martes, 15 de junio de 2010

Catequesis sobre la familia: La unidad del Matrimonio

"¡Qué dulce y santa es la alianza de dos fieles que llevan el mismo yugo, que están reunidos por una esperanza igual, en un mismo voto, en igual disciplina, en idéntica dependencia! Son hermanos, los dos, servidores ambos del mismo Amo, confundidos los dos en una misma carne, no constituyendo más que una sóla carne y un sólo espíritu. Oran y se prosternan juntos, juntos ayunan, recíprocamente se enseñan y se estimulan, soportándose mutuamente. Acompañados se les encuentra en la Iglesia y en el divino banquete. De igual modo comparten pobreza y abundancia, la furia de las persecuciones o los refrigerios de la paz. Sin secretos que ocultarse ni razones para mutuamente sorprenderse; inviolable confianza, recíproca solicitud; jamás hastíos ni aburrimiento." (Tertuliano, A su esposa, VIII)

Estas palabras de Tertuliano suenan como una mentira en nuestros tiempos, pero en ellas se encuentran características que todo matrimonio debería buscar e incluso algunas se encuentran de forma natural en él. Si bien tiene que existir esta unidad, debe buscarse con estos criterios: el amor (la entrega) a Dios, el amor al cónyuge, el amor a la familia y el amor a todos, ya que el Matrimonio es una instancia para servir a la comunidad junto con el otro, que es distinto a uno, pero complementario. Si no existe unidad en una familia, ¿cómo buscar la unidad de cualquier otra cosa?

Si la relación no triunfa, hay que buscar un reenamoramiento y una reconstrucción con buenos cimientos, de lo contrario caerá con facilidad la relación. Hay que aprender de los problemas, que en el fondo son pruebas para poder fortalecerse.

Hay que buscar a Dios dentro de la relación, que es la fuente del amor, de lo contrario todo será en vano. José cuando se enfrentó a la prueba del embarazo de María, escuchó la voz del Señor, y decidió de acuerdo a lo que le había sido revelado por Él, no separarse de ella.

Del Génesis
(Cáp. 2, vs 15-24)

El Señor Dios tomó al hombre y lo puso en el jardín de Edén, para que lo cultivara y lo cuidara. Y le dio esta orden: «Puedes comer de todos los árboles que hay en el jardín, exceptuando únicamente el árbol del conocimiento del bien y del mal. De él no deberás comer, porque el día que lo hagas quedarás sujeto a la muerte». Después dijo el Señor Dios: «No conviene que el hombre esté solo. Voy a hacerle una ayuda adecuada». Entonces el Señor Dios modeló con arcilla del suelo a todos los animales de campo y a todos los pájaros del cielo, y los presentó al hombre para ver qué nombre les pondría. Porque cada ser viviente debía tener el nombre que le pusiera el hombre. El hombre puso un nombre a todos los animales domésticos, a todas las aves del cielo y a todos los animales del campo; pero entre ellos no encontró la ayuda adecuada. Entonces el Señor Dios hizo caer sobre el hombre un profundo sueño, y cuando este se durmió, tomó una de sus costillas y cerró con carne el lugar vacío. Luego, con la costilla que había sacado del hombre, el Señor Dios formó una mujer y se la presentó al hombre. El hombre exclamó: «¡Esta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne! Se llamará Mujer, porque ha sido sacada del hombre». Por eso el hombre deja a su padre y a su madre y se une a su mujer, y los dos llegan a ser una sola carne.

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