Significado de las palabras
I. Padre
a) Dios es nuestro Padre
“Ésta es la palabra con que, por expreso mandato divino, hemos de comenzar nuestra oración. Hubiera podido elegir Jesús una palabra más solemne, más majestuosa: Creador, Señor... Pero quiso eliminar todo cuanto pudiera infundirnos temor, y eligió el término que más amor y confianza pudiera inspirarnos en el momento de nuestro encuentro con Dios; la palabra más grata y suave a nuestros oídos; el sinónimo de amor y ternura: ¡Padre!
(…)
Por lo demás, Dios es efectivamente nuestro Padre. Y lo es, entre otros muchos, por este triple título:
1) Por creación.- Dios creó al hombre a su imagen y semejanza; cosa que no hizo con las demás criaturas. Y en este privilegio singular radica precisamente la paternidad divina respecto de todos los hombres, creyentes y paganos (1).
2) Por providencia.-Dios se manifiesta Padre, en segundo lugar, por su singular providencia en favor de todos los hombres (2).
(…)
3) Por redención.-Es éste un tercer hecho en el que, más aún que en la misma creación y providencia, resalta lá voluntad decidida que Dios tiene de proteger y salvar al hombre. Porque esta fue la máxima prueba de amor que pudo darnos: redimirnos del pecado, haciéndonos hijos suyos. A cuantos le recibieron, dióles poder de venir a ser hijos de Dios, a aquellos que creen en su nombre; que no de la ¡sangre, ni de la voluntad carnal, ni de la voluntad de varón, sino de Dios, somos nacidos (Jn 1,12-13).
Por esto precisamente llamamos al bautismo-primera prenda y señal de la redención-"el sacramento de la regeneración": porque en él renacemos como hijos de Dios. Lo que nace del Espíritu es espíritu. No te maravilles de que te he dicho: es preciso nacer de arriba (Jn 3,6-7). Y el apóstol San Pedro: Habéis sido engendrados no de semilla corruptible, sino incorruptible, por la palabra viva y permanente de Dios (1P 1,23).
(…)” (Catecismo Romano de Trento 4ª parte, Cap. 1, II).
Tanto nos ama Dios, que siendo nuestro Señor, se hace llamar Padre. Padre, aquel que nos ama, aquel que nos cuida, aquel que nos acompaña, aquel que nos enseña, aquel que nos corrige, aquel que se sacrifica por nosotros, aquel que nos acoge, aquel que nos aconseja, aquel que nos perdona, etc. Hay buenos padres y también hay malos, sí, y en esos casos se puede decir que Dios juega un rol mucho más importante, ya que donde falla mi padre carnal, me bendice mi Padre Celestial; donde hubo odio, habrá amor; donde hubo abandono, habrá consuelo; donde hubo lejanía, habrá cercanía; donde hubo falta de corrección, habrá santificación.
Meditemos estos versos del Salmo 138, pensando cómo Dios nos conoce, nos acompaña y nos hizo, al igual que un padre:
“Señor, tú me sondeas y me conoces tú sabes si me siento o me levanto; de lejos percibes lo que pienso, te das cuenta si camino o si descanso, y todos mis pasos te son familiares. Antes que la palabra esté en mi lengua, tú, Señor, la conoces plenamente; me rodeas por detrás y por delante y tienes puesta tu mano sobre mí; una ciencia tan admirable me sobrepasa: es tan alta que no puedo alcanzarla. ¿A dónde iré para estar lejos de tu espíritu? ¿A dónde huiré de tu presencia? Si subo al cielo, allí estás tú; si me tiendo en el Abismo, estás presente. Si tomara las alas de la aurora y fuera a habitar en los confines del mar, también allí me llevaría tu mano y me sostendría tu derecha. Si dijera: « ¡Que me cubran las tinieblas y la luz sea como la noche a mi alrededor!», las tinieblas no serían oscuras para ti y la noche será clara como el día. Tú creaste mis entrañas, me plasmaste en el seno de mi madre: te doy gracias porque fui formado de manera tan admirable. ¡Qué maravillosas son tus obras! Tú conocías hasta el fondo de mi alma y nada de mi ser se te ocultaba, cuando yo era formado en lo secreto, cuando era tejido en lo profundo de la tierra. Tus ojos ya veían mis acciones, todas ellas estaban en tu Libro; mis días estaban escritos y señalados, antes que uno solo de ellos existiera. ¡Qué difíciles son para mí tus designios! ¡Y qué inmenso, Dios mío, es el conjunto de ellos!”
b) Y nosotros, sus hijos
Es lógico, que como hijos, debemos tenerle amor, respeto, confianza, gratitud, comunicación y obediencia a nuestro Padre.
“(…) Y ante todo salgamos al paso de una posible objeción, fruto de ignorancia y no pocas veces de perversidad. Es fácil creer en el amor de Dios-oímos decir a veces- cuando en la vida nos asiste la fortuna y todo nos sonríe; mas, ¿cómo será posible sostener que Dios nos quiere bien y piensa y se preocupa de nosotros con amor de Padre, cuando todo nos sale al revés y no cesan de oprimirnos obstinadamente una tras otra las peores calamidades?. ¿No será más lógico pensar en estos casos que Dios se ha alejado de nosotros, y aun que se nos ha vuelto hostil?
La falsedad de estas palabras es evidente. El amor de Dios, nuestro Padre, no desaparece ni disminuye jamás. Y aun cuando encarnizadamente se acumulen sobre nosotros las pruebas, aun cuando parezca que nos hiere la mano de Dios (Jb 19,21), no lo hace el Señor porque nos odie, sino porque nos ama. Su mano es siempre de amigo y de Padre: Parece que hiere y, sin embargo, sana (Dt 32,39); y lo que parece una herida, se convierte en medicina.
Así castiga Dios a los pecadores, para que comprendan el mal en que han incurrido y se conviertan, salvándoles de este modo del peligro de eterna condenación. Si castiga con la vara nuestras rebeliones y con azotes nuestros pecados, su mano es movida siempre por la misericordia (Ps 88,33).
Aprendamos, pues, a descubrir en semejantes castigos el amor paternal del Señor y a repetir con el santo Job: Él es el que hace la herida, Él quien la venda; Él quien hiere y quien cura con su mano (Jb 5,18). Y con Jeremías: Tú me has castigado, y yo recibí el castigo; yo era coma toro indómito: conviérteme y yo me convertiré, pues tú eres Y ave, mi Dios (). También Tobías supo descubrir en su ceguera la mano de Dios que le hería: ¡Bendito tú, oh Dios, y bendito sea tu nombre!... Porque después de azotarme, has tenido misericordia de mí (). Ni pensemos jamás en medio de la tribulación que Dios se despreocupa de nosotros, y mucho menos que desconoce nuestros males, cuando Él mismo nos ha dicho: No se perderá ni un solo cabello de vuestra cabeza (Lc 21,18). Consolémonos, en cambio, con aquellas palabras de San Juan: Yo reprendo y corrijo a cuantos amo (), y con aquella exhortación de San Pablo: Hijo mío, no menosprecies la corrección del Señor y no desmayes reprendido por Él; porque el Señor a quien ama le reprende, y azota a iodo el que recibe por hijo. Soportad la corrección. Como con hijos se porta Dios con vosotros. ¿Pues qué hijo hay a quien su padre no corrija? Pero, si no os alcanzase la corrección de la cual todos han participado, argumento sería de que erais bastardos y no legítimos. Por otra parte, hemos tenido a nuestros padres carnales, que nos corregían, y nosotros los respetábamos: ¿no hemos de someternos mucho más al Padre de tos espíritus para alcanzar la vida? (He 12,5-9).(…)” (Catecismo Romano de Trento 4ª parte, Cap. 1, II)
A veces, a uno le da la sensación de que Dios nos castiga sin haber hecho nada. Ahí se prueba si nosotros sabemos ver que en realidad no hay un castigo, sino una bendición para sacar lo mejor de nosotros. Por ejemplo. sufrimos un terremoto en Chile, pero quizás Dios quiere con esto desarrollar nuestro espíritu de fraternidad, solidaridad, esperanza y sacrificio.
Reflexionemos: Como hijo: ¿me doy cuenta de cómo Dios ha formado parte de mi vida?, ¿le agradezco sus beneficios para conmigo?, ¿me comunico con Él?, ¿le obedezco?, ¿me dejo cuidar por Él?, ¿confío en Él?, ¿lo amo?
II. Nuestro: Padre de todos, todos hermanos.
“(…) Aun cuando recemos privadamente la oración dominical, decimos siempre los cristianos: "Padre nuestro", y no: "Padre mío", porque el dios en los on de la divina adopción nos constituye miembros de una comunidad cristiana en la que todos somos hermanos y hemos de amarnos con amor fraterno. Porque todos vosotros sois hermanos... Y uno sólo es vuestro Padre, el que está en los cielos (Mt 23,8-9). (…)” (Catecismo Romano de Trento 4ª parte, Capítulo 1, III)
Cuando a Jesús se le pregunta por el mandamiento más importante el responde con el "Escucha Israel: el Señor nuestro Dios es el único Señor. Amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas", es decir, amar a NUESTRO Dios, como Padre que es. Pero luego, nos dice que hay un segundo: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo". Es decir, amar a Dios en los hermanos.
Meditación:
Salmo 132
¡Qué bueno y qué tierno es ver a esos hermanos vivir juntos! Es como un aceite refinado que desde su cabeza desciende hasta la barba, la barba de Aarón, hasta el cuello de su túnica. Es como rocío del Hermón, que baja sobre las montañas de Sión. Allí el Señor otorgó su bendición, la vida para siempre.
Reflexionemos: Como hermano, ¿amo a mi prójimo?, ¿me preocupe de él?
Para memorizar:
1. ¿Qué significan las palabras "Padre Nuestro"?
Respuesta: Significan que Dios es Padre, que nosotros somos sus hijos, y que todos somos hermanos.
2. ¿Por qué Dios es nuestro Padre?
Respuesta: Por creación, por providencia y por redención.
3. ¿A qué nos llaman las palabras "Padre Nuestro"?
Respuesta: A amar a Dios como nuestro Padre, y a todos como hermanos. También nos llaman a valorar la familia, y a velar para que todos sean hijos de Dios, por el aguaa del Bautismo, y a que todos se comporten de acuerdo a esa filialdad.
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