martes, 10 de agosto de 2010

San Lorenzo, ruega por nosotros

Sobre su vida

Su caridad:

Cuando comenzó la persecución de Valeriano, el mismo Papa, al ser arrestado y llevado al martirio, haya encargado a su diácono que distribuyera a los pobres cuanto él tenía. Cuando el emperador –se lee en la Passio- impuso a Lorenzo que le entregara los tesoros de los que había oído hablar, este reunió ante Valeriano un grupo de indigentes y exclamó: “¡He aquí nuestros tesoros, que nunca disminuyen, y que siempre producen y los puedes encontrar en todas partes!”.

Sobre su martirio:

Colocado sobre la parrilla ardiente y ya rojo como un tizón, tuvo la fuerza de bromear: “Miren, por esta parte ya estoy cocinado. Pueden voltearme”. El Papa San Dámaso recuerda el heroico testimonio de fe que dio el mártir: “Verbera, carnefices,flammas, tormenta, catenas…”: los látigos, los verdugos, las llamas, las cadenas nada pudieron contra la fe de Lorenzo. El Papa, que “admiraba las virtudes del glorioso mártir”, le erigió la segunda iglesia, sobre las ruinas del teatro de Pompeyo, haciendo para él la primera excepción: ningún mártir había tenido, antes de él, una iglesia en un lugar distinto a su martirio. (1)

San Agustín (354-430), obispo de Hipona (África del Norte) y doctor de la Iglesia: Sermón 305

Vuestra fe, hermanos, reconoce a ese grano caído en tierra, ese grano que la muerte ha multiplicado. Vuestra fe le reconoce porque habita en vuestros corazones. Ningún cristiano duda en creer lo que Cristo ha dicho de sí mismo. Pero una vez que este grano ha muerto y se ha multiplicado, muchos granos han caído en tierra. San Lorenzo es uno de ellos, y nosotros celebramos hoy el día en que fue sembrado. Vemos qué inmensa cosecha ha nacido de todos esos granos esparcidos por toda la tierra; y este espectáculo nos llena de gozo si, no obstante y por la gracia de Dios, pertenecemos a su granero.

Porque todo no todo lo que forma parte de la cosecha entra en el granero: es la misma lluvia, útil y fecunda, la que hace crecer tanto el grano como la paja, y nadie entroja a los dos en el mismo granero. Para nosotros ahora es el tiempo de escoger... Escuchadme pues, granos sagrados, porque no dudo que muchos de vosotros lo sois... Escuchadme, o mejor aún, escuchad en mí a aquel que, se nombró primero a sí mismo, buen grano. No améis vuestra vida en este mundo. Si verdaderamente os amáis, no améis así vuestra vida y entonces la salvaréis... «El que ama su propia vida en este mundo la perderá». Es el buen grano quien lo dice, el grano que fue echado en tierra y que murió para dar mucho fruto. Escuchadle, porque lo que ha dicho lo ha hecho. Él nos instruye y, con su ejemplo, nos enseña el camino.

Cristo no estuvo agarrado a la vida de este mundo; vino a este mundo para despojarse de sí mismo, para dar su vida y retomarla cuando quisiera... Es verdadero Dios y verdadero hombre, hombre sin pecado para quitar el pecado del mundo, revestido de un poder tan grande que pudo decir con toda verdad: «Yo entrego mi vida para poder recuperarla. Nadie me la quita, sino que yo la entrego libremente. Tengo poder para entregarla y tengo poder para recuperarla» (Jn 10,18). (2)
Fuentes:

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