miércoles, 9 de febrero de 2011

El Cardenal Ratzinger habla sobre la relación con miembros de otras religiones


La Buhardilla de Jerónimo presentó una traducción de amplios extractos de un interesante texto, escrito en el año 2003 por el cardenal Joseph Ratzinger, sobre la posibilidad y los límites de la oración multirreligiosa e interreligiosa.
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En la época del diálogo y del encuentro de las religiones ha surgido inevitablemente el problema de si se puede rezar juntos unos con otros. Al respecto, hoy se distingue entre oración multirreligiosa e interreligiosa. El modelo para la oración multirreligiosa es ofrecido por las dos jornadas mundiales de oración por la paz, en 1986 y en 2002, en Asís. Miembros de diversas religiones se reúnen. Común es la angustia y el sufrimiento por las miserias del mundo y por su falta de paz, común es el anhelo de la ayuda de lo alto contra las fuerzas del mal para que puedan entrar en el mundo la paz y la justicia. […] Sin embargo, las personas reunidas saben también que su modo de entender lo “divino” y, por lo tanto, su manera de dirigirse, son tan diversos que una plegaria común sería una ficción, no estaría en la verdad. Ellos se reúnen para dar una señal del común anhelo, pero rezan – aunque al mismo tiempo – en lugares separados, cada uno según su propio modo. […]

En referencia a Asís – tanto en 1986 como en el 2002 – se nos ha preguntado repetidamente y en términos muy serios si esto es legítimo. La mayor parte de la gente, ¿no pensará que se finge una comunidad que en realidad no existe? ¿No se favorece de este modo el relativismo, la opinión de que en el fondo son sólo diferencias secundarias las que se interponen entre las “religiones”? ¿No se debilita así la seriedad de la fe, no se aleja ulteriormente a Dios de nosotros, no se consolida nuestra condición de abandono? No se pueden dejar de lado con ligereza tales interrogantes. Los peligros son innegables, y no se puede negar que Asís, particularmente en 1986, ha sido interpretado por muchos de modo errado. Sin embargo, sería también equivocado rechazar en bloque y de forma incondicional la oración multirreligiosa así como la hemos descrito. A mí me parece correcto vincularla a condiciones que correspondan a las exigencias intrínsecas de la verdad de la responsabilidad frente a algo tan grande como es la imploración dirigida a Dios frente a todo el mundo. Identifico dos:

1. Tal oración multirreligiosa no puede ser la norma de la vida religiosa sino que debe permanecer sólo como un signo en situaciones extraordinarias, en las que, por así decir, se eleve un grito común de angustia que debería sacudir los corazones de los hombres y, al mismo tiempo, sacudir el corazón de Dios.

2. Un acontecimiento así lleva casi necesariamente a interpretaciones equivocadas, a la indiferencia respecto al contenido a creer o a no creer y de tal modo a la disolución de la fe real. Por esta razón, acontecimientos del género deben tener un carácter excepcional, y por eso es de máxima importancia aclarar cuidadosamente en qué consisten. Esta explicación, de la que debe resultar claramente que no existen las “religiones” en general, que no existe una común idea de Dios y una común fe en Él, que la diferencia no concierne únicamente al ámbito de las imágenes y de las formas conceptuales mutables sino a las mismas opciones últimas – esta clarificación es importante, no sólo para los participantes del evento, sino para todos aquellos que son testigos del evento o son informados del mismo. El evento debe presentarse en sí mismo y frente al mundo de tal modo claro que no se convierta en una demostración de relativismo, porque se privaría por sí solo de su sentido.

Mientras en la oración multirreligiosa se reza en el mismo contexto pero en forma separada, la oración interreligiosa significa un rezar juntos de personas o grupos de diversa pertenencia religiosa. ¿Es posible hacer esto en toda verdad y honestidad? Lo dudo. De todos modos, deben ser garantizadas tres condiciones elementales, sin las cuales tal oración se convertiría en la negación de la fe:

1. Se puede orar juntos sólo si subsiste una unanimidad sobre quién o qué es Dios y, por lo tanto, si hay unanimidad de principio sobre qué es rezar: un proceso dialógico en el que yo hablo a un Dios que es capaz de escuchar y atender. En otras palabras: la oración común presupone que el destinatario, y por lo tanto también el acto interior dirigido a Él, sean concebidos, en línea de principio, del mismo modo. Como en el caso de Abraham y Melquisedec, de Job y de Jonás, debe ser claro que se habla con el Dios único que está por sobre los dioses, con el Creador del cielo y de la tierra, con mi Creador. Debe ser claro, por tanto, que Dios es “persona”, es decir, que puede conocer y amar; que puede escucharme y responderme; que Él es bueno y es el criterio del bien, y que el mal no forma parte de Él. Cualquier mezcla entre la concepción personal y la impersonal de Dios, entre Dios y los dioses, debe ser excluida. El primer mandamiento vale también en la eventual oración interreligiosa. […]

2. Sobre la base del concepto de Dios, debe subsistir también una concepción fundamentalmente idéntica sobre lo que es digno de oración y sobre lo que puede volverse contenido de oración. Yo considero los pedidos del Padrenuestro el criterio de lo que nos está permitido implorar a Dios, para orar de un modo digno de Él. En ellos se ve quién y cómo es Dios, y quiénes somos nosotros. Ellos purifican nuestra voluntad y hacen ver con qué tipo de voluntad estamos caminando hacia Dios, y qué género de deseos nos alejan de Él, nos pondría contra Él. Pedidos que fuesen en dirección contraria a los pedidos del Padrenuestro no pueden ser para un cristiano objeto de oración interreligiosa, y de ningún tipo de oración.

3. El evento debe desarrollarse en su conjunto de tal modo que la falsa interpretación relativista de fe y oración no encuentre ningún punto de apoyo. Este criterio no concierne sólo al que es cristiano, que no debería ser inducido a error, sino en la misma medida al que no es cristiano, el cual no debería tener la impresión de la intercambiabilidad de las “religiones” y de que la profesión fundamental de la fe cristiana es de importancia secundaria y, por lo tanto, reemplazable. Para evitar este error es necesario también que la fe de los cristianos en la unicidad de Dios y en Jesucristo, el Redentor de todos los hombres, no sea ofuscada frente a quien no es cristiano. […]

La participación en la oración multirreligiosa no puede poner en discusión nuestro compromiso por el anuncio de Cristo a todos los hombres. Si quien no es cristiano pudiese o tuviese que extraer, de la participación de un cristiano, una relativización de la fe en Jesucristo, el único Redentor de todos, entonces tal participación no debería tener lugar. De hecho, en este caso, indicaría la dirección errada, orientaría hacia atrás y no hacia adelante en la historia de los caminos de Dios.

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Fuente: Joseph Ratzinger; “Fe, verità, tolleranza. Il cristianesimo e le religioni del mondo”, Cantagalli, Siena, 2003.

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