jueves, 22 de julio de 2010

La Eucaristía: Sacramento y Sacrificio

Del "Catecismo Romano" del Concilio de Trento (II Parte, Capítulo III, X)
Y para que, según las prescripciones del Concilio de Trento, tengamos un cuadro completo de la doctrina euca - rística, réstanos por último considerar la Eucaristía como sacrificio. Porque hemos de ver en ella no solamente un tesoro de riquezas celestiales con las que conseguimos la gracia y el amor divino, sino también el medio más sublime que tenemos en nuestras manos para agradecer a Dios los inmensos beneficios que nos ha concedido.

Cuan agradable y cuan acepta sea a Dios esta Víctima eucarística si se le sacrifica en el modo legítimo con que debe hacerse, podemos colegirlo de la siguiente consideración: si aun los sacrificios de la Antigua Ley, de quienes dice la Escritura: No deseas tú el sacrificio y la ofrenda (Ps 39,7), porque no es sacrificio lo que tú quieres; si no, te lo ofrecería; ni quieres tampoco holocaustos (Ps 50,18), agradaron al Señor hasta el punto de que la misma Biblia dice de ellos: Aspiró Yave su suave olor (Gen. 8,21), ¿cuánto más no deberemos esperar que agrade a Dios el sacrificio de Aquel de quien dos veces afirmó el cielo: Éste es mi Hijo muy amado, en quien tengo mis complacencias? (Mt 3,17).

Es necesario penetrar con todo cuidado este santo misterio para que podamos participarle con la atención y piedad debidas.

Por dos causas instituyó Cristo la Eucaristía: para que fuese alimento celestial de las almas, con el que pudieran conservar su vida espiritual, y para que la Iglesia tuviese un perpetuo sacrificio, capaz de satisfacer por nuestros pecados y capaz de aplacar la ira divina, volviéndonos propicio y clemente al Padre, que está en los cielos, justamente ofendido por nuestros continuos pecados.

Símbolo de este sacrificio fue el cordero pascual que los judíos inmolaban como sacrificio y como sacramento. No pudo darnos Cristo, al inmolarse por nosotros al Padre sobre el altar de la cruz, una prenda más sagrada de su inmenso amor que dejarnos este sacrificio visible, mediante el cual pudiéramos nosotros renovar su cruenta inmolación sobre el Calvario, y renovásemos, a través de los siglos, la memoria fecunda de tan inmensos beneficios para nosotros.

Diferencia entre el sacrificio y el sacramento. -Existen profundas diferencias entre el sacramento eucarístico y el sacrificio.

1) El sacramento se realiza mediante la consagración, mientras la esencia del sacrificio está en la oferta inmoladora.

2) Por esto la Eucaristía, mientras se conserva en el copón o se lleva a los enfermos, tiene carácter de sacramento, mas no de sacrificio; y solamente como sacramento tiene razón de mérito, y comunica a quienes lo reciben todas las ventajas que anteriormente recordábamos.

Como sacrificio, en cambio, no solamente posee virtud de merecer, sino también de satisfacer. Así como Cristo Nuestro Señor mereció y satisfizo en su pasión por nosotros, así nosotros con el sacrificio eucarístico no sólo merecemos los frutos de la pasión, sino también satisfacemos, por nuestros pecados.
INSTITUCIÓN Y SÍMBOLOS DE LA MISA

El Concilio de Trento ha declarado explícitamente que el sacrificio de la misa fue instituido por Jesucristo en la última Cena, y ha fulminado anatema contra quienes afirmen que no se ofrece en la Iglesia un verdadero y propio sacrificio, o que el ofrecerle no tiene otro significado en este caso que dar en alimento a los fieles la carne del Señor.

Explica también claramente el santo Concilio que el sacrificio se ofrece a Dios sólo, y que la Iglesia, aunque celebre misas en memoria y honor de los santos, no pretende ofrecer a ellos el sacrificio, sino a Dios, que ha glorificado a los santos en la inmortal gloria del cielo. Por esto nunca dice el sacerdote: "Ofrezco el sacrificio a ti, Pedro o Pablo", sino que, ofreciéndolo e inmolándolo a sólo Dios, le da gracias por las insignes victorias de sus gloriosos mártires e implora la protección de éstos "para que se dignen interceder por nosotros en el cielo, mientras hacemos memoria de ellos sobre la tierra".

La Iglesia ha tomado la doctrina sobre la realidad del sacrificio eucarístico de las palabras mismas del Señor. Cuando Cristo dijo a los apóstoles en la última Cena: Haced esto en memoria mía, en aquel mismo momento instituyó sacerdotes a los Doce - como lo definió el santo Concilio de Trento - y les mandó (y en ellos a cuantos habían de sucederles en el oficio sacerdotal) inmolar y sacrificar su cuerpo.

Así lo afirma San Pablo en su Carta a los Corintios: No podéis beber el cáliz del Señor y el cáliz de los demonios. No podéis tener parte en la mesa del Señor y en la mesa de los demonios (1Co 10,20-21). Por la mesa de los demonios significa el altar, sobre el cual éstos recibían el sacrificio idólatra; la mesa del Señor será, pues, el altar, sobre el cual se ofrece a Dios el sacrificio de la misa.

El Antiguo Testamento nos ofrece espléndidas figuras y símbolos del sacrificio eucaústico:

a) Malaquías lo profetizó en aquel luminoso vaticinio: Porque desde el orto del sol hasta el ocaso es grande mi nombre entre las gentes, y en todo lugar se ofrece a mi nombre un sacrificio humeante y una oblación pura, pues grande es mi nombre entre las gentes, dice Yavé Sebaot (Mal. 1,11).

b) Además la Víctima divina fue prefigurada por todos los sacrificios ofrecidos antes de Cristo, en cuanto que todos los beneficios en ellos simbolizados o expresados se contienen de modo perfecto o infinitamente más real en el sacrificio de la Eucaristía. Entre todas las figuras proféticas, la más expresiva, sin duda, es aquella de Meíquisedec. El mismo Redentor ofreció al Padre en la última Cena su cuerpo y su sangre bajo las especies del pan y del vino, como sacerdote eterno según el orden de Mel - quisedec (Ps 109,4).

NATURALEZA DEL SACRIFICIO DE LA MISA

Confesamos como dogma de fe que el sacrificio de la misa y el sacrificio de la cruz no son ni pueden ser más que un sólo y único sacrificio.

1) Una e idéntica es la Víctima, Cristo Jesús, inmolada una sola vez con sacrificio cruento sobre la cruz. No son dos hostias - la cruenta del Calvario y la incruenta de la misa-, sino una sola, cuyo sacrificio - después del mandato de Cristo: haced esto en memoria mía - se renueva cada día en la Eucaristía.

2) Y uno e idéntico es también el sacerdote, Cristo Señor Nuestro. Porque los sacerdotes que celebran la misa no obran en nombre propio, sino en el de la persona de Cristo, cuando consagran su cuerpo y su sangre. Prueba evidente son las mismas palabras de la consagración; el sacerdote no dice: "Esto es el cuerpo de Cristo", sino: Esto es mi cuerpo. Es la persona misma de Cristo, representada por el sacerdote, quien convierte la substancia del pan y del vino en la verdadera substancia de su cuerpo y de su sangre.

VALOR DEL SACRIFICIO

Siendo esto así, es claro - como también enseña el Concilio de Trento - que el sacrificio de la misa no es solamente un sacrificio de alabanza y de acción de gracias, ni una simple conmemoración del sacrificio de la cruz, sino un verdadero y propio sacrificio de propiciación, por el que se vuelve a Dios aplacado y benigno.

Por consiguiente, inmolamos y ofrecemos esta Víctima santa con corazón puro, con viva fe y con íntimo dolor de nuestros pecados, infaliblemente conseguido de Dios, misericordia y gracia para el oportuno auxilio (He 4,16). Porque Dios se complace de tal manera con esta Víctima divina, que nos perdona nuestros pecados, dándonos el don de la gracia y la misericordia. Por esto ora solemnemente la Iglesia: "Cuantas veces se celebra la conmemoración de este sacrificio, se realiza la obra de nuestra redención". La virtud de este sacrificio, por lo demás, es tal, que no sólo aprovecha a quien lo ofrece y recibe, sino a todos los fieles, tanto a los vivos como a los muertos en el Señor, que esperan aún su completa purificación: Es doctrina cierta, de tradición apostólica, que la misa se ofrece tan útilmente por los difuntos como por los pecados, penas, expiaciones, angustias y calamidades de los vivos. Todas las misas son, por consiguiente, de utilidad común, en cuanto van dirigidas a la común salvación y saiud de todos los fieles.

CEREMONIAS DE LA MISA

Una última palabra sobre las muchas, solemnes y significativas ceremonias que acompañan la celebración del santo sacrificio de la misa.

Todas ellas se ordenan a hacer resaltar más la majestad de tan gran sacrificio y a llevar a los fieles, de la visión terrena de los sagrados misterios, a la espiritual contemplación de las divinas realidades eternas, ocultas en ellos.

No hay por qué detenernos demasiado en este punto, pudiendo todos tener a mano tantas publicaciones escritas sobre esta materia por doctos y piadosos autores.

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