martes, 30 de marzo de 2010

Catequesis del Padre Nuestro: Sobre las palabras "Venga a nosotros tu Reino"

El martes pasado veíamos cómo Dios es santo, su esencia paternal es santa, y cómo debemos alabrlo. Ahora veremos cómo este Dios, que es Padre, es a la vez Rey, y que como todo Rey, tiene un reino.

I. SIGNIFICADO Y VALOR DE ESTA PETICIÓN

El reino de Dios que pedimos en esta segunda petición aparece en el Evangelio como el objeto al que tiende todo el anuncio de la Buena Nueva.

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Todo esto nos dará idea del cuidadoso interés con que debe explicarse el valor y necesidad de esta petición. Tanto, que Jesucristo quiso no sólo que la repitiéramos con las demás peticiones reunidas en el Padrenuestro, sino sola y por separado: Buscad, pues, primero el reino y su justicia, y todo lo demás se os dará por añadidura (Mt 6,33).

Con su reino pedimos a Dios, en último análisis, todas las cosas necesarias para la vida material- y espiritual (3). No merecería nombre de rey quien no se preocupase de las cosas necesarias para el bien de su pueblo. Y, si los monarcas terrenos, celosos de la prosperidad de sus reinos, se preocupan atentamente del bien de sus estados, ¿cuánto más no se cuidará Dios, Rey de reyes, con infinita providencia, de la vida y salud de los cristianos?

(…)

Pero no basta pedir con ardor el reino de Dios; es preciso añadir a nuestra plegaria el uso de todos los medios que han de ayudarnos a encontrar y poseer este reino. Las cinco vírgenes fatuas del Evangelio supieron pedir con ahinco: ¡Señor, Señor, ábrenos! (Mt 25,12); y, sin embargo, fueron justamente excluidas del banquete por no haber hecho lo que debían. Es palabra de Cristo: No todo el que dice: ¡Señor, Señor!, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre (Mt 7,21).

II. SU NECESIDAD

Premisa necesaria de esta petición es el deseo y búsqueda del reino de los cielos; deseo y búsqueda que brotan espontáneamente de la consideración de nuestro estado de pecadores. Si miramos, en efecto, nuestra mísera condición y levantamos los ojos a la felicidad y bienes inefables de que rebosa la casa de Dios, nuestro Padre, el corazón se encenderá en ardoroso deseo de ser admitido en ella.

Somos desterrados y moradores de una tierra infectada de demonios que nos asedian terrible e implacablemente (4).
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Condición la del hombre mucho más dolorosa si se la compara con las demás criaturas. Éstas, aunque privadas de inteligencia y aun de sensibilidad, siguen inexorablemente, y sin posible desviación, las leyes de su naturaleza y por ellas consiguen su fin. Las bestias del campo, los peces, las aves, obedeciendo su instinto, llenan su misión; los mismos cielos, obedientes a las leyes fijas, llenan su fin sin desviaciones: Tu palabra, ¡oh Y ave!, es eterna, persiste tanto como el cielo (Ps 118,89). A cada uno de los astros señaló Dios su órbita y su revolución, y ninguno de ellos se desvía; la tierra tiene igualmente su ley y su camino (6).

El hombre, en cambio, cae y se desvía; puede perderse. Ve el bien, piensa rectamente, pero raramente se conforma con él. Se le presentan ideas buenas; las aprecia y de momento las secunda; pero pronto se cansa, si es que no se arrepiente y las abandona. ¿Por qué esta inconstancia y miseria? Porque desprecia al Espíritu Santo; porque no presta oídos a las voces de Dios, ni escucha los mandatos divinos, ni levanta la mirada a la luz que está en la alto (7).

Semejante condición de miseria y de pecado, de fragilidad e inconstancia, sólo podía curarse con la invocación y actuación del reino de Dios en nuestros corazones. (…) Bien instruidos en ella y ayudados siempre por la gracia divina, se levantarán los fieles-por pecadores que sean-y esperarán, como el pródigo de la parábola, reanimados por la nostalgia de la casa del padre (9).

III. "VENGA A NOS TU REINO"

A) Diversos significados de la palabra "reino"

Reino es una palabra de amplio significado. Para precisarle mejor convendrá analizar las distintas expresiones con que frecuentemente aparece en la Sagrada Escritura.

1) En su sentido más obvio y común, el "reino de Dios" significa el poder que tiene el Señor sobre todo el género humano y sobre toda la creación y la admirable providencia con que rige y gobierna a todas las criaturas. Tiene en sus manos-escribe el profeta-las profundidades de la tierra, y suyas son también las cumbres de los montes (Ps 94,4). "Las profundidades de la tierra" equivale a decir todo lo creado, todo lo que en el mundo se contiene, aun lo más oculto y desconocido para el hombre. ¡Señor, Señor-exclama Mardoqueo en el libro de Ester-, Rey omnipotente, en cuyo poder se hallan todas las cosas, a quien nada podrá oponerse si quisieres salvar a Israel!... Tú eres dueño de todo y nada hay, Señor, que pueda resistirte (Est 13,9-11).

2) Se usa también, y de modo especial, "el reino de Dios" para significar el gobierno y providencia con que Dios rige y se cuida del hombre en la tierra, particularmente de los justos y santos: Es Yavé mi pastor; nada me falta (Ps 22,1); Yavé es nuestro Rey, Él nos salva (Is 33,22).

B) El reino de Dios no es de este mundo

Y aunque ya en la vida terrena los justos viven sometidos a la ley de Dios, no obstante, según explícita afirmación de Cristo, su reino no es de este mundo (Jn 18,36). Es un reino que no tuvo su principio en el mundo ni acabará con él.

También los reyes, emperadores y jefes de Estado tienen su reino en el mundo; pero su soberanía tiene su origen en los hombres por medio de elecciones, de violencias o injusticias. Cristo, en cambio, fue constituido Rey y Señor por Dios (10); y su reino es el reino de la justicia: Porque el reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia y paz y gozo en el Espíritu Santo (Rm 14,17).

Reina en nosotros Cristo por las virtudes de la fe, de la esperanza y de la caridad; por medio de ellas participamos de su reino, nos hacemos de modo singular súbditos de Dios y nos consagramos a su culto y veneración. Como San Pablo pudo escribir: Ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí (Ga 2,20), también nosotros podemos afirmar: Reino yo, mas no soy yo el que reino; reina en mí Cristo.

C) El reino de la Gracia y el reino de la Gloria

Llámase a este reino justicia ("el reino de la Gracia") porque es fruto de la justica de Cristo nuestro Señor. Él mismo dice: El reino de Dios está dentro de vosotros (Lc 17,21). Porque aunque Jesucristo reina por la fe en todos los que pertenecen a la Iglesia, su reino se actúa de manera especial en quienes, animados por la fe, esperanza y caridad, son sus miembros puros, santos y vivos: miembros en los que se puede decir que reina la gracia de Dios.

Hay aún otro reino: el de la gloria de Dios. A él se refería Cristo en el Evangelio: Venid, benditos de mi Padre; tomad posesión del reino preparado para vosotros desde la creación del mundo (Mt 35,24). Éste es el reino que pedía sobre la cruz el buen ladrón: Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino (Lc 23,42).
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El reino de la gracia precede necesariamente al reino de la gloria, porque es imposible que reine en el de la gloria quien no hubiera reinado antes en el de la gracia de Dios. Cristo nos dijo que la gracia es fuente de agua que salta hasta la vida eterna (Jn 4,14).

(…)

IV. UNIVERSALIDAD DE ESTA PETICIÓN

La petición "Venga a nos el tu reino" tiene una amplitud de intención universal. Pedimos en ella que el reino de Cristo-la Iglesia-se dilate por todas partes; que los infieles y judíos se conviertan a la fe de Jesucristo y reciban en sus corazones la revelación del Dios vivo y verdadero; que los herejes y cismáticos retornen a la verdadera fe y vuelvan a entrar en la comunión de la Iglesia, de la que viven separados.

(…)

Y puesto que hay muchos aun en la misma Iglesia que confiesan a Dios con las palabras y le niegan con las obras (), porque-esclavos del demonio, que por el pecado habita en ellos como en casa propia- tienen una fe desfigurada y deforme, pedimos también al Padre que venga para ellos su reino, para que, ahuyentadas las tinieblas del mal, sean iluminados por los rayos de la luz divina y restituidos a su antigua dignidad de hijos de Dios.

(…)

Pedimos, por último, que sólo viva y reine en nosotros Dios; que no vuelva a repetirse en nuestras almas la muerte espiritual de que tantas veces fuimos víctimas; que sea absorbida ésta por la victoria de Cristo nuestro Señor, victorioso de todos los enemigos y soberano dominador de todas las cosas (14).

V. DISPOSICIONES PARA PODER HACERLA CONVENIENTEMENTE

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1) Es necesario, ante todo, que penetremos el espíritu y sentido de aquella comparación del Maestro: El reino de Dios es semejante a un tesoro escondido en un campo, que quien lo encuentra lo oculta y, lleno de alegría, va, vende cuanto tiene y compra aquel campo (Mt 13,44).

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2) Una segunda disposición consistirá en saber estimarnos a nosotros mismos en lo que realmente somos: hijos de Adán, arrojados del paraíso y desterrados, dignos únicamente - por nuestros pecados - del odio de Dios y de la condenación eterna.

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3) No basta, pues, pedir el reino de Dios; es preciso unir a la plegaria nuestros anhelos y nuestras obras. Porque hemos de ser coadjutores y ministros de la gracia de Dios en el camino por donde se llega al cielo (19).

Dios jamás nos abandonará, pues tiene empeñada palabra de estar siempre con nosotros (20); es a nosotros a quienes corresponde no abandonar a Dios ni abandonarnos a nosotros mismos.

De Dios son todas las cosas de que podemos disponer en la Iglesia para nuestra salvación eterna; suyas son las legiones de los ángeles; suya la divina revelación y suyo el tesoro de los sacramentos. Con tan admirables auxilios ha querido el Señor sostenernos y reforzarnos para que estemos seguros de la victoria sobre nuestros enemigos, seguros hasta de poder abatir y humillar al mismo príncipe del mal y a sus demonios.” (Catecismo Romano de Trento 4ª parte, Capítulo III, 1-5)

El Reino de Dios es un reino:

-de amor: “Dios es amor” (1 Jn 4, 16). San Pablo nos muestra en 1 Cor 13 como debe ser el amor.

-de paz, de justicia, de alegría (ver Isaías 9, 1-6).

-de libertad: “La verdad os hará libres” (Jn 8, 32). Recordemos que Jesús nos hizo libres: del pecado, de la muerte y de la Ley. La libertad sin verdad no es verdadera libertad, ya que es una libertad vacía, o una libertad sometida.

Meditación:

Del Salmo 112

El Señor está sobre todas las naciones, su gloria se eleva sobre el cielo, ¿Quién es como el Señor, nuestro Dios, que tiene su morada en las alturas, y se inclina para contemplar el cielo y la tierra? El levanta del polvo al desvalido, alza al pobre de su miseria, para hacerlo sentar entre los nobles, entre los nobles y su pueblo; él honra a la mujer estéril en su hogar, haciendo de ella una madre feliz.
Reflexionemos: ¿He permitido que Dios reine en mi vida?¿Me preocupo de que todos pertenezcan al Reino de Dios?¿Me preocupo de vivir en la gracia y de poder alcanzar la gloria?¿Me preocupo de que haya amor, paz, justicia, libertad, y alegría?

Reflexión: ¿Trato de construír el Reino de Dios? ¿Dejo que Cristo reina en mi corazón?

Para memorizar:

¿Qué es el Reino de Dios?
El Reino de Dios significa el Gobierno y la Providencia que el Señor posee.

¿A qué nos llama la sentencia "Venga a nosotros tu Reino?
A buscar el Reino de Dios, a construírlo, a colaborar en la Iglesia, y a dejar que Cristo reine en nuestro corazón.

¿Cómo es el Reino de Dios?
Es un reino de gracia y de gloria; de amor, paz, alegría, justicia y libertad; es un reino en el que Dios provee todo y gobierna todo.

2 comentarios:

  1. Hola sería conveniente citar aquí la fuente de donde has extraido esta "catequesis" Se trata del catecismo romano, formulado en el concilio de Trento

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  2. Gracias por el comentario. Fue obtenida de la traducción que aparece en el siguiente enlace: http://www.statveritas.com.ar/Doctrina/Doctrina-INDICE.htm Ya aparece que es del Catecismo Romano.

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