De Hermógenes Pérez de Arce
¿Con qué derecho se escandaliza la gente de la Concertación por el caso Karadima? No tiene autoridad moral. Los que sí tenemos derecho a escandalizarnos somos los católicos conservadores, los que creemos que las conductas gay son contra natura y no deben ser propiciadas sino cuidadosamente evitadas. Ellos, en cambio, piensan todo lo contrario.
¿Es que ya nos hemos olvidado de las JOCAS, de los manuales distribuidos por el ministerio de Educación recomendando que a los niños en los colegios debía estimulárselos para que "exploraran todas sus opciones sexuales", para que se toquetearan entre ellos con total impudicia para descubrir su "orientación sexual", que por desviada que fuera no debía ser obstaculizada, porque todas las preferencias eran válidas?
¿Es que ya nos hemos olvidado de que defienden el matrimonio gay y su derecho a adoptar hijos y formarlos a su gusto? ¿Con qué derecho se escandalizan de que un sacerdote haya cedido a las tentaciones desviadas de la carne con sus jóvenes dirigidos si ellos, los de la Concertación, propician posibilitar que padres homosexuales adopten niños, con la altísima probabilidad de que esas mismas cosas sucedan en el interior de esos hogares gay, pero esta vez con el debido patrocinio y protección legales? ¿Que no vieron a la pareja gay en la franja electoral del V Presidente de la Concertación, cuando era candidato, cohonestando eso mismo? En eso consistía la hábil estrategia confesada por Hinzpeter de "tomar las banderas de la Concertación". ¡Y qué banderas! Por eso, entre muchas otras razones, no voté por él. Bueno, hay que reconocer que ganaron la elección con esas "banderas", lo que sólo habla del lamentable estado moral del país.
Ellos creen, a raíz del caso Karadima, que están presenciando el derrumbe de un baluarte moral, la Iglesia Católica, pero están muy equivocados. La Iglesia ha sobrevivido a muchas situaciones peores que ésta y sus principios han quedado indemnes, porque son mucho más importantes que los errores de sus miembros, sus ministros, sus prelados, purpurados o incluso sus pontífices.
Lo que los recientes episodios vienen a demostrar es precisamente que los principios morales defendidos por la Iglesia son los que deben prevalecer y que el abandono de ellos en nombre de degeneraciones supuestamente "progresistas" conducen a la ruina moral de las personas, de las organizaciones y de la sociedad.
Los jóvenes abusados por un director espiritual descarriado son el vivo testimonio de a dónde conducen las prédicas y prácticas "progresistas" y supuestamente "liberales", que reniegan de todo marco de principios y valores.
Ellas no pueden sino terminar en nuevas Sodomas y Gomorras habitadas por seres destrozados y desmoralizados y son todo lo contrario de lo que defiende, predica y practica la religión católica. Las caídas de algunos de sus miembros no debilitan su mensaje ni sus principios, que salen fortalecidos tras la manifestación de las terribles consecuencias de transgredirlos.
Si algo nos enseña el episodio Karadima es que la banalización de la sexualidad sólo conduce a la degradación y al sufrimiento de las personas; que hay un orden natural digno de ser respetado y que coincide con las enseñanzas de la religión; y que existe una moral digna de ser preservada, pues la vida licenciosa, la permisividad sin límites y el libertinaje conductual que antaño acarrearon la destrucción de Sodoma y Gomorra, y que hogaño entre nosotros se ha intentado cohonestar, si es que no instituir, por parte de los gobiernos de la Concertación, sólo pueden conducir al sufrimiento y quebrantos de las nuevas generaciones, tal como han conducido a los de las personas víctimas de esos torcidos criterios en el desgraciado caso que tanto ha preocupado a la opinión pública en general y a la grey católica en particular.
¿Es que ya nos hemos olvidado de las JOCAS, de los manuales distribuidos por el ministerio de Educación recomendando que a los niños en los colegios debía estimulárselos para que "exploraran todas sus opciones sexuales", para que se toquetearan entre ellos con total impudicia para descubrir su "orientación sexual", que por desviada que fuera no debía ser obstaculizada, porque todas las preferencias eran válidas?
¿Es que ya nos hemos olvidado de que defienden el matrimonio gay y su derecho a adoptar hijos y formarlos a su gusto? ¿Con qué derecho se escandalizan de que un sacerdote haya cedido a las tentaciones desviadas de la carne con sus jóvenes dirigidos si ellos, los de la Concertación, propician posibilitar que padres homosexuales adopten niños, con la altísima probabilidad de que esas mismas cosas sucedan en el interior de esos hogares gay, pero esta vez con el debido patrocinio y protección legales? ¿Que no vieron a la pareja gay en la franja electoral del V Presidente de la Concertación, cuando era candidato, cohonestando eso mismo? En eso consistía la hábil estrategia confesada por Hinzpeter de "tomar las banderas de la Concertación". ¡Y qué banderas! Por eso, entre muchas otras razones, no voté por él. Bueno, hay que reconocer que ganaron la elección con esas "banderas", lo que sólo habla del lamentable estado moral del país.
Ellos creen, a raíz del caso Karadima, que están presenciando el derrumbe de un baluarte moral, la Iglesia Católica, pero están muy equivocados. La Iglesia ha sobrevivido a muchas situaciones peores que ésta y sus principios han quedado indemnes, porque son mucho más importantes que los errores de sus miembros, sus ministros, sus prelados, purpurados o incluso sus pontífices.
Lo que los recientes episodios vienen a demostrar es precisamente que los principios morales defendidos por la Iglesia son los que deben prevalecer y que el abandono de ellos en nombre de degeneraciones supuestamente "progresistas" conducen a la ruina moral de las personas, de las organizaciones y de la sociedad.
Los jóvenes abusados por un director espiritual descarriado son el vivo testimonio de a dónde conducen las prédicas y prácticas "progresistas" y supuestamente "liberales", que reniegan de todo marco de principios y valores.
Ellas no pueden sino terminar en nuevas Sodomas y Gomorras habitadas por seres destrozados y desmoralizados y son todo lo contrario de lo que defiende, predica y practica la religión católica. Las caídas de algunos de sus miembros no debilitan su mensaje ni sus principios, que salen fortalecidos tras la manifestación de las terribles consecuencias de transgredirlos.
Si algo nos enseña el episodio Karadima es que la banalización de la sexualidad sólo conduce a la degradación y al sufrimiento de las personas; que hay un orden natural digno de ser respetado y que coincide con las enseñanzas de la religión; y que existe una moral digna de ser preservada, pues la vida licenciosa, la permisividad sin límites y el libertinaje conductual que antaño acarrearon la destrucción de Sodoma y Gomorra, y que hogaño entre nosotros se ha intentado cohonestar, si es que no instituir, por parte de los gobiernos de la Concertación, sólo pueden conducir al sufrimiento y quebrantos de las nuevas generaciones, tal como han conducido a los de las personas víctimas de esos torcidos criterios en el desgraciado caso que tanto ha preocupado a la opinión pública en general y a la grey católica en particular.
Fuente: Blog de Hermógenes
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