martes, 23 de marzo de 2010

Confesión en Cuaresma (II)



Queridos lectores:

La Cuaresma es el tiempo en que volvemos a mirar el rostro de Cristo, estando atentos al que siempre está atento a nosotros. Contemplamos como Él nos contempla desde una cruz, le abrimos las puertas de nuestro corazón al Rey de la Gloria, pidiéndole que ese Rey sea el único que lo gobierne y lo renueve con la gracia del Espíritu Santo, para gloria del Padre. Además, nos levantamos de las caídas en el pecado, como Cristo se levantó cada vez que Él cayó camino al Calvario.

Hermano, hermana, levántate del pecado, pero no sólo, porque no puedes. Sólo lo puedes hacer con la ayuda del Señor, que nos dejó como medio la confesión sacramental. Unámonos a esos conversos, que como respuesta a su fe, se confesaron, como nos dicen las Sagradas Escrituras: "muchos de los que habían creído venían a confesar todo lo que habían hecho"(Hch 19,18).

Levántate como el hijo pródigo, y vé a decirle a Cristo a través de su ministro que quieres recibir su perdón, y no sólo te perdonará; sino que te hará participar de esa fiesta, que es la Eucaristía, y si sigues en comunión con Cristo día a día, participarás de la fiesta sin término en el Reino de los Cielos.

Sí, hermano, así es el amor de Dios, el amor que despreciamos cuando pecamos y cuando no queremos confesarnos: le damos un "no" a Dios. Por eso, no basta tan sólo con decir "Señor, Señor", sino que hay que reparar lo que se ha hecho, como Pedro, que negó tres veces a Cristo, pero llegó a dar su vida por Él; o como Zaqueo, que devolvió lo robado y aún más, y dio también a los pobres; o como Pablo, que después de perseguir a la Iglesia, le dio muchos hijos.

Por eso, haz un buen examen de conciencia, arrepiéntete, y vé a confesarte, y además repara el daño cometido; no tengas miedo del amor de Dios.

Miserere mei Deus, secundum magnam misericordiam tuam

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