martes, 20 de abril de 2010

Catequesis del Padre Nuestro: Sobre las palabras "Danos hoy nuestro pan de cada día"

Significado de las palabras

“(…)

En estas últimas peticiones del Padrenuestro, que guardan estrecha relación con las anteriores, imploramos los bienes corporales y espirituales de que tenemos necesidad.

El orden de todas ellas es bien claro: pedimos primeramente las cosas divinas (las que directamente se refieren a Dios), y después las cosas necesarias para el cuerpo y para la vida del hombre. Bienes humanos necesariamente subordinados a los divinos, como esencialmente lo están todos los hombres a Dios, su último fin.

Y en tanto debe e) hombre desear, pedir y usar los bienes terrenos, en cuanto Dios ha dispuesto en su providencia que tengamos necesidad de ellos para conseguir la vida eterna, el reino y la gloria del Padre.

Toda la oración del Padrenuestro está basada y animada de este espíritu de subordinación de todos los hombres y de todas las cosas a su fin último, que es Dios. Espíritu que debe presidir e inflamar siempre nuestra demanda de los bienes terrenos. Cuando San Pablo escribía: El mismo Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza, porque nosotros no sabemos pedir lo que nos conviene (Rm 8,26), se refería evidentemente a nuestro afán de pedir exclusivamente cosas terrenas y caducas. Quede bien firme en todos la advertencia, para que nunca tenga el Señor que echarnos en cara aquello del Evangelio: No sabéis lo que pedís ().

Un criterio directivo para discernir la bondad o malicia de nuestras peticiones será siempre la intención y finalidad del que las formula. Si pedimos las cosas de la tierra como bienes absolutos y centrando en ellos el fin mismo de la vida, sin preocuparnos de pedir otras cosas, es evidente que no oramos como conviene. Los bienes terrenos escribe San Agustín-no los hemos de pedir como si fueran nuestros, sino sólo porque nos son necesarios (1). Y San Pablo quiere que todos los bienes, aun los necesarios para la vida, se subordinen a la gloria de Dios: Ya comáis, ya bebáis o ya hagáis alguna cosa, hacedlo todo para gloria de Dios (1Co 10,31).

II. SU NECESIDAD

La prueba más contundente de la conveniencia y aun necesidad de esta petición del Padrenuestro la tenemos en la misma indigencia que todos experimentamos de las cosas que en ella se piden para conservar la vida corporal. Necesidad más aguda en nosotros que en los primeros padres, por la distinta condición en que a todos nos dejó su primer pecado.

Cierto que Adán y Eva necesitaban también, aun en su primitivo estado de inocencia, tomar alimentos para conservar y reparar las fuerzas del cuerpo; pero no necesitaban ni de vestido para cubrirse, ni de casa para habitar, ni de armas para defenderse, ni de medicinas para las enfermedades, ni de tantas y tantas cosas como han llegado a ser indispensables para la naturaleza caída. Para proveer ampliamente a todas las exigencias, hubiérales bastado el fruto del árbol de la vida, plantado por Dios en medio del paraíso.

Y no por esto habrían transcurrido sus vidas en el ocio. Dios les impuso el deber del trabajo; no un trabajo molesto y fatigoso, sino una ocupación grata y agradable, a la que siempre habrían correspondido los suavísimos frutos de aquella tierra fecunda. Sus trabajos, sin fatigas, se habrían visto siempre coronados por el premio: la tierra jamás fallaría a sus esperanzas.

Con el primer pecado, la humanidad entera fue arrojada del paraíso, privada del árbol de la vida y condenada a la fatiga del duro trabajo: Por haber escuchado a tu mujer..., por ti será maldita la tierra; con trabajo comerás de ella todo el tiempo de tu vida; te dará espinas y abrojos y comerás de las hierbas del campo. Con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, pues de ella has sido tomado; ya que polvo eres y al polvo volverás (Gn 3,17-19).

(…)

Ni el que planta es algo ni el que riega, sino Dios, que da el crecimiento- (1Co 3,7); Si Yavé no edifica la casa, en vano trabajan los que la construyen (Ps 126,1).

(…)Esta reflexión nos estimulará y obligará a todos a volver los ojos a nuestro Padre, que está en los cielos, y a suplicarle humildemente los bienes terrenos juntamente con los espirituales. Imitaremos al pródigo de la parábola que, viéndose acosado en un país extraño por la necesidad y por el hambre, y aun privado del mismo alimento de los animales, cayó por fin en la cuenta de que nadie, excepto su padre, podía socorrerle ni ayudarle (2).

Plegaria que en nosotros debe ser siempre confiada, porque sabemos que Dios, nuestro Padre, goza en oír la voz de sus hijos; Dios Padre que, al sugerirnos que le pidamos el pan de cada día, nos promete escucharnos con la abundancia de sus dones (3); al mandarnos pedirle, nos enseña el modo de hacerlo; enseñándonos, nos exhorta; exhortándonos, nos impele; impeliéndonos, nos promete, y prometiéndonos, nos da esperanza cierta de alcanzar lo que le pedimos.

III. "EL PAN"

La palabra pan tiene en la Sagrada Escritura especialmente dos significados:

1) el alimento material y todo lo que necesitamos para la conservación de la vida del cuerpo;

2) todos los dones de Dios necesarios para la vida espiritual y para la salud y salvación del alma (4).

(…)

Notemos, por último, que al pedir el pan no pedimos a Dios abundancia de riquezas ni exquisitez de alimentos o vestidos lujosos. Pedimos la cantidad suficiente y la calidad conveniente a nuestra condición. En teniendo con que alimentarnos-escribe San Pablo-y con qué cubrirnos, estemos con esto contentos (1Tm 6,8). Y Salomón: No me des ni pobreza ni riquezas; dame aquello de que he me-nester (Pr 30,8).

IV. "NUESTRO"

(…) Con ella significamos que pedimos y esperamos de Dios únicamente lo que nos es necesario y no lo que pudiera servir para lujos innecesarios y excesos superfluos. Y lo llamamos "nuestro" no porque nosotros podamos proporcionárnoslo sin la ayuda de Dios, sino porque nos es necesario, y como tal lo esperamos de la ayuda divina. Todos esperan de ti-escribe David-que les des el alimento a su tiempo. Tú se lo das y ellos lo toman; abres tu mano y sácianse de todo bien (Ps 103,27); Todos los. ojos miran expectantes a ti, y tú les das el alimento conveniente a su tiempo (Ps 144,15).

Lo llamamos nuestro, además, porque con pleno derecho lo pedimos a Dios y con pleno derecho podemos procurárnoslo mediante nuestro trabajo, no con injusticias, robos o fraudes. (…)

Y no sólo pedimos el poder retener y usar lo que lícitamente hemos adquirido con nuestro ingenio y sudor, ayudados por la gracia divina; pedimos también que Dios nos conceda recto discernimiento y sano juicio para saber usar de estas cosas con toda prudencia y equidad en bien nuestro y de nuestros prójimos.” (Catecismo Romano de Trento 4ª parte, Cap. V, 1-4)

“(…) 2830 "Nuestro pan". El Padre que nos da la vida no puede dejar de darnos el alimento necesario para ella, todos los bienes convenientes, materiales y espirituales. En el Sermón de la montaña, Jesús insiste en esta confianza filial que coopera con la Providencia de nuestro Padre (cf Mt 6, 25-34). No nos impone ninguna pasividad (cf 2 Ts 3, 6-13) sino que quiere librarnos de toda inquietud agobiante y de toda preocupación. Así es el abandono filial de los hijos de Dios:
A los que buscan el Reino y la justicia de Dios, él les promete darles todo por añadidura. Todo en efecto pertenece a Dios: al que posee a Dios, nada le falta, si él mismo no falta a Dios. (S. Cipriano, Dom. orat. 21).

2831 Pero la existencia de hombres que padecen hambre por falta de pan revela otra hondura de esta petición. El drama del hambre en el mundo, llama a los cristianos que oran en verdad a una responsabilidad efectiva hacia sus hermanos, tanto en sus conductas personales como en su solidaridad con la familia humana. Esta petición de la Oración del Señor no puede ser aislada de las parábolas del pobre Lázaro (cf Lc 16, 19-31) y del juicio final (cf Mt 25, 31-46).

2832 Como la levadura en la masa, la novedad del Reino debe fermentar la tierra con el Espíritu de Cristo (cf AA 5). Debe manifestarse por la instauración de la justicia en las relaciones personales y sociales, económicas e internacionales, sin olvidar jamás que no hay estructura justa sin seres humanos que quieran ser justos.

2833 Se trata de "nuestro" pan, "uno" para "muchos": La pobreza de las Bienaventuranzas entraña compartir los bienes: invita a comunicar y compartir bienes materiales y espirituales, no por la fuerza sino por amor, para que la abundancia de unos remedie las necesidades de otros (cf 2 Co 8, 1-15).

2834 "Ora et labora" (cf. San Benito, reg. 20; 48). "Orad como si todo dependiese de Dios y trabajad como si todo dependiese de vosotros". Después de realizado nuestro trabajo, el alimento continúa siendo don de nuestro Padre; es bueno pedírselo, dándole gracias por él. Este es el sentido de la bendición de la mesa en una familia cristiana. (…)” (Catecismo de la Iglesia Católica 4ª parte, 2ª sección, Art. 3, IV)

“V. "DE CADA DÍA"

(…) No entra en el orden de la Providencia que busquemos abundancia de comidas y bebidas, variedades y exquisiteces de alimentos; el cristiano debe contentarse con lo necesario para satisfacer sus necesidades naturales. Lo superfluo, lo refinado, lo excesivo, no va bien con los hijos de Dios.

En la Sagrada Escritura reprende el Señor duramente la glotonería de los acaparadores de bienes. (…)

Se llama también cotidiano este pan porque de él tenemos necesidad para reparar las energías gastadas cada día con el trabajo y natural desgaste vital.

Finalmente, lo pedimos cada día porque cada día debemos servir al Señor y ofrecerle, uno a uno, todos los de nuestra existencia.

VI. "DÁNOSLE"

Claramente se comprende que al rezar al Señor: El pan nuestro de cada día dánosle, hacemos un acto de fe y adoración profunda en la omnipotencia de Dios, en cuyas manos están todas las cosas (6) y de quien únicamente pende nuestra vida. Con estas palabras deponemos todo pensamiento de orgullo que pudiera levantarnos a decir con Satanás: Todo me ha sido entregado a mí, y a quien quiero se lo doy (Lc 4,6). Es la voluntad divina la que únicamente posee y puede conceder todas las cosas.

De aquí que también los ricos y poderosos tengan obligación de pedir lo que necesitan, aunque parezca que nada les falta. Si es cierto que abundan en bienes, no lo es menos que todo lo recibieron de Dios y que además a Él deben suplicar y sólo de Él deben esperar su conservación. Aprendan de aquí los ricos-escribe San Pablo-a no ser altivos y a no poner su confianza en la incertidumbre de las riquezas, sino en Dios, que abundantemente nos provee de todo para que lo disfrutemos (1Tm 6,17).

San Juan Crisóstomo comenta así la palabra dánosle: Con ella pedimos no sólo que nos sea concedido lo necesario para vivir, sino que nos sea concedido por Dios; por aquel Dios que, infundiendo al pan cotidiano su poder nutritivo y saludable, hace que el alimento sirva al cuerpo, y el cuerpo al alma (7).

Y decimos dánosle y no dámelo, porque es exigencia de la caridad cristiana el pensar en las necesidades ajenas y el preocuparse de los intereses del prójimo además de los propios. Tanto más cuanto que el Señor nos concede sus bienes no para que nos sirvan egoístamente a nosotros solos, sino para que nos sirvamos de ellos para el bien y caridad de los hermanos necesitados. Ésta es la doctrina constante de los Padres; San Basilio y San Ambrosio escriben: El pan que te ha sido concedido y que tú escondes, es de los hambrientos; y el vestido que guardas con llave en tus armarios, es de los hombres desnudos; y el dinero que ocultas bajo la tierra, es rescate y liberación de los pobres. Ten bien entendido que robas cuantos bienes puedes dar y no quieres (8).” (Catecismo Romano de Trento 4ª parte, Cap. V, 5-6)

“2828 "Danos": es hermosa la confianza de los hijos que esperan todo de su Padre. "Hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos" (Mt 5, 45) y da a todos los vivientes "a su tiempo su alimento" (Sal 104, 27). Jesús nos enseña esta petición; con ella se glorifica, en efecto, a nuestro Padre reconociendo hasta qué punto es Bueno más allá de toda bondad.

2829 Además, "danos" es la expresión de la Alianza: nosotros somos de El y él de nosotros, para nosotros. Pero este "nosotros" lo reconoce también como Padre de todos los hombres, y nosotros le pedimos por todos ellos, en solidaridad con sus necesidades y sus sufrimientos. (…)” (Catecismo de la Iglesia Católica 4ª parte, 2ª sección, Art. 3)

“VII. "HOY"


La palabra hoy nos recuerda y representa al vivo nuestra común miseria. ¿Quién llegará a hacerse ilusiones de poder proveer con su trabajo las cosas necesarias a una larga vida, cuando ni siquiera sabe si ésta conocerá el día de mañana? Quiere el Señor que no presumamos del mañana, y ni siquiera del hoy, para que cada día hagamos depender nuestra jornada de sólo su beneplácito y de los dones de su divina Providencia y cada día nos acordemos de acudir al Padre, que está en los cielos.

Y baste ya lo dicho acerca de la primera significación de la palabra pan; pan material, que sustenta el cuerpo; pan común a todos los hombres, justos y pecadores, fieles e infieles; pan que a todos concede cada día la bondad inefable del Dios que hace salir el sol sobre los malos y buenos y llueve sobre los justos e injustos (Mt 5,45).” (Catecismo Romano de Trento 4ª parte, Cap. V, 7)
“(…) 2836 "Hoy" es también una expresión de confianza. El Señor nos lo enseña (cf Mt 6, 34; Ex 16, 19); no hubiéramos podido inventarlo. Como se trata sobre todo de su Palabra y del Cuerpo de su Hijo, este "hoy" no es solamente el de nuestro tiempo mortal: es el Hoy de Dios:

Si recibes el pan cada día, cada día para ti es hoy. Si Jesucristo es para ti hoy, todos los días resucita para ti. ¿Cómo es eso? 'Tú eres mi Hijo; yo te he engendrado hoy' (Sal 2, 7). Hoy, es decir, cuando Cristo resucita (San Ambrosio, sacr. 5, 26). (…)” (Catecismo de la Iglesia Católica 4ª parte, 2ª sección, Art. 3, IV)

VIII. SOBRE EL PAN MATERIAL Y ESPIRITUAL:

“Los alimentos- ya se trate de la sólida alimentación de los atletas, o de la leche o las verduras –de manera diferente nutren y fortifican a los que los consumen; lo mismo ocurre con la palabra de Dios; es leche para los niños, legumbre para los débiles, carne para los violentos. Y cada uno se aprovecha según sus propias disposiciones. (…) El pan supersubstancial está adaptado a nuestra racional y emparentado con la substancia misma: al alma le aporta salud, vigor y energía; comunica su propia inmortalidad ya que, para el que lo come, el Verbo de Dios es inmortalidad” (Orígenes, El Padre Nuestro, 27)

“(…)

1) Pan del alma es, ante todo, la palabra de Dios.

Venid-dice la Sabiduría-y comed mi pan y bebed mi vino, que para vosotros he mezclado (Pr 9,5).

(…)

2) Pero el verdadero pan y manjar del alma es Cristo nuestro Señor. Él mismo nos dice: Yo soy el pan vivo bajado del cielo (Jn 6,51).

(…)

3) De manera especialísima, Cristo es pan substancial en el sacramento de la Eucaristía, prenda inefable de amor que Él nos dejó antes de retornar al Padre. El que come mi carne-dice Jesús-y bebe mi sangre está en mí y yo en él. Tornad y comed; éste es mi cuerpo (Jn 6,56 Mt 26,76).

Cristo Eucaristía es en verdad nuestro pan, porque sólo pertenece a los cristianos, y entre éstos, a quienes, purificados de sus pecados en el sacramento de la penitencia, le reciben con santidad y devoción.

Y es pan cotidiano porque cada día se ofrece en la Iglesia en sacrificio y se distribuye a las almas y cada día se ha de recibir como alimento, o a lo menos se debe vivir en disposición de poder recibirlo. A quienes con un falso y peligroso rigorismo pretenden alejar las almas de la comunión por largos intervalos de tiempo, escribe justamente San Ambrosio: Si es pan de cada día, ¿por qué ha de recibirse de año en año? Toma cada día lo que cada día te aproveche y vive de modo que merezcas tomarlo cada día (9)” (Catecismo Romano de Trento 4ª parte, Cap. V, 8)

“(…) La palabra griega, "epiousios", no tiene otro sentido en el Nuevo Testamento. Tomada en un sentido temporal, es una repetición pedagógica de "hoy" (cf Ex 16, 19-21) para confirmarnos en una confianza "sin reserva". Tomada en un sentido cualitativo, significa lo necesario a la vida, y más ampliamente cualquier bien suficiente para la subsistencia (cf 1 Tm 6, 8). Tomada al pie de la letra [epiousios: "lo más esencial"], designa directamente el Pan de Vida, el Cuerpo de Cristo, "remedio de inmortalidad" (San Ignacio de Antioquía) sin el cual no tenemos la Vida en nosotros (cf Jn 6, 53-56) Finalmente, ligado a lo que precede, el sentido celestial es claro: este "día" es el del Señor, el del Festín del Reino, anticipado en la Eucaristía, en que pregustamos el Reino venidero. Por eso conviene que la liturgia eucarística se celebre "cada día".

La Eucaristía es nuestro pan cotidiano. La virtud propia de este divino alimento es una fuerza de unión: nos une al Cuerpo del Salvador y hace de nosotros sus miembros para que vengamos a ser lo que recibimos... Este pan cotidiano se encuentra, además, en las lecturas que oís cada día en la Iglesia, en los himnos que se cantan y que vosotros cantáis. Todo eso es necesario en nuestra peregrinación (San Agustín, serm. 57, 7, 7).

El Padre del cielo nos exhorta a pedir como hijos del cielo el Pan del cielo (cf Jn 6, 51). Cristo "mismo es el pan que, sembrado en la Virgen, florecido en la Carne, amasado en la Pasión, cocido en el Horno del sepulcro, reservado en la Iglesia, llevado a los altares, suministra cada día a los fieles un alimento celestial" (San Pedro Crisólogo, serm. 71)” (Catecismo de la Iglesia Católica 4ª parte, 2ª sección, Art. 3, IV)

Meditación:

“A Dios rogando y con el mazo dando”: Debemos confiar en Dios, pero poniendo de nuestra parte.

Salmo 126

Si el Señor no edifica la casa, en vano trabajan los albañiles; si el Señor no custodia la ciudad en vano vigila el centinela. Es inútil que ustedes madruguen; es inútil que velen hasta muy tarde y se desvivan por ganar el pan: ¡Dios lo da a sus amigos mientras duermen! Los hijos son un regalo del Señor, el fruto del vientre es una recompensa; como flechas en la mano de un guerrero son los hijos de la juventud. ¡Feliz el hombre que llena con ellos su aljaba! No será humillado al discutir con sus enemigos en la puerta de la ciudad.

Himno de la Liturgia de las Horas

Sentencia de Dios al hombre
antes que el día comience:
"Que tu pan no venga a tu mesa
sin el sudor de tu frente.

Ni el sol se te da de balde,
ni el aire por ser quien eres:
las cosas son herramientas
y buscan quién las maneje.

El mar les pone corazas
de sal amarga a los peces;
el hondo sol campesino
madura a fuego las mieses.

La piedra, con ser la piedra,
guarda una chispa caliente;
y en el rumor de la nube
combaten el rayo y la nieve.

A ti te inventé las manos
y un corazón que no duerme;
puse en tu boca palabras
y pensamiento en tu frente.

No basta con dar las gracias
sin dar lo que las merece:
a fuerza de gratitudes
se vuelve la tierra estéril." Amén.

Reflexionemos: ¿Me he ganado el pan con esfuerzo? ¿Confío en que Dios nos provee de todos los bienes? ¿Soy agradecido con Dios por los bienes espirituales y materiales? ¿Soy solidario? ¿Me preocupo de un mundo más justo? ¿Aprovecho los bienes espirituales que tengo? ¿Me preocupo de las necesidades de mi alma? ¿Me preocupo de las necesidades espirituales de los demás?

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