martes, 3 de agosto de 2010

Catequesis de la Familia: La familia y el Reinado del Sagrado Corazón

Extractos de "EL REINADO DEL SAGRADO CORAZON" (5 de Junio de 1940), de S.S. Pío XII

-En las revelaciones llenas de amor que han dado en los tiempos modernos tanto impulso a la gran devoción hacia el Sagrado Corazón de Jesús, nuestro Señor prometió entre otras cosas que “dondequiera que la imagen de este Corazón sea expuesta para ser singularmente honrada, atraerá toda suerte de bendiciones”. Confiados en la palabra divina, podréis, pues, y querréis ciertamente aseguraros los beneficios de tal promesa, conservando en vuestra casa la imagen del Sagrado Corazón con los honores que le son debidos. En las familias nobles, se ha considerado siempre como una gloria, mostrar esculpidas en mármol, fundidas en bronce, pintadas sobre lienzo, efigies de los grandes antepasados, que sus descendientes contemplan y admiran en los palacios, o en los casti-llos, con un sentido de legítimo orgullo. ¿Pero es acaso necesario ser nobles o que un retrato de fa-milia sea una obra de arte, para que el corazón se conmueva ante la imagen de un abuelo o de un padre? Son innumerables las pobres habitaciones, donde en una tosca cornisa con piadoso cuidado una sencilla fotografía, acaso de tinte amarillento, con los rasgos desvaídos por el tiempo, recuerdo sin embargo inestimablemente precioso de un ser querido, de quien en una tarde de luto se cerraron los párpados y los labios, se sepultaron los restos, se perdió la presencia sensible; pero del que, a pesar de los años, se cree, mirando aquella pálida efigie, ver resplandecer todavía la dulce mirada, oír la voz familiar, sentir la mano acariciadora.

-En una palabra, el Sagrado Corazón es debidamente honrado en una casa, cuando allí es reco-nocido, por todos y por cada uno, como Rey de amor; lo que se expresa diciendo que la familia le ha sido consagrada. Porque el don total de sí hecho a una Causa o a una persona Santa, se llama consagración. Ahora bien, el Corazón de Jesús se ha comprometido a colmar de gracias especiales a aquellos que de ese modo se entreguen a Él. “Nuestro Señor me ha prometido - escribía Santa Mar-garita María Alacoque que ninguno de cuantos se hayan consagrado a este corazón divino, perecerá jamás”.

-En una palabra, el Sagrado Corazón es debidamente honrado en una casa, cuando allí es reco-nocido, por todos y por cada uno, como Rey de amor; lo que se expresa diciendo que la familia le ha sido consagrada. Porque el don total de sí hecho a una Causa o a una persona Santa, se llama consagración. Ahora bien, el Corazón de Jesús se ha comprometido a colmar de gracias especiales a aquellos que de ese modo se entreguen a Él. “Nuestro Señor me ha prometido - escribía Santa Mar-garita María Alacoque que ninguno de cuantos se hayan consagrado a este corazón divino, perecerá jamás”.

Pero quien se consagra debe cumplir las obligaciones que se derivan de un acto semejante. Cuando el Sagrado Corazón reina verdaderamente en una familia – y verdaderamente tiene derecho a reinar siempre – una atmósfera de fe y de piedad suele envolver en aquella casa bendita a personas y a cosas. ¡Lejos, pues, de ella todo lo que entristecería al Sagrado Corazón: placeres peligrosos, infidelidades, intemperancias, libros, revistas, figuras hostiles a la religión y a sus enseñanzas! Le-jos, en las relaciones sociales, aquellas condescendencias hoy demasiado comunes, que querrían conciliar la verdad con el error, la licencia con la moral., la injusticia egoísta y avara con la obliga-ción de la caridad cristiana! ¡Lejos ciertas maneras de caminar por un camino medio entre la virtud y el vicio, entre el cielo y el infierno! En la familia consagrada, padres e hijos se sienten bajo la mi-rada y en la familiaridad de Dios mismo; son por lo tanto dóciles a sus mandamientos y a los pre-ceptos de su Iglesia. Ante la imagen del Rey celestial que ha venido a ser su amigo terrestre y su huésped perenne, ellos afrontan sin temor, pero no sin mérito, todas las fatigas que exigen sus debe-res cotidianos, todos los sacrificios que imponen las dificultades extraordinarias, todas las pruebas que aportan las disposiciones de la providencia, todos los lutos y todas las tristezas que no sólo la muerte, sino la vida misma, siembra inevitablemente como dolorosas espinas sobre los senderos de aquí abajo.

Queridos hijos e hijas: que pueda decirse esto también de vosotros. Viviendo ya en este mun-do unidos a Jesús, recibiéndolo incluso en la sagrada comunión, venerando cada día su imagen, no dejaréis la tierra sino para ir a contemplar eternamente la refulgente y beatificante realidad de aquel Corazón divino en el cielo. Con tal augurio, y como preludio y prenda de las más abundantes gra-cias, os otorgarnos a vosotros y a todas las personas queridas, nuestra paternal bendición apostólica.

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