jueves, 8 de abril de 2010

María en la Salvación

El Evangelio no nos muestra un encuentro personal entre Jesús y su Madre, después de su Resurrección. Sin embargo, el sentido común nos dice que Jesús no podría olvidarse de Ella. Sin embargo, meditaremos en lo que sí sabemos de María y la Resurrección del Señor.

Mariá es partícipe por excelencia en el Misterio Redentor de Cristo. Ya en la primera profecía mesiánica Ella está predente: "Pondré enemistad entre ti y la mujer, entre tu linaje y el suyo. El te aplastará la cabeza y tú le acecharás el talón"(Gen 3, 15). María es la mujer enemiga de la serpiente, y Cristo el linaje que la vence.

Su maternidad aparece como un signo de esperanza en la profecía de Isaías: "Por eso el Señor mismo les dará un signo. Miren, la joven está embarazada y dará a luz un hijo, y lo llamará con el nombre de Emanuel". (Is 7, 14)

Ella fue la que dio el sí a la salvación, en Ella se cumple el deseo de los justos de poder contemplar el rostro de Dios. Ella fue privilegiada con dolores y gozos muy grandes durante su vida, como signo del dolor de la Cruz y del gozo de la Resurrección. A Ella le fue anticipado el dolor de la Cruz de su Hijo en la profecía de Simeón. Por su intercesión, Cristo se auto-manifiesta con su primer milagro.

Ella fue la que estaba al pie de la Cruz (Jn. 19, 26), y a Ella Cristo la dejó como Madre de la humanidad. Y cuando resucita se une a la Iglesia primitiva en la espera del Divino Espíritu(Hch 1, 14).

Ella es la Nueva Eva, la Mujer de la Redención, que vivió en la Resurrección de Cristo toda su vida, porque vivió en la luz y en la gloria. Gloria que se pone de manifiesto cuando es asunta por Dios, y es coronada como Reina y Soberana de la Creación, como reza el Santo Rosario. Gloria que se pone de manifiesto por ser la llena de gracia, la bendita entre las mujeres.

A Ella, que vivió en la Resurrección y la celebró junto a la Iglesia primitiva esperando al Paráclito, pidámosle que nos ayude a vivir y a caminar como hijos de la luz.

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