miércoles, 25 de enero de 2012

Si (de Rudyard Kipling)


Si guardas en tu puesto la cabeza tranquila
cuando todo a tu lado es cabeza perdida;
si en ti mismo tienes una fe que te niegan
y nunca desprecias las dudas que ellos tengan;
si esperas en tu puesto, sin fatiga en la espera;
si, engañado, no engañas;
si no buscas más odio que el odio que te tengan...
Si eres bueno y no finges ser mejor de lo que eres;
si al hablar no exageras lo que sabes y quieres;
si sueñas, y los sueños no te hacen su esclavo;
si piensas y rechazas lo que piensas en vano;
si tropiezas con el triunfo, si a la cumbre llega tu derrota
y a estos dos impostores los tratas de igual forma;
Si logras que se sepa la verdad que has hablado,
a pesar del sofisma del orbe encanallado;
si vuelves al comienzo del trabajo perdido,
aunque esta obra dure toda tu vida;
si arriesgas al momento y lleno de alegría
tus ganancias de siempre a la suerte de un día,
y pierdes y te lanzas de nuevo a la pelea,
sin decir nada a nadie de lo que es y lo que era;
Si logras que nervios y corazón te asistan,
aun después de su fuga de tu cuerpo en fatiga,
y se agarren contigo cuando no quede nada,
porque tú lo deseas y lo quieres y mandas;
si hablas con el pueblo y guardas tu virtud;
si marchas junto a reyes a tu paso y tu luz;
si nadie que te hiera llega a hacerte una herida;
si todos te reclaman, y ninguno te precisa;
si llenas un minuto envidiable y certero
de sesenta segundos que te lleven al cielo...
toda esta tierra será dominio tuyo
y aún mucho más, serás hombre, hijo mío.
(Traducción extraída de Wikisource)

viernes, 22 de abril de 2011

De la película "The Passion of the Christ" DESDE LA SENTENCIA DE MUERTE HASTA LA ENTREGA DE LA SSMA. VIRGEN MARÍA COMO MADRE




La Crucifixión de Jesús

De "Las Horas de la Pasión" de Luisa Piccarreta

De las 11 a las 12 del día


DECIMANOVENA HORA 

Jesús, Madre mía, venid a escribir conmigo, prestadme vuestras santísimas manos para que pueda escribir lo que a Vosotros os plazca y sólo lo que queráis. 

Jesús, amor mío, ya estás despojado de tus vestiduras; tu cuerpo santísimo está tan lacerado, que pareces un cordero desollado... Veo que de la cabeza a los pies tiemblas, y no sosteniéndote de pie, mientras tus enemigos te preparan la Cruz, caes por tierra en este monte. Bien mío y Todo mío, el corazón se me oprime por el dolor al ver cómo la sangre te diluvia de todas partes de tu santísimo cuerpo, y todo cubierto de llagas, de la cabeza a los pies. 

Tus enemigos, cansados, pero no satisfechos, al desnudarte han arrancado de tu santísima cabeza, con indecible dolor tuyo, la corona de espinas, y después te la han clavado de nuevo entre dolores inauditos, traspasando con nuevas heridas tu sacratísima cabeza... Ah, Tú reparas la perfidia y la obstinación del pecador, especialmente en el pecado de la soberbia... Jesús, veo que si el amor no te empujase aún más arriba, Tú ya hubieras muerto por la intensidad del dolor que sufres en esta tercera coronación de espinas. Pero veo que no puedes soportar el dolor, y con esos ojos velados por la sangre miras para ver si al menos hay uno que se te acerque para sostenerte en tanto dolor y confusión... 

Dulce bien mío, aquí no estás solo como en la noche de la Pasión, aquí está la dolorosa Mamá que, lacerada en su Corazón sufre tantas muertes por cuantas penas sufres Tú... Oh Jesús, también está la amante Magdalena, que parece enloquecida por causa de tus penas; el fiel Juan, que parece enmudecido por la intensidad del dolor de tu Pasión... Este es el monte de los amantes... y no podías estar solo- Pero dime, Amor mío, ¿quién quisieras que te sostuviera en tanto dolor? Ah, permíteme que sea yo quien te sostenga. Yo soy quien tiene más necesidad de todos... La Mamá querida, con los demás, me ceden el puesto, y yo, oh Jesús, me acerco a ti, te abrazo y te ruego que apoyes tu cabeza sobre mi hombro y que me hagas sentir en mi cabeza tus espinas. Quiero poner mi cabeza junto a la tuya,, no sólo para sentir tus espinas sino también para lavar con tu sangre preciosísima, que de la cabeza te chorrea, todos mis pensamientos, para que todos puedan estar en tacto de repararte por cualquier ofensa de pensamiento que cometan las criaturas. Oh amor mío, estréchate a mí, pues quiero besar una por una las gotas de tu sangre que chorrean sobre tu rostro santísimo; y mientras las adoro una por una, te ruego que cada gota de tu sangre sea luz para cada mente creada, para hacer que ninguna te ofenda con pensamientos malos... 

Y mientras te tengo estrechado y apoyado en mí, te miro, oh Jesús, y veo que miras la Cruz que tus enemigos te preparan. Oyes los golpes que dan a la Cruz para hacerle los agujeros en los que te clavarán. Oh Jesús, siento que el Corazón te palpita con violencia, anhelando ese lecho, para ti el más deseado, si bien con dolor indescriptible, con que sellarás en ti la salvación de nuestras almas; y te oigo decir: 

"Amor mío, Cruz amada, lecho mío precioso: Tú has sido mi martirio en vida y ahora eres mi descanso. Oh Cruz, recíbeme pronto en tus brazos; estoy impaciente en la espera. Cruz santa, en ti daré cumplimiento a todo. ¡Pronto, oh Cruz, cumple mis ardientes deseos, que me consumen para dar Vida a las almas, y estas Vidas serán selladas por ti, oh Cruz! ¡Ah, no tardes, que con ansia espero extenderme sobre ti para abrir el Cielo a todos mis hijos y cerrarles el Infierno! Oh Cruz, es verdad que tú eres mi batalla, pero eres también mi victoria y mi triunfo completo. En ti concederé abundantes herencias, victorias, triunfos y coronas a mis hijos..." 

¿Pero quién podrá decir todo lo que mi dulce Jesús dice a la Cruz? 

Pero mientras Jesús se desahoga con la Cruz, sus enemigos le mandan que se extienda sobre ella, y El inmediatamente obedece a lo que quieren, y esto para reparar por nuestras desobediencias. 

Amor mío, antes que te extiendas sobre la Cruz déjame que te estreche más fuerte a mi corazón y que te de, y tú me des, un beso. Oye, Jesús, no quiero dejarte; quiero permanecer contigo y extenderme también yo sobre la Cruz y quedar clavada junto contigo. El verdadero amor no soporta ninguna calase de separación. Tú perdonarás la audacia de mi amor y me concederás quedarme crucificada contigo... Mira, tierno amor mío, no soy yo sola quien te lo pide, sino también te lo pide la doliente Mamá, la amante Magdalena, el predilecto Juan; todos te dicen que les sería más soportable quedar crucificados contigo que sólo asistir y verte a ti solo crucificado... Por eso en unión contigo me ofrezco al Eterno Padre, identificada con tu Voluntad, con tu Amor, con tus reparaciones, con tu mismo Corazón y con todas tus penas. 

Ah, parece que mi dolorido Jesús me dice: "Hija mía, has previsto mi Amor, esta es mi Voluntad: Que todos los que me aman queden crucificados conmigo. Ah sí, ven tú también a extenderte conmigo sobre la Cruz; te haré vida de mi Vida y te tendré como la predilecta de mi Corazón." 

Dulce bien mío, he aquí que te extiendes sobre la Cruz, miras a los verdugos, que tienen en las manos clavos y martillo para clavarte, y los miras con tal amor y dulzura que les haces dulce invitación para que pronto te crucifiquen... Y ellos, aunque sienten repugnancia, con ferocidad inhumana te sujetan la mano derecha, presentan el clavo y a golpes de martillo lo hacen salir por el otro lado de la Cruz, pero es tanto y tan tremendo el dolor que sufres, oh Jesús mío, que te estremeces; la luz de tus ojos se eclipsa, tu rostro santísimo palidece y se hace lívido... 

Diestra bendita, te beso, te compadezco, te adoro y te agradezco, por mí y por todos... Y por cuantos fueron los golpes que recibiste, tantas otras almas te pido en este momento que libres de la condena del infierno; por cuantas gotas de sangre derramaste, tantas almas te ruego que laves en esta Sangre Preciosísima; y por el dolor atroz que sufriste, especialmente cuando te clavaron en la Cruz, te ruego que a todos abras el Cielo y que bendigas a todos, y ésta tu bendición llame a la conversión a los pecadores, y a la luz de la fe a los herejes e infieles. 

Oh Jesús, dulce Vida mía, habiéndote crucificado ya la mano derecha, los verdugos, con inaudita crueldad te toman la izquierda y te tiran de ella tanto, para hacer que llegue al agujero ya preparado en la Cruz, que te sientes dislocar las articulaciones de los brazos y de los hombros, y por la violencia del dolor, las piernas se contraen convulsamente... 

Mano izquierda de mi Jesús, te beso, te compadezco, te adoro y te agradezco... Y te ruego, por esos golpes y por los dolores que sufriste cuando te traspasaron con el clavo, que me concedas muchas almas que en este momento hagamos volar del Purgatorio al Cielo; y por la sangre que derramaste te ruego que extingas las llamas que atormentan a esas almas, y para todas sea refrigerio y un baño saludable que las purifique de todas las manchas y las disponga a la visión beatifica... Amor mío y Todo mío, por el agudísimo dolor que sufriste cuando te clavaron el clavo en la mano izquierda te ruego que cierres el infierno a todas las almas y que detengas los rayos de la Divina Justicia, que por nuestras culpas está por desgracia irritada... Ah Jesús, haz que este clavo en tu izquierda bendita sea la llave que cierre la Divina Justicia, para hacer que no lluevan los flagelos sobre la tierra, y abra los tesoros de la Divina Misericordia a favor de todos. Por eso te ruego que nos estreches entre tus brazos... Ya has quedado inmovilizado para todo, y nosotros hemos quedado libres para poderte hacer todo; por tanto, pongo en tus brazos el mundo y a todas las generaciones, y te ruego, Amor mío, con las voces de tu misma sangre, que no niegues a ninguno el perdón, y por los méritos de tu Preciosísima Sangre te pido la salvación y la Gracia para todos, sin excluir a ninguno. 

Amor mío Jesús, tus enemigos no están todavía satisfechos; con ferocidad diabólica toman tus pies santísimos, siempre incansables en la búsqueda de almas, y, contraídos como estaban por la fuerza del dolor de las manos, tiran de ellos tan fuerte que quedan descoyuntadas las rodillas, las caderas y todos los huesos del pecho... Mi corazón no resiste, oh Bien mío... Veo que por la vehemencia del dolor, tus hermosos ojos eclipsados y velados por la sangre se ponen en blanco, tus labios lívidos e hinchados por los golpes se tuercen, las mejillas se hunden, los dientes entrechocan, el pecho se sofoca, y el Corazón, por la fuerza de la tensión con que han sido estiradas las manos y los pies, queda todo desquiciado... ¡Amor mío, con cuánto deseo me pondría en tu lugar para evitarte tanto dolor! Quiero extenderme en todos tus miembros para darte un alivio, un beso, un consuelo y una reparación por todo. 

Jesús mío, veo que colocan un pie sobre el otro, y te lo traspasan con un clavo, por añadidura despuntado... Ah Jesús mío, permíteme que mientras te los traspasa el clavo, te ponga en el pie derecho a todos los Sacerdotes, para que sean luz para todas las gentes, y en especial aquellos que no llevan una vida buena y santa; y en el pie izquierdo a todas las gentes, para que reciban la luz de los Sacerdotes, los respeten y les sean obedientes; y en la misma forma que el clavo te traspasa los pies, así traspase a los Sacerdotes y a las gentes para que unos y otras no puedan separarse de ti... 

Pies benditos de mi Jesús, os beso, os compadezco, os adoro y os agradezco... Y por los atrocísimos dolores que sufriste cuando fuiste estirado, descoyuntándose todos los huesos, y por la sangre que derramaste, te suplico que pongas y encierres a todas las almas en tus llagas. No desdeñes a ninguna, oh Jesús... Que tus clavos crucifique nuestras potencias para que no se separen de ti; nuestro corazón, para que siempre y solamente quede fijo en ti; todos nuestros sentimientos queden clavados con tus clavos para que no tomen ningún gusto que no provenga de ti... 

Oh Jesús mío crucificado, te veo todo ensangrentado, nadas en un baño de sangre, y estas gotas de sangre no te gritan sino : ¡Almas! Más aún, en cada una de estas gotas de tu sangre veo presentes a todas las almas de todos los siglos; de manera que a todas nos contenías en ti, oh Jesús. Y por la potencia de esta Sangre te pido que ninguna huya nunca más de ti. 

Oh Jesús mío, terminando los verdugos de clavarte los pies, yo me acerco a tu Corazón. Veo que ya no puedes más, pero el amor grita más fuerte y exige: "¡Más penas aún!". Jesús mío, abrazo tu Corazón, te beso, te compadezco, te adoro y te agradezco, por mí y por todos... Oh Jesús, quiero apoyar mi cabeza sobre tu Corazón para sentir lo que sufres en esta dolorosísima crucifixión... Ah, siento que cada golpe de martillo resuena en tu Corazón. Tu Corazón es el centro de todo, y por él empiezan los dolores y en él terminan...Ah, si no fuera porque esperas una lanza para ser traspasado, las llamas de tu Amor y la sangre que hierve en torno a tu Corazón, se hubieran abierto camino y te lo habrían ya traspasado. Estas llamas y esta sangre llaman a las almas amantes a hacer su feliz morada en tu Corazón, y yo, oh Jesús, por amor de este Corazón y por tu sacratísima Sangre, te suplico, te pido la santidad de todas tus almas amantes... Oh Jesús, no las dejes salir jamás de tu Corazón, y con tu Gracia multiplica las vocaciones de almas amantes y víctimas que continúen tu vida sobre la tierra. Tú quisieras dar un puesto especial en tu Corazón a las almas que te aman; haz que este puesto no lo pierdan jamás. 

Oh Jesús, que las llamas de tu Corazón me abrasen y me consuman, que tu sangre me embellezca, que tu Amor me tenga siempre clavada al Amor, con el dolor y con la reparación. 

Oh Jesús mío, ya los verdugos han clavado tus manos y tus pies a la Cruz, y volteándola para remachar los clavos obligan a tu rostro adorable a tocar la tierra empapada por tu misma sangre, y Tú, con tu boca divina, la besas... Y con este beso, oh dulce Amor mío, quieres besar a todas las almas y vincularlas a tu amor, sellando su salvación. Oh Jesús, déjame que tome yo tu lugar para que tu sacratísimo cuerpo no toque esa tierra, aunque esté empapada por tu preciosísima sangre; déjame que te estreche entre mis brazos, y mientras los verdugos doblan a golpes los clavos, haz que estos golpes me hieran también a mí y me crucifiquen por entero a tu Amor. 

Jesús mío, mientras las espinas se van hundiendo cada vez más en tu cabeza, quiero ofrecerte todos mis pensamientos, para que como besos afectuosos te consuelen y mitiguen la amargura de tus espinas. 

Oh Jesús, veo que tus enemigos aún no se han hartado de insultarte y de escarnecerte, y yo quiero confortar tus divinas miradas con mis miradas de amor. 

Tu lengua está pegada casi a tu paladar por la amargura de la hiel y por la sed abrasadora. Para aplacar tu sed quisieras todos los corazones de las criaturas rebosantes de amor, pero no teniéndolos, te abrasas cada vez más por ellas... Dulce amor mío, quiero enviarte ríos de amor para mitigar de algún modo la amargura de la hiel y la sed ardiente... Oh Jesús, veo que a cada movimiento que haces, las llagas de tus manos se van abriendo más y el dolor se hace más intenso y acerbo. Querido Bien mío, para confortar y endulzar este dolor te ofrezco las obras santas de todas las criaturas... ¡Oh Jesús mío, ay! ¡Cómo está destrozado tu pobre Corazón! ¿Cómo podré confortarte en tanto dolor? Me difundiré en ti, pondré mi corazón en el tuyo, en tus ardientes deseos pondré los míos para que sea destruido cualquier deseo malo; difundiré mi amor en el tuyo a fin de que con tu fuego sean abrasados los corazones de todas las criaturas y destruidos los amores profanos y pecaminosos. Y así tu Corazón sacratísimo quedará reconfortado. Yo prometo desde ahora, oh Jesús, mantenerme siempre clavada a este Corazón amorosísimo con los clavos de tus deseos, de tu Amor y de tu Voluntad. ¡Oh Jesús mío: Crucificado Tú, crucificada yo en ti! No permitas que me desclave lo más mínimo de ti; sino que quede siempre clavada, para poder amarte y repararte por todos y mitigar el dolor que te dan las criaturas con sus pecados... 

Jesús clavado en la Cruz 

En esta hora, en íntima unión con Jesús, el alma, ejerciendo el oficio de víctima, quiere desarmar a la Justicia Divina. 

Mi buen Jesús, veo que tus enemigos levantan el pesado madero de la Cruz y lo dejan caer en el hoyo que han preparado; y Tú, dulce Amor mío, quedas suspendido entre el Cielo y la tierra. En este solemne momento te diriges al Padre, y con voz débil y apagada le dices: 

"Padre Santo, héme aquí cargado con todos los pecados del mundo; no hay pecado que no recaiga sobre Mí. Por eso no descargues sobre los hombres los flagelos de tu Divina Justicia, sino sobre Mí, tu Hijo. Oh Padre, ¿no ves a qué estado me he reducido? Por esta Cruz y en virtud de estos dolores, concede a todos el perdón, verdadera conversión, paz y santidad. Detén tu indignación contra la pobre humanidad, contra mis hijos; están ciegos y no saben lo que hacen... Por eso mírame bien, cómo he quedado reducido por causa de ellos. Si no te mueves a compasión por ellos, enternécete al manos al ver mi rostro escupido y cubierto de sangre, lívido e hinchado por tantas bofetadas y golpes que he recibido... ¡Piedad, Padre mío! Yo era el más hermoso de todos, y ahora estoy tan desfigurado que ya no me reconozco. He llegado a ser la abominación de todos. ¡Por eso, a cualquier precio quiero salvar a la pobre criatura!" 

Crucificado Amor mío, yo también quiero seguirte ante el Trono del Eterno, y junto contigo quiero desarmar a la Divina Justicia. Hago mía tu santísima Humanidad, me uno con mi voluntad a la Tuya y junto contigo quiero hacer lo que haces Tú... Es más, permíteme que corran mis pensamientos en los tuyos; mi amor, mi voluntad, mis deseos en los tuyos; mis latidos corran en tu Corazón y todo mi ser, en ti, a fin de que no deje escapar nada y repita acto por acto y palabra por palabra todo lo que haces Tú. 

Pero veo, crucificado Bien mío, que Tú, viendo al Divino Padre grandemente indignado contra las criaturas, te postras ante El y ocultas a todas las criaturas dentro de tu santísima Humanidad, poniéndolos al seguro, para que el Padre, mirándonos en ti, no nos eche a las criaturas de Sí. Y si las mira airado, es porque todas las almas han desfigurado la bella imagen que El creó, y no tienen más pensamientos que para desconocerlo y ofenderlo, y de su inteligencia, que debía ocuparse en comprenderlo, forman por el contrario una guarida donde anidan todos los pecados... Y Tú, oh Jesús mío, para aplacarlo, atraes la atención del Divino Padre a que mire tu santísima cabeza traspasada en medio de atroces dolores, que en tu mente tienen cono clavadas a todas las inteligencias de las criaturas, y por las cuales y por cada una ofreces una expiación para satisfacer a la Divina Justicia. ¡Oh, cómo estas espinas son ante la Majestad Divina voces piadosas que excusan todos los malos pensamientos de las criaturas! 

Jesús mío, mis pensamientos sean uno solo con los tuyos; por eso contigo ruego, imploro, reparo y excuso ante la Divina Majestad por todo el mal que hacen todas las criaturas con la inteligencia. Permíteme que tome tus espinas y tu misma Inteligencia, y que vaya recorriendo contigo todas las criaturas y una tu Inteligencia a las suyas, y que con la santidad de tu Inteligencia les devuelva la primera Inteligencia, tal como fue por ti creada; que con la santidad de tus pensamientos reordene todos los pensamientos de las criaturas en ti, Y que con tus espinas traspase la mente de todas y de cada una de las criaturas y te devuelva el dominio y el gobierno de todas... Ah sí, oh Jesús mío, Tú solo sé el dominador de cada pensamiento, de cada acto de todas las gentes; rige Tú solo cada cosa, y sólo así la faz de la tierra, que causa horror y espanto, será renovada. 

Mas me doy cuenta, crucificado Jesús, que aún ves al Divino Padre indignado, que mira a las pobres criaturas y las ve a todas tan enfangadas de pecados y cubiertas con las más repugnantes asquerosidades, que dan asco a todo el Cielo. ¡Oh, cómo queda horrorizada la pureza de la mirada divina, casi no reconociendo como obra de sus manos santísimas a la pobre criatura! Es más, parece que sean otros tantos monstruos ocupan la tierra y que atraen la indignación de la mirada del Padre... Pero Tú, oh Jesús mío, para aplacarlo tratas de endulzarlo cambiando sus ojos por los tuyos, haciéndole verlos cubiertos de sangre e hinchados de lágrimas; y lloras ante la Divina Majestad para moverla a compasión por la desgracia de tantas pobres criaturas, y oigo que le dices: 

"Padre mío, es cierto que la ingrata criatura cada vez más se va enfangando con pecados, hasta no merecer ya tu mirada paterna; pero mírame, oh Padre: Yo quiero llorar tanto ante Ti, que forme un baño de lágrimas y de sangre para lavar todas las inmundicias con que se han cubierto las criaturas. Padre mío, ¿querrás acaso Tú rechazarme? 

¡No, no puedes; soy tu Hijo! Y a la vez que soy tu Hijo soy también la Cabeza de todas las criaturas, y ellas son mis miembros... ¡Salvémoslas, oh Padre, salvémoslas!". 

Jesús mío, amor sin fin, quisiera tener tus ojos para llorar ante la Majestad Suprema por la pérdida de tantas pobres criaturas... y por estos tiempos tan tristes. Permíteme que tome tus lágrimas y tus mismas miradas, que son una con las mías, y recorra todas las criaturas. Y para moverlas a compasión por sus almas y por tu amor, les hará ver que Tú lloras por su causa, y que mientras se van enfangando Tú tienes preparadas tus lágrimas y tu sangre para lavarlas... y así, al verte llorar, se rendirán. Ah, con estas tus lágrimas permíteme que lave todas las inmundicias de las criaturas; que haga descender estas lágrimas en sus corazones y ablande a tantas almas endurecidas en el pecado, venza la obstinación de los corazones y haga penetrar en ellos tus miradas, haciéndoles levantar al Cielo sus miradas para amarte, y no las dejen más vagar sobre la tierra para ofenderte. Así el Divino Padre no desdeñará mirar a la pobre humanidad. 

Crucificado Jesús, veo que el Divino Padre aún no se aplaca en su indignación, porque mientras su paterna bondad, movida por tanto Amor a la pobre criatura, Amor que ha llenado Cielo y tierra de tantas pruebas de amor y de beneficios hacia ella, tantas que se pueda decir que en cada paso y acto de la criatura se siente correr el Amor y las gracias de ese Corazón Paterno, y la criatura, siempre ingrata, no quiere reconocerlo sino que hace frente a tanto Amor llenando cielos y tierra de insultos, de desprecios y de ultrajes, y llega a pisotearlo bajo sus inmundos pies, queriendo destruirlo si pudiera, y todo por idolatrarse a sí misma ¡Ah, todas esas ofensas penetran hasta en los Cielos y llegan ante la Majestad Divina, la Cual, oh cómo se indigna viendo a la vilísima criatura que llega hasta insultarla y ofenderla en todos los modos posibles! 

Pero Tú, oh Jesús mío, siempre atento a defendernos, con la fuerza arrebatadora de tu Amor forzas al Padre a que mire tu santísimo rostro, cubierto de todos estos insultos y desprecios, y le dices: 

"Padre mío, no rechaces a las pobres criaturas; si las rechazas a ellas, a Mí me rechazas. ¡Ah, aplácate! Todas estas ofensas las tengo sobre mi rostro, que te responde por todas... Padre mío, detén tu furor contra la pobre humanidad; son ciegos y no saben lo que hacen. Por eso mírame bien cómo he quedado reducido por su causa. Si no te mueves a compasión por la mísera humanidad, que te enternezca mi rostro lleno de salivazos, cubierto de sangre, amoratado e hinchado por tantas bofetadas y golpes como he recibido...¡Piedad, Padre mío! Yo era el más bello de los hijos de los hombres y ahora estoy tan desfigurado que soy irreconocible; soy oprobio para todos. ¡Por eso, a cualquier precio quiero a la criatura salva!". 

Jesús mío, ¿pero es posible que nos ames tanto? Tu amor tritura mi pobre corazón, pero queriéndote seguir en todo, déjame que tome este tu rostro santísimo para tenerlo en mi poder, para mostrarlo continuamente así desfigurado al Padre, con el fin de moverlo a compasión por la pobre humanidad, que tan oprimida está bajo el látigo de la Divina Justicia que yace como moribunda; y permíteme que vaya en medio de las criaturas y les haga ver tu rostro tan desfigurado por su causa, y las mueva a compasión de sus almas y de tu amor; y que con la luz que brota de ese rostro y con la fuerza arrebatadora de tu amor les haga comprender Quién eres Tú y quiénes son ellas que se atreven a ofenderte, y haga resurgir sus almas de en medio de tantos pecados en que viven muertas a la Gracia, y les haga postrarse ante ti a todas, en acto de adorarte y de glorificarte. 

Jesús mío, Crucificado adorable, la criatura continúa irritando sin cesar a la Divina Justicia, y de su lengua hace resonar el eco de horribles blasfemias, voces de imprecaciones y maldiciones, conversaciones malas, tramas para preparar cómo destrozarse mejor entre ellas y llevar a cabo horribles matanzas y asesinatos... Ah, todas estas voces ensordecen la tierra y penetrando hasta en los Cielos ensordecen los oídos divinos, y Dios, cansado de estos ecos malignos que las criaturas le envían, siente que querría deshacerse de ellas y arrojarlas lejos de Sí, porque todas estas voces malignas imprecan y claman venganza y justicia contra ellas mismas... ¡Oh, cómo la Divina Justicia se siente constreñida a descargar flagelos! ¡Oh, cómo encienden su furor contra la criatura tantas blasfemias horrendas! Pero Tú, oh Jesús mío, amándonos con sumo amor, haces frente a estas voces malignas con tu voz omnipotente y creadora y haces resonar tu dulcísima voz en los oídos del Padre para repararlo por las molestias que le dan las criaturas, con otras tantas voces de bendiciones, de alabanzas, y clamas: "¡Misericordia, Gracias, Amor para la pobre criatura!" Y para aplacarlo más, le demuestras tu santísima boca y le dices: 

"Padre mío, mírame de nuevo; no oigas las voces de las criaturas sino escucha la mía; soy Yo quien te da satisfacción por todas; por eso te ruego que mires a las criaturas, pero que las mires en Mí, pues si las miras fuera de Mí, ¿qué sería de ellas? Son débiles, ignorantes, capaces sólo de hacer el mal, llenas de todas las miserias. Piedad, piedad de las pobres criaturas. Yo te respondo por ellas con mi lengua amargada por la hiel, reseca por la sed y quemada y abrasada por el Amor..." 

Amargado Jesús mío, mi vos en la tuya también quiere hacer frente a todas esas ofensas. Déjame que tome tu lengua, tus labios y que recorra todas las criaturas y toque sus lenguas con la tuya, para que sintiendo ellas en el momento de ofenderte la amargura de la tuya, no vuelvan a blasfemar, si no por amor, al menos por la amargura que sientan...; déjame que toque sus labios con los tuyos a fin de que, haciéndoles sentir en sus labios el fuego de la culpa, y haciendo resonar tu voz omnipotente en todos los pechos, pueda detener la corriente de todas las voces malas, y cambiar a todas las voces humanas en voces de bendiciones y alabanzas. 

Crucificado Bien mío, ante tanto amor y dolor tuyo la criatura no se rinde aún; por el contrario, despreciándote, va añadiendo pecados y pecados, cometiendo enormes sacrilegios, homicidios, suicidios, fraudes, engaños, crueldades y traiciones...Ah, todas estas obras malas hacen más pesados los brazos paternos, y el Padre, no pudiendo sostener su peso, está a punto de dejarlos caer, haciendo llover sobre la tierra cólera y destrucción. Y Tú, oh Jesús mío, para librar a la criatura de la cólera divina, temiendo ver a la criatura destruida, tiendes tus brazos al Padre para que El no los deje caer y destruya a la criatura, y ayudándolo con los tuyos a sostener el peso, lo desarmas e impides a la Justicia que actúe. Y para moverlo a compasión por la mísera humanidad y enternecerlo, con voz más conmovedora le dices: 

"Padre mío, mira mis manos destrozadas y estos clavos que me las traspasan, que me tienen clavado junto con todas estas obras malas. Ah, en estas manos siento todos los dolores que me dan todas estas malas obras. ¿No estás contento, oh Padre mío, con mis dolores? ¿No son acaso capaces de satisfacerte? Ah, estos mis brazos descoyuntados y descarnados sean para siempre cadenas que tengan atadas a todas las pobres criaturas a fin de que ninguna me huya, sólo la que quisiera arrancarse de Mí a viva fuerza; y estos mis brazos sean las cadenas amorosas que te aten también a ti, Padre mío, para impedirte que destruyas a la pobre criatura; más aún, te atraigan siempre más hacia ella para que derrames abundantemente sobre ella tus gracias y tus misericordias." 

Jesús mío, tu amor es un dulce encanto para mí, y me mueve a hacer todo lo que haces Tú; por eso dame tus brazos, pues quiero impedir junto contigo, a costa de cualquier pena, que intervenga la Justicia Divina contra la pobre humanidad. Con la sangre que escurre de tus manos quiero extinguir el fuego de la culpa que la enciende y aplacar su furor; y para mover al Padre a más piedad por las criaturas, permíteme que en tus brazos ponga tantos miembros destrozados, los gemidos de tantos pobres heridos, tantos corazones doloridos y oprimidos, y déjame que recorra todas las criaturas y las estreche a todas en tus brazos para que todas vuelvan a tu Corazón. Permíteme que con la potencia de tus manos creadoras detenga la corriente de tantas obras malas y pecaminosas e impida a todos hacer el mal. 

Amable Jesús mío crucificado, la criatura no está satisfecha aún de ofenderte; quiere beber hasta el fondo todas las heces del pecado y corre como enloquecida por el camino del mal; se precipita cada vez más de pecado en pecado, desobedece y desconoce tus Leyes, y desconociéndote a ti, se rebela más contra ti , y casi sólo por darte dolor quiere irse al infierno... ¡Oh, cómo se indigna la Majestad Suprema! Y Tú, oh Jesús mío, triunfando sobre todo, hasta sobre la obstinación de las criaturas, para aplacar al Divino Padre le muestras toda tu santísima Humanidad lacerada, descoyuntada, descarnada y destrozada en modo horrible, y tus santísimos pies traspasados, en los que contienes todos los pasos de las criaturas, que te dan dolores de muerte, tanto que están deformes por la atrocidad de los dolores; y oigo tu voz más que nunca conmovedora, como a punto de extinguirse, que a fuerza de amor y de dolor quiere vencer a la criatura y triunfar sobre el Corazón del Padre diciendo: 

"Padre mío, mírame de la cabeza a los pies: No hay parte sana en Mí. Ya no tengo donde hacerme abrir nuevas llagas y procurarme otros dolores. Si no te aplacas ante este espectáculo de amor y de dolor, ¿quién va a poder aplacarte? ¡Oh criaturas, si no os rendís ante tanto amor, ¿qué esperanza de conversión os queda? Estas mis llagas y esta Sangre mía sean siempre voces que hagan descender del Cielo a la tierra gracias de arrepentimiento, de perdón y de compasión hacia la pobre humanidad..." 

Jesús mío, te veo en estado de violencia para aplacar al Padre y para vencer a la pobre criatura; por lo cual permíteme que tome tus santísimos pies y vaya a todas las criaturas y ate sus pasos a tus pies para que si quieren caminar por el camino del mal, sintiendo las ataduras que has puesto entre Tú y ellas, no puedan. Ah, con estos tus pies hazles echarse atrás del camino del mal y ponlas en el sendero del bien, haciéndolas más dóciles a tus Leyes; y con tus clavos cierra el infierno para que nadie más caiga en él. 

Jesús mío, amante crucificado, veo que ya no puedes más... La tensión terrible que sufres sobre la Cruz, el continuo moverse de tus huesos, que cada vez más se dislocan a cada pequeño movimiento, las carnes que cada vez más se abren, las repetidas ofensas que te añaden, repitiéndote una pasión y muerte más dolorosa, la sed ardiente que te consume, las penas interiores que te ahogan de amargura, de dolor y de amor, y en tantos martirios tuyos la ingratitud humana que te hace frente y que penetra como una ola impetuosa hasta dentro de tu Corazón traspasado, ay, te aplastan de tal manera que tu santísima Humanidad, no resistiendo bajo el peso de tantos martirios, está a punto de sucumbir, y como delirando por el amor y por el sufrimiento suplica ayuda y piedad... 

Crucificado Jesús. ¿Será posible que Tú, que riges todo y das vida a todos, pidas ayuda? ¡Ah, cómo quisiera penetrar en cada gota de tu Sangre y derramar la mía para endulzarte cada llaga, para mitigar el dolor de cada espina y hacer menos dolorosas sus punzadas, y para aliviar en cada pena interior de tu Corazón la intensidad de tus amarguras! Quisiera darte vida por vida y, si me fuera posible, quisiera desclavarte de la Cruz para substituirte... Pero veo que soy nada y que no puedo nada; soy demasiado insignificante, por eso, dame a ti mismo; tomaré Vida en ti, te daré a ti mismo, sólo así mis ansias quedarán satisfechas. 

Destrozado Jesús, veo que tu santísima Humanidad se agota para dar en todo cumplimiento a nuestra redención... Tienes necesidad de ayuda, pero de ayuda divina y por eso te arrojas en los brazos del Padre y le pides ayuda y piedad. ¡Oh, cómo se enternece el Divino Padre mirando la horrenda destrucción de tu santísima Humanidad, la terrible obra que el pecado ha hecho en tus sagrados miembros! Y El, para satisfacer tus ansias de amor, te estrecha a su Corazón paterno y te da los auxilios necesarios para dar cumplimiento a nuestra redención. Y mientras te estrecha, en tu Corazón sientes más fuerte repetirse los martillazos y los clavos, los rayos de los flagelos, el abrirse las llagas, las punzadas de las espinas... ¡Oh, cómo queda conmovido el Padre! ¡Cómo se indigna viendo que todas estas penas te las dan en tu Corazón hasta las almas a ti consagradas! Y en su dolor te dice: 

"¿Pero es posible, Hijo mío, que ni siquiera la parte por ti elegida esté contigo? Al contrario, parece que sean almas que piden refugio y ocultarse en este tu Corazón para amargarte y darte una muerte más dolorosa y, lo que es peor, todos estos dolores que te dan, van ocultos y cubiertos con hipocresías. ¡Ah, Hijo, no puedo contener más mi indignación por la ingratitud de estas almas que me dan más dolor que las de todas las demás criaturas juntas!". 

Pero Tú, oh Jesús mío, triunfando en todo, defiendes a estas almas y con el amor inmenso de tu Corazón das reparación por las oleadas de amarguras y de heridas mortales que estas almas te envían; y para aplacar al Padre le dices: 

"Padre mío, mira este mi Corazón: Que todos estos dolores te satisfagan, y por cuanto más amargos, tanto más potentes sean sobre tu Corazón de Padre para obtenerles gracia, luz, perdón... Padre mío, no las rechaces: Ellas serán mis defensoras y continuarán mi Vida sobre la tierra." 

"Oh Padre amorosísimo, considera que si bien mi Humanidad ha llegado ahora al colmo de sus sufrimientos, también este mi Corazón estalla por las amarguras y por las íntimas penas e inauditos tormentos que he sufrido a lo largo de casi 34 años, desde el primer instante de mi Encarnación... Tú conoces, oh Padre, la intensidad de estas penas interiores, tan dolorosas que hubieran sido capaces de hacerme morir a cada momento de puro dolor si nuestra Omnipotencia no me hubiera sostenido para prolongar mi padecer hasta esta extrema agonía... Ah, si todas las penas de mi santísima Humanidad, que te he ofrecido hasta ahora para aplacar tu Justicia sobre todos y para atraer sobre todos tu misericordia triunfadora, no te bastan, ahora de un modo particular Yo te presento, por las faltas y los extravíos de las almas consagradas a Nosotros, este mi Corazón despedazado, oprimido y triturado, pisoteado en el lagar de todos los instantes de mi vida mortal... Ah, observa, Padre mío, que éste es el Corazón que te ha amado con infinito amor, que siempre ha vivido abrasado de amor por mis hermanos, hijos tuyos en Mí... Este es el Corazón generoso con el que he anhelado sufrir para darte la completa satisfacción por todos los pecados de los hombres. T4en piedad de sus desolaciones, de su continuo penar, de sus tedios, de sus angustias, de sus tristezas hasta la muerte... ¿Acaso ha habido, oh Padre mío, un solo latido de mi corazón que no haya buscado tu Gloria, aun a costa de penas y de sangre, y la salvación de todos mis hermanos? ¿No ha salido de este mi Corazón siempre oprimido las ardientes suplicas, los gemidos, los suspiros, los clamores, con que durante casi 34 años he llorado y clamado Misericordia en tu presencia? Tú me has escuchado, oh Padre mío, una infinidad de veces y por una infinidad de almas, y te doy gracias infinitas..., pero mira, oh Padre mío, cómo mi Corazón no puede calmarse en sus penas, aun por una sola alma que haya de escapar a su amor, porque Nosotros amamos a un alma sola tanto como a todas las almas juntas... ¿Y se dirá que habré de dar el último respiro sobre este doloroso patíbulo viendo perecer miserablemente incluso almas a Nosotros consagradas? Yo estoy muriendo en un mar de angustias por la iniquidad y por la pérdida eterna del pérfido Judas, que me fue tan duro e ingrato que rechazó todas mis finuras amorosas y delicadas, y al que Yo hice tanto bien que llegué a hacerlo Sacerdote y Obispo, como a los demás Apóstoles míos. ¡Ah Padre mío, baste este abismo de penas, baste... Oh, cuántas almas veo, elegidas por nosotros a esta vocación sagrada, que quieren imitar a Judas... cual más, cual menos! ¡Ayúdame, Padre mío, ayúdame; no puedo soportar todas estas penas! ¡Mira si hay una fibra en mi Corazón, una sola fibra que no esté atormentada más que todos los destrozos de mi cuerpo divino! ¡Mira si toda la sangre que estoy derramando no brote, más que de mis llagas, de mi Corazón, que se deshace de amor y de dolor! Piedad, Padre mío, piedad, no para Mí, que quiero sufrir y padecer hasta lo infinito por las pobres criaturas, sino piedad de todas las almas, especialmente de las llamadas a ser mis Esposas, a ser mis Sacerdotes. Escucha, oh Padre, mi Corazón, que sintiéndose faltar la vida acelera sus encendidos latidos y grita: ¡Padre mío, por mis innumerables penas te pido gracias eficaces de arrepentimiento y de verdadera conversión para todas estas infelices almas; que ninguna se pierda! ¡Tengo sed, Padre mío, tengo sed de todas las almas... pero especialmente de éstas; tengo sed de más sufrir por cada una de estas almas! Siempre he hecho tu Voluntad, Padre mío, y ahora, ésta es mi Voluntad, que es también la Tuya, ah, haz que sea cumplida perfectamente por amor a Mí, tu Hijo amadísimo en quien has encontrado todas tus complacencias!" 

Oh Jesús mío, me uno a tus súplicas, a tus padecimientos, a tu amor penante. Dame tu Corazón para que sienta tu misma sed por las almas consagradas a ti y te restituya el amor y los afectos de todas... Permíteme ir a todas y que les lleve tu Corazón, para que a su contacto se enfervoricen las fría, se conmuevan las tibias, se sientan llamar de nuevo las extraviadas y lleguen a ellas de nuevo las gracias que han rechazado. Tu Corazón está sofocado por el dolor y por la amargura al ver incumplidos, por su incorrespondencia, tantos designios que tenías sobre ellas, y al ver a tantas otras almas, que deberían tener vida y salvación por medio de aquellas, que sufren las tristes consecuencias... Por eso quiero mostrarles tu Corazón tan amargado por causa suya, y arrojar en ellas dardos de fuego de tu Corazón; quiero hacer que escuchen tus súplicas y todos tus padecimientos por ellas, y así no será posible que no se rindan a ti; así volverán arrepentidas a tus pies y tus designios amorosos sobre ellas se verán cumplidos; estarán en torno a ti y en ti, no ya para ofenderte sino para repararte, para consolarte y defenderte. 

Crucificado Jesús, Vida mía, veo que continúas agonizando en la Cruz, pero que no está aún satisfecho tu amor y que 1quieres dar cumplimiento a todo. También yo agonizo contigo y llamo a todos: "Angeles, Santos, venid al Calvario a contemplar los excesos y las locuras de amor de un Dios! Besemos sus llagas sangrantes, adorémoslas, sostengamos esos miembros lacerados y agradezcamos a Jesús por nuestra Redención. Mirad también a la traspasada Mamá, que tantas penas y muertes siente en su Corazón Inmaculado por cuantas penas ve en su Hijo y Dios; sus mismos vestidos están llenos de sangre, sangre que está derramada por todo el Calvario, y nosotros, todos juntos tomemos esta sangre, suplicando a la dolorida Mamá que se una a nosotros, recorramos todo el mundo y vayamos en ayuda de todos; socorramos a los que están en peligro de muerte, para que no perezcan; a los caídos en el pecado, para que se levanten de nuevo; y a aquellos que están por caer, para que no caigan. Demos esta Sangre a tantos pobres ciegos para que en ellos resplandezca la luz de la verdad; vayamos especialmente en medio de los pobres combatientes, seamos para ellos vigilantes centinelas, y si van a caer alcanzados por las balas, recibámoslos en nuestros brazos para confortarlos; si se ven abandonados por todos o si están impacientes por su triste suerte démosles esta Sangre para que se resignen y se mitigue la atrocidad de sus dolores... Y si vemos que hay almas a punto de caer en el Infierno, démosles esta Sangre divina que contiene el precio de la Redención, y arrebatémoslas a Satanás... Y mientras tengo a Jesús estrechado a mi corazón para tenerlo defendido de todo y reparado por todo, estrecharé a todos a este Corazón a fin de que todos puedan obtener gracias eficaces de conversión, de fuerza y de salvación". 

Oh Jesús, veo que la sangre te chorrea de tus manos y de tus pies... Los ángeles, llorando y haciéndote corona, admiran los portentos de tu inmenso amor. Veo al pie de la Cruz a tu dulce Mamá, traspasada por el dolor, a tu predilecto Juan... todos petrificados en un éxtasis de estupor, de amor y de dolor... Oh Jesús, me uno a ti y me estrecho a tu Cruz, tomo toda tu Sangre y la derramo en mi corazón. Y cuando vea tu Justicia irritada contra los pecadores, para aplacarla le mostraré esta Sangre. Cuando quiera la conversión de almas obstinadas en el pecado, te mostraré a ti esta Sangre y en virtud de ella no podrás rechazar mi plegaria, porque en mis manos tengo ya la prenda para ser escuchada... 

Y ahora, Crucificado Bien mío, en nombre de todas las generaciones, pasadas, presentes y futuras, junto con nuestra Mamá y con todos los ángeles, me postro profundamente ante ti diciéndote: "Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos, porque por tu Santa Cruz has redimido al mundo."

NOTA: "LAS HORAS DE LA PASIÓN" DE LUISA PICCARRETA ES UN ESCRITO CON APROBACIÓN ECLESIAL, SIN EMBARGO, NO SÉ SI ESTA TRADUCCIÓN LO ESTÁ.

jueves, 21 de abril de 2011

Jueves Santo: El lavado de los pies


Jn 13,1-15: La Iglesia tiene necesidad de lavar los pies

Cuando el Señor se puso a lavar los pies a sus discípulos se acercó a Simón Pedro; y Pedro le dijo: ¿Me vas a lavar tú a mí los pies?¿Quién no se llenaría de estupor si el Hijo de Dios le lavase los pies? Y aunque era señal de una audacia temeraria que el siervo resistiese al Señor, el hombre a Dios, Pedro lo prefirió antes de consentir que le lavase los pies su Dios y Señor... Pero Jesús le contestó diciendo: Lo que yo hago, no lo entiendes ahora; lo entenderás más tarde. Espantado por la grandeza de la acción divina, se resiste aún a permitir aquello cuyo motivo ignora. No quiere ver, no puede soportar que Cristo esté postrado a sus pies. Jamás me lavarás tú los pies, le dijo. ¿Qué quiere decir jamás? Nunca lo toleraré, nunca lo consentiré, nunca lo permitiré. Entonces el Señor, asustando a aquel enfermo recalcitrante con el peligro en que ponía su salvación, le replica: Si no te lavo, no tendrás parte conmigo.Dice: Si no te lavo, aunque se trataba solamente de los pies. De la misma manera se dice: «Me pisas», aunque sólo se pise el pie. Pedro, turbado entre el amor y el temor y sintiendo más horror al verse apartado de él que al verlo postrado a sus pies, replica a su vez: Señor, no sólo mis pies, sino también las manos y la cabeza (Jn 13,6-9). Si profieres tales amenazas para que me deje lavar mis miembros, no sólo no retraigo los inferiores, sino que presento también los superiores. Para que no me niegues el tener parte contigo, no te niego parte alguna de mi cuerpo para que la laves.

Dícele Jesús: Quien se ha lavado, sólo tiene necesidad de lavarse los pies, pues está todo limpio (Jn 13,10). Quizá alguno intrigado diga: «Si está enteramente limpio, ¿qué necesidad tiene de lavarse los pies?». El Señor sabía bien lo que decía, aunque nuestra debilidad no llegue a penetrar sus secretos. No obstante, según lo que él se digna enseñarnos con sus propias palabras y con las de la ley y en la medida de mi capacidad, con su ayuda, también yo diré algo sobre esta profunda cuestión. Ante todo voy a demostrar con toda facilidad que no hay contradicción alguna en la frase. ¿Quién no puede decir con toda corrección: «Está todo limpio menos los pies»? Sería más elegante decir: «Está todo limpio a no ser los pies», que es lo mismo. No otra cosa es lo que dice el Señor: Sólotiene necesidad de lavarse los pies, pues está todo limpio. Todo menos los pies, o a no ser los pies, que tienen necesidad de ser lavados.

¿Qué quiere decir esto? ¿Qué significa? ¿Qué necesidad tenemos de averiguarlo? Lo afirma el Señor, lo afirma la Verdad: incluso quien se ha lavado tiene necesidad de lavarse los pies. ¿En qué estáis pensando, hermanos míos? ¿No estáis pensando que en el bautismo el hombre es lavado íntegramente, incluidos los pies? Sin embargo, como luego ha de vivir en la condición humana, no puede evitar el pisar la tierra con los pies. Los mismos afectos humanos, sin los que no se puede estar en esta vida mortal, son como los pies con los que nos mezclamos en las cosas humanas y de modo tal que si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no está en nosotros (1 Jn 1,8). Diariamente nos lava los pies aquel que intercede por nosotros (Rom 8,34); tenemos necesidad de lavarlos a diario, es decir, enderezar los caminos por los que se mueve nuestro espíritu, según lo confesamos en la oración dominical: Perdónanos nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores (Mt 6,12). Sí, como está escrito, confesamos nuestros pecados, el que lavó los pies a sus discípulos es fiel y justo de modo que perdonará nuestros pecados y nos lavará de toda iniquidad (1 Jn 1,9), incluidos los pies con que andamos por la tierra.

Así, pues, la Iglesia, lavada por Cristo con el agua y la palabra, aparece sin manchas ni arrugas (Ef 5,26-27) no sólo en aquellos que son arrebatados al contagio de esta vida, inmediatamente después del bautismo, y no pisan la tierra por lo que no tienen necesidad de lavarse los pies, sino también en aquellos a quienes la misericordia del Señor sacó de este mundo con los pies limpios. Mas aunque la Iglesia esté limpia en todos los que moran aquí, porque viven de la justicia, éstos tienen necesidad de lavarse los pies, porque no están exentos de pecado. Por esto dice el Cantar de los Cantares: He lavado mis pies ¿cómo he de volver a mancharlos? (Cant 5,3). Dice esto porque, teniendo que ir a Cristo, le es forzoso pisar la tierra para llegar a él. De aquí surge otra dificultad. ¿No está Cristo allá arriba? ¿No subió al cielo y está sentado a la derecha del Padre? ¿No exclama el Apóstol: Si habéis resucitado con Cristo, gustad las cosas de arriba, donde está sentado Cristo a la derecha de Dios; buscad las cosas de arriba y no las de la tierra? (Col 3,1-2). ¿Por qué hemos de tener que pisar la tierra para llegar a Cristo, si para poder estar con él hemos de tener puesto nuestro corazón allí arriba? Comprenderéis hermanos, que la premura del tiempo de que hoy disponernos nos obliga a cortar esta cuestión que yo veo, quizá vosotros no, que requiere una discusión más amplia. Prefiero que sea suspendida, antes que tratarla con brevedad y negligencia, no defraudando, sino difiriendo vuestra expectación. Que el Señor, que me hace deudor, me conceda el saldar la deuda.

San Agustín, Comentarios sobre el evangelio de San Juan 56

Jueves Santo: Institución de la Eucaristía


Publicado por Acitv en Youtube

Jueves Santo: Institución del Sacerdocio


"La dignidad del sacerdocio católico" (por San Alfonso María de Ligorio)


San Ignacio, el mártir, dice que el sacerdocio es la cumbre de todas las dignidades que puedan existen en este mundo. Y san Efrén subraya:"Es un milagro admirable la inconmensurable dignidad sacerdotal". Bartolomé Caneo escribe apoyándose en San Agustín:"Oh sacerdote de Dios. Si contemplas lo alto del cielo, más elevado eres tú... si contemplas la sublimidad de los señores terrenos, más sublime eres tu; sólo eres inferior a tu Creador”.


San Crisóstomo, recordando las palabras de Jesús:"Quién los escucha a ustedes, me escucha a mí", escribe:"Quien honra al sacerdote, honra a Cristo y quien injuria al sacerdote a Cristo injuria". Los sacerdotes son los dispensadores de las gracias divinas, son colaboradores de Dios. Por eso declara San Máximo de Torino que el juicio del cielo está sometido a la voluntad del sacerdote porque ”el señor obedece al siervo y todo lo que aquel indica aquí abaja, lo cumple aquel arriba", se atreve escribir San Juan Crisóstomo.



Si bajase el redentor mismo a su Iglesia y se sentaría en el confesionario para perdonar los pecados diría Jesús:"Yo te absuelvo", y si estuviese sentado un sacerdote en el confesionario al lado también diría":Yo te absuelvo", y ambos penitentes serían perdonados de la misma manera". ¡Qué honor sería si el jefe de gobierno le diese a alguien el poder de sacar de la cárcel a quien quiera! Pero más grande es el privilegio y el poder que el Padre le ha dado a Cristo y este a los sacerdotes de liberar a las almas del poder del infierno como dice san Crisóstomo:"Todo juicio del cielo les ha sido entregado".



Por eso podemos comprender que San Ambrosio afirma sin dudar:"No hay en este mundo nada que sea más elevado." O para utilizar las palabras de San Bernardo:" A ustedes los sacerdotes el Señor los ha puesto por encima de reyes y emperadores, encima de los mismos ángeles". Continúa diciendo San Pedro Damiani:" Los ángeles están al lado de los que ellos guardan y esperan la palabra del sacerdote; ni uno de ellos tiene el poder de atar o desatar". Se cuenta una historia de los tiempos de San Francisco de Sales. Éste había ordenado sacerdote a un joven clérigo. El santo había observado antes cómo llegado a la puerta el joven solía siempre pararse como quien cede el paso a alguien. Después de la ordenación vio que ya no cedía al paso. San Francisco le preguntó al joven sacerdote al respecto y éste le respondió:"Tengo el privilegio de ver continuamente a mi ángel de la guarda. Este siempre caminaba a mi derecha y delante de mí. Pero después de mi ordenación sacerdotal el ángel camina a mi izquierda y ya no quiere pasar delante de mí por la puerta". Algo similar enseña San Francisco de Asís: "Si veo al mismo tiempo a un sacerdote y a un ángel, saludaría primero al sacerdote y luego al ángel."


Muchos santos se animan hasta a decir que el poder del sacerdote es mayor que el de la Virgen María. San Bernardino de Siena escribe:"Bendita Virgen María, no quiero hablar en contra tuyo; perdóname, si digo: el Señor ha elevado al sacerdocio más que a ti porque el sacerdote puede llamarte a estar presente en este mundo en la consagración cuantas veces quiere mientras que tú tenias que esperar que se haga la voluntad de Dios".

domingo, 3 de abril de 2011

Cuaresma y la luz

Jn. 8, 12/IV Domingo de Cuaresma

"Yo soy la luz del mundo, el que me sigue tendrá la luz de la Vida"

P. Raúl Feres Shalup
Padre de Schöenstatt



Publicado en "El Mercurio" del 03/04/2011

Indisolubilidad matrimonial y las consecuencias del divorcio


Publicado en Yotube por miguelillosan

¿Qué es ser católico? por el cardenal Medina Estévez


Publicado en Youtube por Luisperezbus

sábado, 26 de marzo de 2011

Mapuches deponen profanación a iglesia en Cañete: DEO GRATIAS!


3 días la iglesia de Cañete se usó como centro de protesta política, y finalmente tuvieron que retirarse los profanadores.

miércoles, 23 de marzo de 2011

Sodoma, Gomorra y la Concertación

De Hermógenes Pérez de Arce

¿Con qué derecho se escandaliza la gente de la Concertación por el caso Karadima? No tiene autoridad moral. Los que sí tenemos derecho a escandalizarnos somos los católicos conservadores, los que creemos que las conductas gay son contra natura y no deben ser propiciadas sino cuidadosamente evitadas. Ellos, en cambio, piensan todo lo contrario.
¿Es que ya nos hemos olvidado de las JOCAS, de los manuales distribuidos por el ministerio de Educación recomendando que a los niños en los colegios debía estimulárselos para que "exploraran todas sus opciones sexuales", para que se toquetearan entre ellos con total impudicia para descubrir su "orientación sexual", que por desviada que fuera no debía ser obstaculizada, porque todas las preferencias eran válidas?
¿Es que ya nos hemos olvidado de que defienden el matrimonio gay y su derecho a adoptar hijos y formarlos a su gusto? ¿Con qué derecho se escandalizan de que un sacerdote haya cedido a las tentaciones desviadas de la carne con sus jóvenes dirigidos si ellos, los de la Concertación, propician posibilitar que padres homosexuales adopten niños, con la altísima probabilidad de que esas mismas cosas sucedan en el interior de esos hogares gay, pero esta vez con el debido patrocinio y protección legales? ¿Que no vieron a la pareja gay en la franja electoral del V Presidente de la Concertación, cuando era candidato, cohonestando eso mismo? En eso consistía la hábil estrategia confesada por Hinzpeter de "tomar las banderas de la Concertación". ¡Y qué banderas! Por eso, entre muchas otras razones, no voté por él. Bueno, hay que reconocer que ganaron la elección con esas "banderas", lo que sólo habla del lamentable estado moral del país.
Ellos creen, a raíz del caso Karadima, que están presenciando el derrumbe de un baluarte moral, la Iglesia Católica, pero están muy equivocados. La Iglesia ha sobrevivido a muchas situaciones peores que ésta y sus principios han quedado indemnes, porque son mucho más importantes que los errores de sus miembros, sus ministros, sus prelados, purpurados o incluso sus pontífices.
Lo que los recientes episodios vienen a demostrar es precisamente que los principios morales defendidos por la Iglesia son los que deben prevalecer y que el abandono de ellos en nombre de degeneraciones supuestamente "progresistas" conducen a la ruina moral de las personas, de las organizaciones y de la sociedad.
Los jóvenes abusados por un director espiritual descarriado son el vivo testimonio de a dónde conducen las prédicas y prácticas "progresistas" y supuestamente "liberales", que reniegan de todo marco de principios y valores.
Ellas no pueden sino terminar en nuevas Sodomas y Gomorras habitadas por seres destrozados y desmoralizados y son todo lo contrario de lo que defiende, predica y practica la religión católica. Las caídas de algunos de sus miembros no debilitan su mensaje ni sus principios, que salen fortalecidos tras la manifestación de las terribles consecuencias de transgredirlos.
Si algo nos enseña el episodio Karadima es que la banalización de la sexualidad sólo conduce a la degradación y al sufrimiento de las personas; que hay un orden natural digno de ser respetado y que coincide con las enseñanzas de la religión; y que existe una moral digna de ser preservada, pues la vida licenciosa, la permisividad sin límites y el libertinaje conductual que antaño acarrearon la destrucción de Sodoma y Gomorra, y que hogaño entre nosotros se ha intentado cohonestar, si es que no instituir, por parte de los gobiernos de la Concertación, sólo pueden conducir al sufrimiento y quebrantos de las nuevas generaciones, tal como han conducido a los de las personas víctimas de esos torcidos criterios en el desgraciado caso que tanto ha preocupado a la opinión pública en general y a la grey católica en particular.

martes, 22 de marzo de 2011

"LA LIMOSNA"

CATEQUESIS DE S.S. JUAN PABLO II (Ciudad del Vaticano, 28 de marzo de 1979.)

Recomendación del Señor en el Evangelio

        1. «Poenitemini et date eleemosynam» (cf. Mc 1,15 y Lc 12,33).
       
 La palabra «limosna» no la oímos hoy con gusto. Notamos en ella algo humillante. Esta palabra parece suponer un sistema social en el que reina la injusticia, la desigual distribución de bienes, un sistema que debería ser cambiado con reformas adecuadas. Y si tales reformas no se realizasen, se delinearía en el horizonte de la vida social la necesidad de cambios radicales, sobre todo en el ámbito de las relaciones entre los hombres. Encontramos la misma convicción en los textos de los profetas del Antiguo Testamento, a quienes recurre frecuentemente la liturgia en el tiempo de Cuaresma. Los profetas consideran este problema a nivel religioso: no hay verdadera conversión a Dios, no puede existir «religión» auténtica sin reparar las injurias e injusticias en las relaciones entre los hombres, en la vida social. Sin embargo, en tal contexto los profetas exhortan a la limosna.
        
Y tampoco emplean la palabra «limosna», que, por lo demás, en hebreo es «sadaqah», es decir, precisamente «justicia». Piden ayuda para quienes sufren injusticia y para los necesitados: no tanto en virtud de la misericordia cuanto sobre todo en virtud del deber de la caridad operante.
        
«¿Sabéis qué ayuno quiero yo?: romper las ataduras de iniquidad, deshacer los haces opresores, dejar libres a los oprimidos y quebrantar todo yugo; partir el pan con el hambriento, albergar al pobre sin abrigo, vestir al desnudo y no volver tu rostro ante el hermano» (Is 58,6-7).
        
La palabra griega «eleemosyne» se encuentra en los libros tardíos de la Biblia, y la práctica de la limosna es una comprobacion de auténtica religiosidad. Jesús hace de la limosna una condición del acercamiento a su reino (cf. Lc 12,32-33) y de la verdadera perfección (cf. Mc 10,21 y par.). Por otra parte, cuando Judas –frente a la mujer que ungía los pies de Jesús pronuncio la frase: «¿Por qué este ungüento no se vendió en trescientos denarios y se dio a los pobres?» (Jn 12,5), Cristo defiende a la mujer respondiendo: «Pobres siempre los tenéis con vosotros, pero a mí no me tenéis siempre» (Jn 12,8). Una y otra frase ofrecen motivo de gran reflexión.

Significado del término « limosna»

        2. ¿Qué significa la palabra «limosna»?
La palabra griega «eleemosyne» proviene de «éleos», que quiere decir compasión y misericordia; inicialmente indicaba la actitud del hombre misericordioso y, luego, todas las obras de caridad hacia los necesitados. Esta palabra transformada ha quedado en casi todas las lenguas europeas:
En francés: «aumone»; en español: «limosna»; en portugués: «esmola»; en alemán: «Almosen»; en inglés: «Alms».

Incluso la expresión polaca «jalmuzna» es la transformación de la palabra griega.
Debemos distinguir aquí el significado objetivo de este término del significado que le damos en nuestra conciencia social. Como resulta de lo que ya hemos dicho antes, atribuimos frecuentemente al término «limosna», en nuestra conciencia social, un significado negativo.

Son diversas las circunstancias que han contribuido a ello y que contribuyen incluso hoy. En cambio, la «limosna» en sí misma, como ayuda a quien tiene necesidad de ella, como «el hacer participar a los otros de los propios bienes», no suscita en absoluto semejante asociación negativa. Podemos no estar de acuerdo con el que hace la limosna por el modo en que la hace. Podemos también no estar de acuerdo con quien tiende la mano pidiendo limosna, en cuanto que no se esfuerza para ganarse la vida por sí. Podemos no aprobar la sociedad, el sistema social, en el que haya necesidad de limosna. Sin embargo, el hecho mismo de prestar ayuda a quien tiene necesidad de ella, el hecho de compartir con los otros los propios bienes, debe suscitar respeto.

Vemos cuán necesario es liberarse del influjo de las varias circunstancias accidentales para entender las expresiones verbales: circunstancias, con frecuencia, impropias que pesan sobre su significado corriente. Estas circunstancias, por lo demás, a veces son positivas en sí mismas (por ejemplo, en nuestro caso: la aspiración a una sociedad justa en la que no haya necesidad de limosna porque reine en ella la justa distribución de bienes).
Cuando el Señor Jesús habla de limosna, cuando pide practicarla, lo hace siempre en el sentido de ayudar a quien tiene necesidad de ello, de compartir los propios bienes con los necesitados, es decir, en el sentido simple y esencial, que no nos permite dudar del valor del acto denominado con el término «limosna», al contrario, nos apremia a aprobarlo: como acto bueno, como expresión de amor al prójimo y como acto salvífico.

Además, en un momento de particular importancia, Cristo pronuncia estas palabras significativas: «Pobres... siempre los tenéis con vosotros» (Jn 12,8). Con tales palabras no quiere decir que los cambios de las estructuras sociales y económicas no valgan y que no se deban intentar diversos caminos para eliminar la injusticia, la humillación, la miseria, el hambre. Quiere decir sólo que en el hombre habrá siempre necesidades que no podrán ser satisfechas de otro modo sino con la ayuda al necesitado y con hacer participar a los otros de los propios bienes... ¿De qué ayuda se trata? ¿Acaso sólo de «limosna», entendida bajo la forma de dinero, de socorro material?

Don interior, actitud de apertura hacia el hermano

        3. Ciertamente, Cristo no quita la limosna de nuestro campo visual. Piensa también en la limosna pecuniaria, material, pero a su modo. A este propósito, es más elocuente que cualquier otro el ejemplo de la viuda pobre, que depositaba en el tesoro del templo algunas pequeñas monedas: desde el punto de vista material, una oferta difícilmente comparable con las que daban otros. Sin embargo, Cristo dijo: «Esta viuda... echó todo lo que tenía para el sustento» (Lc 21,3-4). Por lo tanto, cuenta sobre todo el valor interior del don: la disponibilidad a compartir todo, la prontitud a darse a sí mismos.

Recordemos aquí a San Pablo: «Si repartiere toda mi hacienda... no teniendo caridad, nada me aprovecha» (1Cor 13,3). También San Agustín escribe muy bien a este propósito: «Si extiendes la mano para dar, pero no tienes misericordia en el corazón, no has hecho nada; en cambio, si tienes misericordia en el corazón, aun cuando no tuvieses nada que dar con tu mano, Dios acepta tu limosna» (Enarrat. in Ps. CXXV 5).

Aquí tocamos el núcleo central del problema. En la Sagrada Escritura y según las categorías evangélicas, «limosna» significa, ante todo, don interior. Significa la actitud de apertura «hacia el otro». Precisamente tal actitud es un factor indispensable de la «metanoia», esto es, de la conversión, así como son también indispensables la oración y el ayuno. En efecto, se expresa bien San Agustín: «¡Cuán prontamente son acogidas las oraciones de quien obra el bien!, y esta es la justicia del hombre en la vida presente: el ayuno, la limosna, la oración» (Enarrat. in Ps. XLII 8): la oración, como apertura a Dios; el ayuno, como expresión del dominio de sí, incluso en el privarse de algo, en el decir «no» a sí mismos; y, finalmente, la limosna como apertura «a los otros». El Evangelio traza claramente este cuadro cuando nos habla de la penitencia, de la metanoia. Sólo con una actitud total –en relación con Dios, consigo mismo y con el prójimo– e1 hombre alcanza la conversión y permanece en estado de conversión.

La «limosna» así entendida tiene un significado, en cierto sentido, decisivo para tal conversión. Para convencerse de ello, basta recordar la imagen del juicio final que Cristo nos ha dado:
«Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; peregriné, y me acogisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; preso, y vinisteis a verme. Y le responderán los justos: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te alimentamos, sediento y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos peregrino y te acogimos, desnudo y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte? Y el Rey les dirá: En verdad os digo que cuantas veces hicisteis eso a uno de estos mis hermanos menores, a mí me lo hicisteis» (Mt 25,35-40).

Los Padres de la Iglesia dirán después con San Pedro Crisólogo: «La mano del pobre es el gazofilacio de Cristo, porque todo lo que el pobre recibe es Cristo quien lo recibe» (Sermo VIII 4); y con San Gregorio Nacianceno: «El Señor de todas las cosas quiere la misericordia, no el sacrificio; y nosotros la damos a través de los pobres» (De pauperum amore XI).

Por lo tanto, esta apertura a los otros, que se expresa con la «ayuda», con el «compartir» la comida, el vaso de agua, la palabra buena, el consuelo, la visita, el tiempo precioso, etc., este don interior ofrecido al otro llega directamente a Cristo, directamente a Dios. Decide el encuentro con Él. Es la conversión.

En el Evangelio, y aun en toda la Sagrada Escritura, podemos encontrar muchos textos que lo confirman. La «limosna» entendida según el Evangelio, según la enseñanza de Cristo, tiene un significado definitivo, decisivo en nuestra conversión a Dios. Si falta la limosna, nuestra vida no converge aun plenamente hacia Dios.

La práctica de la limosna

        4. En el ciclo de nuestras reflexiones cuaresmales será preciso volver sobre este tema. Hoy, antes de concluir, detengámonos todavía un momento sobre el verdadero significado de la «limosna». En efecto, es muy fácil falsificar su idea, como ya hemos advertido al comienzo. Jesús hacía reprensiones también respecto a la actitud superficial «exterior» de la limosna (cf. Mt 6,2?4; Lc 11,41). Este problema está siempre vivo. Si nos damos cuenta del significado esencial que tiene la «limosna» para nuestra conversión a Dios y para toda la vida cristiana, debemos evitar a toda costa todo lo que falsifica el sentido de la limosna, de la misericordia, de las obras de caridad: todo lo que puede deformar su imagen en nosotros mismos. En este campo es muy importante cultivar la sensibilidad interior hacia las necesidades reales del prójimo, para saber en qué debemos ayudarle, cómo actuar para no herirle y cómo comportarnos para que lo que damos, lo que aportamos a su vida, sea un don auténtico, un don no cargado por sentido ordinario negativo de la palabra «limosna».

Vemos, pues, qué campo de trabajo –amplio y a la vez profundo– se abre ante nosotros si queremos poner en práctica la llamada: «Arrepentios y dad limosna» (cf. Mc 1,15 y Lc 12,33). Es un campo de trabajo no sólo para la Cuaresma, sino para cada día. Para toda la vida.