lunes, 16 de agosto de 2010

Benedicto XVI: "Somos llamados a mirar lo que el Señor, en su amor, ha querido también para nosotros"

De la Homilía pronunciada ayer por el Papa Benedicto XVI, al presidir la Misa en la parroquia pontificia de Santo Tomás de Villanueva en Castel Gandolfo, en la Solemnidad de la Asunción de la Virgen.
-Este año se celebra el sexagésimo aniversario desde cuando el Venerable papa Pío XII, el 1 de noviembre de 1950, definió solemnemente este dogma, y quisiera leer – aunque es un poco complicada – la forma de la dogmatización. Dice el papa: “de tal modo la augusta Madre de Dios, arcanamente unida a Jesucristo desde toda la eternidad con un mismo decreto de predestinación, Inmaculada en su Concepción, Virgen sin mancha en su divina maternidad, generosa Socia del Divino Redentor, que ha traído un triunfo pleno sobre el pecado y sobre sus consecuencias, al final, como suprema coronación de sus privilegios, obtuvo el ser preservada de la corrupción del sepulcro y, vencida la muerte, como antes su Hijo, el ser elevada en cuerpo y alma a la gloria del Cielo, donde resplandece como Reina a la derecha de su Hijo, Rey inmortal por los siglos” (Const. ap. Munificentissimus Deus, AAS 42 (1950), 768-769).

-Ahora, lo que san Pablo afirma de todos los hombres, la Iglesia, en su Magisterio infalible, lo dice de María, en un modo y sentido precisos: la Madre de Dios se inserta hasta tal punto en el Misterio de Cristo que es partícipe de la Resurrección de su Hijo con toda ella misma ya al final de su vida terrena; vive lo que nosotros esperamos al final de los tiempos cuando será aniquilado “el último enemigo”, la muerte (cfr 1Cor 15, 26); vive ya lo que proclamamos en el Credo “Espero en la resurrección de los muertos y en la vida del mundo futuro”.

- Las raíces están en la fe de la Virgen de Nazaret, como atestigua el pasaje del Evangelio que hemos escuchado (Lc 1,39-56): una fe que es obediencia a la Palabra de Dios y abandono total a la iniciativa y a la acción divina, según cuanto le anuncia el arcángel. La fe, por tanto, es la grandeza de María, como proclama gozosamente Isabel

- ¡Queridos amigos! No nos limitemos a admirar a María en su destino de gloria, como una persona muy alejada de nosotros: ¡no! Somos llamados a mirar lo que el Señor, en su amor, ha querido también para nosotros, para nuestro destino final: vivir a través de la fe en la comunión perfecta de amor con Él y vivir así verdaderamente.

-Con este término “cielo” queremos afirmar que Dios, el Dios que se ha hecho cercano a nosotros no nos abandona ni siquiera en la muerte y más allá de ella, sino que tiene un lugar para nosotros y nos da la eternidad; queremos afirmar que en Dios hay un lugar para nosotros.

-En María Asunta al cielo, plenamente partícipe de la Resurrección de su Hijo, contemplamos la realización de la criatura humana según el “mundo de Dios”.

Oremos al Señor para que nos haga comprender cuán preciosa es a Sus ojos toda nuestra vida; refuerce nuestra fe en la vida eterna; nos haga hombres de la esperanza, que trabajan para construir un mundo abierto a Dios, hombres llenos de alegría que saben entrever la belleza del mundo futuro en medio de los afanes de la vida cotidiana y con esta certeza viven, creen y esperan.

¡Amen!

Obtenido de Zenit
Traducción del original italiano por Inma Álvarez ©Libreria Editrice Vaticana

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