da 13,34); Job pudo triunfar del mundo, del demonio de la carne (17).
2) Pensemos en segundo lugar que es Jesucristo ,nuestro Señor, el divino jefe que nos guía por la lucha a la victoria. Él venció al demonio (18); Él es el más fuerte, que le vencerá, le quitará las armas en que confiaba y repartirá sus despojos (Lc 11,22). Él mismo nos dice por San Juan: Confiad: yo he vencido al mundo (Jn 16,33). Y en el Apocalipsis se le llama el león vencedor... que salió victorioso y para vencer aún (). Y en esta su victoria radica y se funda para todo cristiano la certeza de vencer también con Cristo.
San Pablo, en su Epístola a los Hebreos, enumera las espléndidas victorias de los buenos, que por medio de la fe subyugaron reinos... y obstruyeron la boca de los leones (He 11,33). Y cada día las almas santas, unidas a Cristo por la fe, esperanza y caridad, continúan la serie gloriosa de estos triunfos, internos y externos, sobre el poder de los demonios: triunfos tan espléndidos, que, si nos fuese dado contemplarlos con los ojos del cuerpo, juzgaríamos que el mundo no puede ofrecernos espectáculo más sublime. De estas espirituales victorias escribirá San Juan: Os escribo, jóvenes, porque sois fuertes, y la palabra de Dios permanece en vosotros, y habéis vencido al maligno (Jn 2,14).
3) Las armas de nuestra lucha no son la ociosidad, el sueño, el vino o la lujuria, sino la oración, el trabajo, la vigilancia, la mortificación y la castidad. Velad y orad -nos dice el Señor-para no caer en la tentación (Mt 26,41). Huid al diablo-comenta Santiago-, y huirá de vosotros (Jc 4,7).
4) La fuerza de nuestra victoria está sólo en el poder de Dios. Nadie puede complacerse en los triunfos como si fueran suyos, ni ensoberbecerse con ellos, ni confiar en sus solas fuerzas. No está en nuestro poder la victoria, ni podemos fiarnos para nada de nuestra impotente fragilidad humana. Es Dios quien nos concede las energías para luchar, y es Él quien adiestra nuestras manas para el combate, y nuestros brazos para tender el arco de bronce (Ps 17,36), por cuya virtud rompióse el arco de los poderosos y se ciñeron los débiles de fortaleza (); Él es el que nos entrega su salvador escudo, su diestra la que nos fortalece y su solicitud la que nos engrandece (Ps 17,36); Él es quien adiestra nuestras manos para la guerra y nuestros dedos para el combate (Ps 143,1).
5) De aquí el agradecido reconocimiento que debemos a Dios por la ayuda en la lucha y en la alegría del triunfo. Gracias sean dadas a Dios-escribe San Pablo-, que nos da la victoria por nuestro Señor Jesucristo (1Co 15,57). Y San Juan en el Apocalipsis: Ahora llega la salvación, el poder, el reino de nuestro Dios y la autoridad de su Cristo,porque fue precipitado el acusador de nuestros hermanos...,pero ellos le han vencido por la sangre del Cordero (). Y en otro pasaje: Éstos pelearán con el Cordero, y el Cordero leus vencerá ().
E) La esperanza del premio
Una última palabra sobre los premios--"coronas", en frase de San Pablo-que Dios reserva y concederá a los victoriosos.
El vencedor-recuerda el Apocalipsis-no sufrirá daño de la segunda muerte...; el que venciere, ése se vestirá de vestiduras blancas, jamás fcorraré su nombre del libro de la vida v confesaré su nombre delante de mi Padre u delante de sus ángeles...; al vencedor yo le haré columna en el templo de mi Dios y no saldrá ya jamás fuera de él...; al que venciere le haré sentarse conmigo en mi trono, así como uo también vencí, v me senté con mi Padre en su trono ().
Y, descrita la gloria de los santos y los bienes eternos de que gozarán en el cielo, concluye San Juan: El que venciere, heredará estas cosas, y seré su Dios, y él será mi hijo ().”(Catecismo Romano de Trento 4ª parte, Cap. VII, 1-3)
El texto no dice “no me dejes”, sino “no nos dejes”, por lo tanto, es una petición colectiva de la cual nos hacemos responsables con nuestra vida. Debemos preocuparnos de las necesidades espirituales de los demás, corrigiendo, enseñando, orando por nuestro prójimo.
Meditación:
“Entonces Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto, para ser tentado por el demonio. Después de ayunar cuarenta días con sus cuarenta noches, sintió hambre. Y el tentador, acercándose, le dijo: «Si tú eres Hijo de Dios, manda que estas piedras se conviertan en panes». Jesús le respondió: «Está escrito: "El hombre no vive solamente de pan, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios"». Luego el demonio llevó a Jesús a la Ciudad santa y lo puso en la parte más alta del Templo, diciéndole: «Si tú eres Hijo de Dios, tírate abajo, porque está escrito: "Dios dará órdenes a sus ángeles, y ellos te llevarán en sus manos para que tu pie no tropiece con ninguna piedra"». Jesús le respondió: «También está escrito: "No tentarás al Señor, tu Dios"». El demonio lo llevó luego a una montaña muy alta; desde allí le hizo ver todos los reinos del mundo con todo su esplendor, y le dijo: «Te daré todo esto, si te postras para adorarme». Jesús le respondió: «Retírate, Satanás, porque está escrito: "Adorarás al Señor, tu Dios, y a él solo rendirás culto"».Entonces el demonio lo dejó, y unos ángeles se acercaron para servirlo.” (Mt 4, 1-11)
Reflexionemos: ¿Acudo a Dios en el momento de tentación? ¿Me preocupo de que los demás no caigan en la tentación?
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